La invasión de América. Antonio Espino. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Antonio Espino
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788418741395
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entre parcialidades autóctonas —había cuatro—, resultando muerto. Su viuda, Beatriz de Bobadilla, solicitó ayuda al gobernador Pedro de Vera, quien se personó en la isla con cuatrocientos hombres. Tras informarse sobre quiénes eran los causantes del delito, los bandos de Pala y Mulagua, cuyos integrantes se habían hecho fuertes en Garagonay, fueron cercados y derrotados, muriendo muchos de ellos en el encuentro, y, según la crónica conocida como Matritense,

      […] sentenciaron a muerte a todos los que quinze años arriba, y dado que los matadores fueron pocos, los condenados a muerte fueron muchos, que a unos arrastravan y los desquartisavan, y a otros les cortaban pies y manos, y a otros ahorcavan, y a otros muchos echavan a la mar en barcas a lo largo, atados de pies y manos y con pesgas a los pescuesos.

      En la crónica de Pedro Gómez Escudero, se especifica que «fueron diversos los géneros de muerte porque ajorcó, empaló, arrastró, mandó echar a la mar vivos con pesgas a los pescuesos; a otros cortó pies i manos vivos, y era gran compasión ver tal género de crueldad en Pedo (sic) de Vera». Los menores fueron embarcados y vendidos como esclavos para subvenir en los gastos de guerra. Según Juan de Abreu, como se ejecutó de modo tan horrible a gente inocente,

      de que Dios entiende no haber sido servido, pues todos los más que fueron ejecutores pararon en mal, y mas por haber enviado a vender muchos niños y mujeres a muchas partes, y un Alonso de Cota ahogó muchos gomeros que llevaba desterrados a Lanzarote en un navío suyo.

      Entendiendo el gobernador Vera que los gomeros que habían luchado en Gran Canaria habían participado en la conspiración y asesinato de Peraza, avisó a los alcaldes de las villas de Telde y Gáldar, donde habitaban, para que los prendiesen; estos cumplieron con éxito el encargo, dado que fueron atrapados «casi doszientos, y a todos los condenaron a muerte poblando muchas horcas y [em]palisadas de ellos y echándolos a la mar atados de los pies y con pesgas». J. Pérez Ortega disiente sobre el número de gomeros ejecutados, amparándose en los estudios del antropólogo austriaco Dominik Wölfel, para señalar que se ejecutarían entre doce y diecisiete hombres y se esclavizaron de doscientas a doscientas sesenta personas, pero sus ideas no nos parecen del todo concluyentes y sí algo contradictorias (Pérez Ortega, 1984: 183-193). El obispo Juan de Frías se quejó por la esclavitud de los muchachos gomeros, ya cristianizados, pero el gobernador Vera argumentó «que aquellos no eran christianos, sino hijos de unos traidores que mataron a su señor y se querían alçar con la isla». Las protestas del obispo ante los Católicos acabaron con la destitución de Pedro de Vera, sustituido por Francisco Maldonado en 1488. Más tarde, los gomeros esclavizados fueron puestos en libertad, lo cual no quita que, en otras ocasiones, los Católicos pudiesen confiar una conquista, como la de La Palma, argumentando que la isla estaba «en poder de canarios infieles», o sea, de gentes esclavizables en un momento dado, se asevera en la crónica Matritense. En realidad, desde el primer ataque normando a las Canarias en 1402, lo habitual fue esclavizar a sus habitantes, atacando nuevas islas y comunidades cuando estas se iban entregando y cristianizando25.

      Muchos de los castigos que sufrieron los gomeros nos los encontraremos en la ocupación de las Indias. Como veremos, el castigo de las gentes ya sometidas que se atrevían a sublevarse, en pocas palabras: la rebeldía, era tremendo, pues no se podía dejar la retaguardia con un mínimo asomo de inseguridad. Si dicha circunstancia a nivel insular queda demostrada, piénsese en cómo sería en las Indias, donde grupos muy reducidos de hispanos debían hacerse con el control de enormes territorios que, una vez dominados, dejarían a sus espaldas mientras se proseguía con el avance. El uso del terror, de la violencia, de la crueldad por imperativo militar —o de conquista colonial— estaba más que justificado para seguir adelante con los planes de ocupación.

