El nuevo gobierno de los individuos. Danilo Martuccelli. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Danilo Martuccelli
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9789560014849
Скачать книгу
por elásticas que se revelen en su accionar, no están en discusión. Sin embargo, y es toda otra cosa, estas restricciones prácticas sirven de punto de apoyo para elaborar límites imaginarios. El paso de las primeras a las segundas está lejos de ser evidente. Muchas coacciones objetivas tienen un modo de funcionamiento infinitamente más lábil de lo que sugiere la idea de los límites imaginarios de la realidad. Sin que esto lleve a desdecir la existencia de coerciones sistémicas, el estudio detallado de éstas, incluso tratándose de las grandes leyes de hierro de la economía, revela que su modo operatorio es mucho más problemático.

      Limitémonos a un solo ejemplo: la complejidad del choque con la realidad que se produce en las crisis financieras21. Para algunos, los ajustes cíclicos en los intercambios bursátiles no serían sino el resultado de la creación especulativa de burbujas producidas por una desconexión entre la especulación financiera y la realidad de la economía productiva. La idea, incluso si no se expresa nunca en términos tan ingenuos, supone la existencia de un punto de equilibrio (basado en los fundamentos económicos de un grupo) más allá del cual, inevitablemente, y por razones objetivas, se produciría una corrección en el precio de las acciones. Sin embargo, esta relación es problemática, y muchas veces, altamente problemática, lo que no impide que para los partidarios de esta interpretación (y tras ella de la tesis de la eficiencia de los mercados) la sanción contra los excesos de la especulación sea siempre en último análisis de índole objetiva.

      Para otros, por el contrario, los mercados de valores operarían dentro de limitaciones más bien intersubjetivas que objetivas: en las bolsas de valores los comportamientos de manada serían frecuentes dada la sinergia cruzada que se produce a nivel de las expectativas entre diferentes actores. En estos mercados, serían las expectativas y las creencias de los actores, y sus apuestas ante el futuro, lo que daría cuenta de su verdadero funcionamiento. Las decisiones de los actores se explican así más a partir de lo que piensan harán otros actores, que en referencia al estado real de las empresas o de las economías nacionales. El sistema bursátil, como ya lo comprendió Keynes (1977: 168) al compararlo a un concurso de belleza, funciona esencialmente a través de reflejos miméticos –todo el mundo trata de hacer no lo que él juzga que debe hacer sino lo que cree que su vecino piensa y hará (Godechot 2001; Orléan, 2011). En este proceso, y según esta interpretación, en las bolsas los precios de las acciones están muy lejos de reflejar el verdadero valor de las empresas: los mercados bursátiles reflejan más la psicología de sus agentes que los fundamentales de un grupo o de una economía. Si en la literatura especializada estas dos perspectivas siguen oponiéndose entre sí, en las últimas décadas la brecha entre los procesos ha sido tal que, incluso partidarios de la primera tesis han debido reconocer la exuberancia «irracional» de los mercados.

      Para nuestro propósito actual lo importante es que ambas tesis suponen, al menos de manera implícita, el reconocimiento de una contingencia fundamental en el corazón del funcionamiento de la bolsa. Cierto, para todos, las famosas correcciones del mercado –tarde o temprano– no pueden no «estallar», pero lo hacen a través de procesos que por lo general no se está en situación de poder describir en detalle puesto que es muy difícil saber exactamente cuándo y en qué condiciones ocurrirá. El retorno de realidad en lo que concierne a los cracks bursátiles (uno de los grandes cimientos imaginarios de la economía-como-realidad) descansa sobre un claroscuro de arenas movedizas. Una creencia más que un conocimiento.

      En la prensa económica, como en la opinión pública, la existencia de burbujas financieras es inseparable de la convicción de que la burbuja va, tarde o temprano, a estallar. «Inevitablemente» se añade por lo general, sin que sea empero posible determinar ni cuándo ni cómo. En verdad, la elasticidad de estos fenómenos, tanto más que tienden a convertirse en crónicos o por lo menos cíclicos, es enorme. Esto no invalida ni que ciertas burbujas especulativas estallen (como ocurrió a comienzos del año 2000 con los valores informáticos, o con la crisis de los subprimes en el 2007-2008) ni que sea posible explicar por qué otras burbujas, por el contrario, no estallan nunca o se «desinflan» progresivamente y sin «estallido» (Krugman, 2009). Pero, así las cosas, el límite imaginario de la realidad no es sino una coerción práctica con formas y temporalidades múltiples de ejercicio. Como cualquier otro choque con la realidad, los retornos de realidad económicos (pero podríamos evocar procesos análogos tratándose de la inflación, la escasez, el sobreendeudamiento, etc.), dependen de un contexto y de un trabajo de elaboración cultural que están lejos de tener el carácter implacable que, con demasiada frecuencia, se le suele atribuir incluso en una cierta tradición crítica.

