MARÍA LOPEZ
El Tigre del Subte
y otros cuentos del encierro
López, María
El Tigre del Subte : y otros cuentos del encierro / María López. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2021.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-2142-2
1. Narrativa Argentina. 2. Cuentos. I. Título.
CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINA
www.autoresdeargentina.com [email protected]
Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723
Impreso en Argentina – Printed in Argentina
A Mark por el amor,
A Santiago por la felicidad…
y viceversa.
A los amigos, mecenas maravillosos de sueños y realidades, gracias por participar en este proyecto apadrinando historias.
En el confinamiento me acompañaron los personajes imaginarios en complicidad con los recuerdos. Al salir, ustedes se unieron trenzando un camino sólido para llegar a este punto… justo acá.
Con amor,
M. T.
EL TIGRE DEL SUBTE
El tigre miraba con ferocidad, pero no era la fiereza de estar dispuesto a atacar, sino la violencia que se genera con el miedo, con el sentirse acorralado.
Se aferraba con fuerza al tubo de color naranja brillante que había en medio del vagón del subterráneo. Casi sin mover los ojos, observaba de reojo el bolso que llevaba una mujer, este estaba hecho con piel de serpiente. Al fondo, distraído con un celular en la mano, un hombre que vestía unos horribles zapatos puntiagudos hechos con piel de cocodrilo.
El tigre pensaba: “¿qué clase de selva insegura es esta?”.
Estaba rodeado de monstruos peligrosos, en una jungla horrible saturada de ruidos agresivos y molestos, atiborrada de fenómenos de todo tipo: grandes, pequeños, gordos, flacos, viejos… monstruos que, por más famélico que él estuviera, sería incapaz de comer. Verlos le generaba una especie de arcadas, un asco incontenible.
Sentía que sus patas temblaban y que no podría sostenerse por mucho tiempo más. Intentó recordar cómo llego allí, pero su mente estaba en blanco, era como si no hubiera pasado nada antes, como si no tuviera historia, como si su tiempo hubiese empezado justo en ese momento.
¿Algún horripilante ser de esos lo habría drogado? ¿Por qué estaba tan lejos de su amada jungla?
Entrecerró los ojos, queriendo recordar las sensaciones, los ruidos del viento, las ramas que se quebraban al pisar sigiloso. Esos maravillosos adornos sonoros que aportan los pájaros, los monos y los insectos. Caminar discretamente, mirar hacia arriba y sentir los rayos del sol que jugueteaban sobre su cara en esa danza del viento y el tejido espeso de las hojas de los árboles infinitos en altura.
¡De hecho ese es el cielo! El cielo para el tigre es un tejido móvil de hojas que danza y canturrea permanentemente con el viento y el sol.
¿Dónde se quedó ese, su paraíso?
Un grito metálico, hiriente y ensordecedor entró como una afilada flecha sonora y lo sacó de sus recuerdos.
El tren frenaba y el sonido de la fricción de las ruedas contra los rieles metálicos lastimó sus oídos. Al fondo un sonido nuevo, incomprensible, agresivo.
¿Cómo entender qué pasaba? Su corazón palpitaba casi a punto de salirse de su pecho, corría tanto como él cuando iba a cazar.
Descubrió que ese sonido aterrador era el de la voz humana, una grabación automática que indicaba a los pasajeros del subterráneo que habían llegado a determinada estación.
Él ya no tenía voluntad, sentía que iba a morir en cualquier momento, lo cual —pensaba— sería lo mejor que le podría pasar.
Sin embargo, y sin tener ningún control sobre sí mismo, se separó del tubo naranja brillante al cual estaba aferrado durante el recorrido del horror. No sabía, no entendía cómo se movía, cómo se separó.
Ahora se deslizaba entre los monstruos, los cuales, sorprendentemente, no parecían alterarse con su presencia. Era como si no lo pudieran ver.
¿Se habría vuelto invisible? Eran tantas las preguntas que martillaban su cabeza… Cerró los ojos intentando calmarse.
Se detuvo, pero ¿cómo? ¿Cómo se detuvo?
Abrió de nuevo sus ojos para saltar encima de la realidad que ahora tendría frente a sí.
Atónito quedó cuando descubrió su imagen frente a un espejo...
No era real, era un tigre estampado en la remera de una mujer.
A Joao Muñoz
DESIGUALES
El cuadrado era demasiado inflexible en sus apreciaciones. Los demás opinaban que era muy agudo, un poco cuadriculado. Sus pares no, ellos defendían la postura de él. Todos habían sido educados con el convencimiento de la superioridad que les daba su naturaleza. El cuadrado pensaba que sostener una postura inflexible era lo que más lo definía, le daba carácter, y se sentía orgulloso por ello.
No obstante, las confrontaciones y disputas siempre fueron inagotables cuando se encontraba con círculo. A él todo le generaba otra interpretación. Las cosas para él nunca eran rígidas, ni inamovibles. Sus argumentos siempre fueron fluidos, flexibles y continuos. Se respetaban, pero no se soportaban. Cuando estaban juntos había algo que no cuadraba; la energía no circulaba. Definitivamente eran diferentes.
Era incómodo encontrarse con ellos al mismo tiempo porque siempre surgía una discusión. Nunca iban a tener un punto de encaje. Sin embargo, un día, cansado ya de tantas discusiones, el triángulo, que era conciliador y muy filosófico, les animó a limar asperezas; les habló sobre la igualdad y lo absurdo de enfrascarse en discusiones interminables con posturas obstinadas.
Siendo fiel a su propia volición, tenía un propósito: romper la estructura inalterable de sus amigos. Leal a su convicción sobre la importancia de la igualdad para mantener el equilibrio, siempre predicó que la desigualdad genera vulnerabilidad.
Les invitó a realizar un experimento didáctico en el cual no se pondrían en riesgo. Él intentaría demostrar su hipótesis sobre la igualdad, no sin antes aclararles que cada individuo es único, que a cada quien le pertenecen sus pensamientos y características personales individuales, y que atesorarlos hace parte de la integridad. Pero, les aclaró, hay una esencia universal en la cual no se es mejor ni peor que nadie, se es igual en el fondo, una misma naturaleza es el origen. Eso les hacía idénticos.
Cuadrado, dado su carácter, estaba escéptico con este argumento. No le parecía apropiado que lo compararan con círculo porque sus diferencias eran irreconciliables y, si tuviera que volver a iniciarse, preferiría cualquier otra figura, menos ser un círculo.
Por su parte, a círculo le parecía divertido participar en el experimento, sobre todo porque pondrían en evidencia la errónea teoría de triángulo.
Es así como triángulo con mucho