      La conquista de la isla de La Palma se inició, antes de que capitulase Alonso Fernández de Lugo, entre finales de 1491 y abril de 1492, cuando el gobernador de Gran Canaria, Francisco de Maldonado, el obispo de Canarias y el cabildo catedralicio consiguieron que algunos de los caudillos palmeros se cristianizasen, una vez fueron llevados a Gran Canaria, y luego hiciesen proselitismo entre los suyos en su tierra. Así, Fernández de Lugo, cuando capituló la conquista de la isla en junio de 1492, ya tenía buena parte del trabajo hecho. Cuando desembarcó en la isla en septiembre, hasta cuatro bandos palmeros se pusieron de su lado. La resistencia la protagonizó el caudillo Tanausú quien, una vez preso mediante engaños, se dejó morir de hambre. Algunas revueltas en mayo de 1493 no consiguieron alterar el curso de los acontecimientos, tanto es así que a finales de año Alonso Fernández de Lugo se trasladó a la metrópoli para capitular en la conquista de Tenerife. Entre otras mercedes, recibió ciento cuarenta cautivos de La Palma (Morales Padrón, 1993: 34-35. Zavala, 1991: 54). Según Juan de Abreu, el capitán enviado para sofocar las revueltas, Diego Rodríguez Talavera, «puso la isla en paz y sosiego, haciendo en los alzados castigo ejemplar, con el cual estuvieron siempre leales y obedientes».

      La hueste que organizó en Sevilla, a la que se sumarían tropas en Gran Canaria, alcanzó los ciento cincuenta jinetes y mil quinientos infantes que se embarcaron en una treintena de navíos, aunque quizás estas cifras incluyen varios cientos de auxiliares guanches. Entre finales de abril y primeros de mayo de 1494 se desembarcó en la zona de Añazo, donde más tarde se edificaría la ciudad de Santa Cruz. Nueve parcialidades, dominadas por otros tantos menceyes, se dividían la isla, de las cuales cinco, localizadas en el norte y occidente de Tenerife, se mantenían en pie de guerra. Así, Alonso Fernández de Lugo entró en negociaciones con los menceyes de paz para asegurar los frentes que se dejaban a retaguardia (el oriental y el meridional).

      Tras desembarcar en Añazo, y antes de iniciar las operaciones, Fernández de Lugo ordenó algunas cabalgadas para la captura de ganado; el capitán Castillo operó con veinte lanceros y treinta infantes, pero al día siguiente, buscando más movilidad, se envió al capitán Alarcón con sesenta de caballería. Si bien se capturaron ganados, pudieron comprobar las dificultades orográficas de la isla y cómo algunos guanches vigilaban las evoluciones del campamento cercano desde las sierras más próximas. El 4 de mayo de 1494 comenzó a moverse la hueste hacia La Laguna, atrapándose un guanche que informó de la presencia de efectivos isleños. Tras fijar un nuevo campamento en Gracia, la hueste prosiguió su avance hacia el barranco de Acentejo donde unos tres mil guanches emboscados esperaron su oportunidad. Según Javier García de Gabiola, con deducciones bastante creíbles a partir de las extrapolaciones de los casos de las islas menores, es factible pensar que los opositores isleños serían unos mil seiscientos (García de Gabiola, 2019: 173-174). Demorándose los castellanos, atrapando unos ganados dejados allá por los tinerfeños, el escuadrón isleño les cayó encima; los hombres de Lugo intentaron defenderse «formando un pedazo de batallón». Tras una hora y media de lucha, el enfrentamiento reverdeció ante la llegada de nuevos efectivos guanches. Poco después, la resistencia castellana empezó a decaer. Según la crónica de Pedro Gómez Escudero,

      retirándose los españoles de tanta mortandad que fue uno de los días más tremendos que hubo en las yslas, solamente escaparon muy pocos; treinta españoles retirándose i peleando, viéndose acosados, se entraron en una cueba pendiente de un cerro onde se defendían citiados a que muriesen. Estubieron hasta el día siguiente; iban siguiendo más de mil i quinientos Guanchos a ciento veinte Canarios christianos i quatro portugueses arrojándose por unos barrancos i despeñaderos a las parte del [A]Centejo, se metieron por el agua a guarecerse en una baja o rocha, siguiéronles más 160 que se ajogaron i otros de enfadado se fueron.

      Siguiendo con Gómez Escudero, la batalla duró cuatro horas. Seis mil guanches, que tuvieron dos mil muertos, se enfrentaron a mil doscientos hispanos y canarios, de quienes hubo ochocientos muertos y sesenta heridos; «este citio llamaron la matança». Como veremos en las próximas páginas, el mismo nombre se aplicará en otro lugar de las Indias en circunstancias parecidas. Francisco Morales Padrón refiere la pérdida de noventa jinetes y mil doscientos infantes, casi con toda seguridad a causa de su bisoñez. Juan de Abreu da como cifra seiscientos muertos, recalcando que la elección del lugar del combate por los guanches hizo que los castellanos «no pudieran valerse ni pelear, ni aprovecharse de los caballos, que era la fuerza de la gente». Alonso Fernández de Lugo, que escapó a duras penas de la muerte, quedó herido y se vio obligado a evacuar su gente cuando, quedándole apenas doscientos efectivos, fueron atacados