Con esta lógica, el mercader activo empezó a ser visto por los calvinistas como un hombre piadoso y no un impío y al paso del tiempo se esparció la idea de que el hombre más próspero era el más valioso, así hasta llegar a conformar una atmosfera religiosa que, en contraste con el catolicismo, estimuló la búsqueda de la riqueza y el ambiente mercantil. Pero quizás lo más importante de la influencia del calvinismo fue en lo relativo al empleo de la riqueza, ya que si bien los mercaderes católicos consideraban que el objetivo del éxito mercantil era el disfrute de una vida fácil y lujosa, para el calvinista la riqueza debía ser bien empleada, porque la virtud estaba en frugalidad, en la abstención del disfrute del ingreso, lo que dio como consecuencia el ahorro y acto seguido la inversión, es decir el uso del ahorro para fines productivos, por este camino se culminaba una conducta piadosa y provechosa y quizás con ello, el reino de los cielos.
Finalmente, el calvinismo actuando como una de las poderosas corrientes de cambio de los siglos XVI y XVII, estimuló indudablemente la expansión de la sociedad de mercado y posteriormente el capitalismo, mediante la promoción de una nueva vida económica que dio paso a un espíritu de lucha y a la competencia para elegir al más apto, a la movilidad de las clases, al mejoramiento material y al desarrollo económico (Heilbroner, 1964 pp 107). Con base en lo anterior, Max Weber postula que sin proponérselo la ética protestante dio lugar al capitalismo, poniendo como evidencia que las ciudades que más destacaron en cuanto a bienestar material y progreso fueron precisamente las protestantes ubicadas en Alemania, Inglaterra y posteriormente las de América del Norte (Canadá y Estados Unidos). Sin embargo, historiadores como Braudel (1986) pone en duda la tesis de Weber, argumentando que es manifiestamente falsa, que solo por atractiva no se ha podido desembarazarse de ella, por eso con el tiempo vuelve a surgir, por ejemplo, al asociar el capitalismo chino con la religión de Confucio.
Balance
Braudel atribuye el auge del mercado a fuerzas materiales, para él lo que entró en juego, fue el desplazamiento, muy a finales del siglo XVI, del centro de gravedad de la economía mundial al pasar del Mediterráneo a los mares del Norte y el Atlántico, y eso fue lo que produjo una gran expansión de la economía de mercado en general, de los intercambios, de la masa monetaria y finalmente del capitalismo. Giddens (1991), por su parte, reconoce el valor de la tesis de Weber al conceder importancia al peso de las ideas religiosas en el impulso del mercado y el capitalismo, piensa que es original cuando busca explicar qué es lo que motiva a la gente que ahorra e invierte, e independientemente de su verosimilitud, lo importante es la serie de trabajos posteriores que desató y enriquecieron el tema.
Para finalizar, es importante señalar que los cambios conductuales antes comentados no fueron planeados ni siquiera bien recibidos. No fue precisamente con ecuanimidad como las jerarquías feudales vieron desaparecer sus prerrogativas entre las fauces de las clases mercantiles. Tampoco el maestro del gremio deseaba padecer la metamorfosis que lo iba a convertir en un “capitalista” o un hombre de negocios guiado por las señales del mercado y acosado por la competencia. Sin embargo, las transformaciones de la vida económica fueron incontenibles.
El capitalismo
La monetización de la vida económica y la conducta interesada o racional, fue acompañada por la movilización de los factores de la producción, especialmente el capital y el trabajo, esto es, la disolución de aquellos vínculos de lugar y situación que constituían la verdadera base de la existencia feudal que implicó la liberación de los lazos afectivos entre siervo y señor, el libre tránsito de personas, mercancías y capitales, fueron lo que de forma natural condujo a la competencia o rivalidad entre productos y productores, como también entre trabajadores, ahora cualquier operario podía ser desplazado de su trabajo por alguien que lo hiciera más barato, así hasta culminar con la presencia del mercado como el gran asignador de recursos y el capitalismo como su operador, cuyos rasgos principales son definidos a continuación.
