—¿Cuándo apareció? —preguntó la bruja ante el silencio en el que se sumió la joven. Pero esta vez fue el duque quien, tomando el relevo de su hija, habló.
—No estamos del todo seguros. Hará cosa de unos cuatro meses desaparecieron varias reses que pastaban al norte, cerca del camino real. No le dimos mucha importancia. Los ladrones de ganado han atacado varias veces nuestras tierras en lo que va de año. Y las bestias Jain de las llanuras también suelen moverse bastante hacia el sur y acercarse a beber al lago. Pero lo raro en este caso es que la sangre, el rastro, llevaba al agua. Esto nos puso sobre aviso, pero el primer avistamiento de la bestia fue durante la preparación del Nithuaren, las fiestas del lago.
—El Nithuaren es la ofrenda anual al lago —aclaró la muchacha—. Se celebra un mercado junto al agua, al otro lado de la muralla. Y hacemos decenas de barquitos con las ramas que encontramos en la orilla y los… los dejamos ir, con pequeñas antorchas —dijo con una sonrisa, soñadora—. Verlo es precioso… Pero este año, cuando estábamos preparándolo, una enorme bestia…
No pudo seguir y miró a su padre.
—Un cocodrilo. Blanco. Tan alto como dos hombres. Surgió del agua y se llevó a una de las niñas Xuyen. Pobre familia. Primero unas fiebres acabaron con Mai, y ahora…
Durante el silencio que se extendió, Alissa examinó a aquel hombre que se sentaba frente a ella. Viat Dec tenía tanto en común con su padre como poco con su hija. Achaparrado, de mandíbula cuadrada y cabello abundante del color de las nubes de tormenta, parecía que la estatua de la plaza de Layaba había cobrado vida. Solo compartía con su hija los estrechos ojos limen-ti, que siempre parecían sospechar. Llevaba una camisa larga con el puño de los Dec bordado en el pecho, sobre el corazón, y allí donde terminaban las mangas se dejaban entrever algunas marcas de tinta. Alissa sabía que los seguidores de la primera y última encarnación de la justicia, los La-gi-hos, se tatuaban las enseñanzas de su libro sagrado, del Bor-i-lek. Aquello era más un estilo de vida que una religión y, si bien adoraban a un Dios como los Hijos o los Siervos, los La-gi-hos no creían en un más allá y trataban de ser la mejor versión de sí mismos sin esperar una recompensa. Por ello seguían a rajatabla una serie de preceptos como el ayuno durante uno de cada diez días, la contemplación y el estudio de la naturaleza. No podían beber alcohol ni comer carne de bestias salvajes y no se les permitía tener más de dos hijos. Su dogma establecía que el equilibrio era el fin mismo de la vida y que en él se encontraba la felicidad.
—¿Un cocodrilo? —dijo al fin.
—Sí, una de esas bestias que viven en la parte calmada del Bington, río abajo, cerca de Arniasus —prosiguió el duque—. A veces alguna remonta el cauce y… Pero no, no era uno de esos. No con ese tamaño. Ese mismo día movilizamos todas las barcas para buscarlo, pero no apareció.
—Padre —los interrumpió un joven que había llegado sin hacer mucho ruido—, necesito hablar con vos.
Era una versión masculina de su hermana, unos cinco años más joven. Llevaba unos ropajes similares a los de su padre, pero era más alto que él, y parecía nervioso.
—Mi hijo —lo presentó extendiendo la mano—, Yim. Hijo, esta es la maestra Triefar, que ha venido a ayudarnos con nuestro problema.
Después de las cortesías habituales, el joven volvió su atención al duque.
—Necesito hablar con usted. Se trata de un asunto urgente —le dijo con los brazos encogidos y apretándose las manos.
—Dame unos minutos y, cuando termine con Alissa, te mandaré llamar —soltó tajante, desviando su atención hacia la mentalista.
Después de despedirlo con la mano, el joven dudó y se marchó más nervioso de lo que había llegado.
—Mi hermano Yim es muy joven, y su templanza no ha madurado —dijo la chica con una ligera sonrisa—. Por favor padre, continúe.
—No conseguimos encontrarlo —prosiguió—, pero… —y soltó todo el aire de golpe— los que lo vieron lo describieron como un joven de piel oscura, un kuokere, que surgió del agua. No nadaba. Al parecer salió como si un pescador lo elevara muy despacio, con una cuerda, en medio del lago… Se convirtió en un calamar de Fern completamente negro que se tragó una barca con tres hombres.
Alissa vio que la joven la miraba con gravedad.
—Desde entonces ha habido nueve ataques más. Un alquimista traileño vino a socorrernos, pero no tuvo suerte —dijo la chica—. A veces aparece el joven kuo, pero nunca repite la bestia.
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