      Como ayer lo hizo la teología o la filosofía política, la fortaleza del discurso económico es que, decretando ex ante el límite de la realidad, se revela particularmente hábil para explicar ex post la necesidad (y la variación) de los fenómenos producidos. El crack bursátil del 2007-08 es un excelente ejemplo de lo anterior. El colapso fue narrado a través de una concatenación de causas que puede resumirse fácilmente. La crisis se originó por una confluencia de factores; entre ellos: un estancamiento (o al menos una moderación severa) del poder adquisitivo desde la década de 1970; la invención de nuevos mecanismos financieros que hicieron posible, más allá de toda prudencia, el endeudamiento masivo de las familias; un aumento constante, estimulado por la publicidad, y por las crecientes expectativas de consumo asociadas con la tercera revolución industrial de nuevos productos; la elección de una política que tendió a generalizar el acceso a la propiedad mediante mecanismos de crédito juzgados extravagantes (préstamos de alto riesgo, oportunidad de comprar viviendas casi sin capital inicial, tasas de interés casi inexistentes a corto plazo). Retrospectivamente, todo el mundo está de acuerdo. Este «sistema», particularmente en su componente inmobiliario, era una «locura» colectiva. La palabra no es correcta. Mientras que muchos actores creyeron en la durabilidad del modelo –incluyendo las personas más poderosas que creyeron en él, ganancias y pérdidas como prueba–, otros, por el contrario, no dudaron en denunciar los riesgos que se derivaban de una situación de este tipo y el destino inevitable de la crisis (Krugman 2009; Jorion, 2009; Stiglitz, 2010).

      Inevitable. Esta es la palabra clave. Es esta confianza en la existencia de un choque imperioso con la realidad, el más seguro –y complejo– principio de regulación de la agencia humana desde el ámbito económico en las sociedades contemporáneas. Ahora bien, ¿cuánto vale una predicción que, en medio de voces de alarma, requiere varios lustros antes de producirse y que se produce bajo modalidades significativamente impredecibles? Desde la burbuja de los tulipanes en Holanda en 1637, hasta la última crisis de los subprimes, cuando se produce la «explosión», pero sólo entonces, todo el mundo afirma, retrospectivamente, que «todo el mundo lo sabía». Que era «obvio» que «eso» no podía durar. Salvo que duró mucho tiempo, que habría podido durar un tiempo más, y que los resultados de la «explosión» no sólo no son uniformes en la historia, sino que incluso muchas «burbujas» no «explotan» sino que se «desinflan», así como no todas las deudas son «corregidas» de la misma forma y con las mismas consecuencias (Reinhart y Rogoff, 2009). El choque con la realidad es más una creencia construida en torno a un supuesto límite imaginario del mundo que el resultado necesario e implacable de coerciones.

      ¿Quiere esto decir que la realidad no existe? Obviamente que no. Pero los choques con la realidad y la sanción de las coerciones son tan elásticos en el campo económico como lo fueron en el régimen religioso o político. Las burbujas «explotan», ciertamente, la mayoría de ellas, pero no todas, y sobre todo no se traducen en un colapso duradero de la economía. Los coeficientes de endeudamiento que puede soportar una economía son muy elásticos a la luz de la historia, y podríamos continuar. Por supuesto, esto no debe llevar a negar la fuerza de las coerciones –la realidad es siempre lo que resiste–, pero todo esto está muy lejos de trazar auténticos y verdaderos límites insuperables a la acción.

      La creencia en el imaginario económico sigue siendo decisiva en el mundo contemporáneo. Es en base a él que las sociedades deciden y definen lo que creen colectivamente posible e imposible. Sin embargo, la economía, aunque siga siendo el gran garante del límite de la realidad en las sociedades actuales, está hoy en día, y cada vez más, cuestionada en esta función dirimente por la ecología.