El mercado y su mano invisible
Los economistas clásicos, Adam Smith, David Ricardo y Karl Marx, entre otros, dieron cuenta, justificaron y criticaron la aparición de la sociedad o economía de mercado que surgía y se difundía como resultado del liberalismo económico y la competencia antes descrita, que al final era la economía capitalista. La sociedad de mercado la explicaban como el lugar mítico donde se encontraban vendedores y compradores para intercambiar información acerca de precios y cantidades en juego e impedía que alguno de los participantes pudiera ganar una posición que le diera ventaja. Aun cuando en un mercado un vendedor quisiera imponer su precio, la presencia de otros dispuestos a realizar la transacción, junto con compradores informados acerca de los precios, conducía, a la postre, a la prevalencia del menor precio y este sería el del productor más eficiente, es decir, el que obtuviera en sus procesos el menor costo; así mediante la competencia individual se aseguraba el mayor beneficio social y los precios finales serian sólo superiores al mínimo requerido para que fuera posible continuar produciendo, es decir, mediante el mecanismo del mercado, el precio sería casi igual al costo del productor más eficiente, ese era el resultado final, era el equilibrio que se lograba con el juego del mercado y el capitalismo.
Adicionalmente, por la competencia que se daba en el mercado, no solo se imposibilitaba al vendedor a lograr una ventaja e imponer sus términos, sino que se hacía lo mismo con el comprador. Ningún comprador individual por su propio peso, podría imponer un precio por debajo del costo de producción, si ese fuera el caso, el productor esperaba a otros compradores que podrían mejorar el precio y obtener el producto. El efecto de la competencia tendría lugar también en el mercado laboral, ningún trabajador podía pedir más que el salario “común” si quería obtener el empleo, pero tampoco estaba dispuesto a aceptar de un patrono un salario menor del acostumbrado, porque siempre podría encontrar mejores condiciones en cualquier otra parte.
Aunque los precios de las mercancías en el corto plazo, oscilaban para atrás o para adelante, con el tiempo la acción reciproca de la oferta y la demanda operaba siempre para hacerlos regresar otra vez al nivel del costo de producción. Aunque los ingresos de la mano de obra en distintos empleos podrían fluctuar temporalmente hacia arriba o hacia abajo, de nuevo el mecanismo de competencia operaba siempre para hacer que las remuneraciones de labores similares se alinearan en el tiempo.
Por el lado de la demanda, el mercado también se encargaba de satisfacer las necesidades sociales, el qué producir ahora no era decretado por los poderosos, sino por los consumidores mediante sus múltiples pedidos colocados en el mercado, es decir, ahora se producía lo que se demandaba; vale la pena remarcar que se entiende por demanda la suma de las necesidades con poder adquisitivo, porque si un pobre no tenía lo suficiente para adquirir, simplemente quedaba fuera del mercado, no era parte de la demanda.
Se hace notar que, desde el momento en que los pedidos entran al mercado, influyen sobre los precios a los cuales se venden los productos. Las fluctuaciones de los precios se convierten en señales para los productores, un aumento de la demanda y de precios, lo induce a aumentar su oferta y en consecuencia sus ingresos; por otra parte, ante la baja de precios, sucede lo contrario: una baja de demanda e ingresos lleva a un ajuste de la oferta. Por este mecanismo, el mercado le concede al consumidor un lugar privilegiado; de su habilidad y buena voluntad para comprar, depende la cantidad producida y ofertada, de esta manera él es quien rige, en última instancia, la actividad económica, ahora es el rey del proceso, argumento que tiempo después sería el grito de guerra de los mercadólogos para justificar su profesión.
Con el tiempo Braudel (1986) explicara su desacuerdo con la idea de un mercado autoregulador que resuelve los desequilibrios mediante la competencia, como si fuera un dios escondido y benévolo, —la mano invisible