—Señora —le dijo uno de los centinelas de la puerta lateral una vez se hubo acercado—, no puede estar aquí. El duque no permitirá más interrupciones durante el día de hoy.
—Honorable custodio, mi nombre es Alissa Triefar de Dosheim, maestra de Trescúpulas —comenzó. Notó como los dos hombres se tensaban al escuchar su ocupación. He venido a vuestra hermosa ciudad para ofrecer al excelentísimo señor Viat Dec mi ayuda con la criatura que, según cuentan, está causando cierto malestar entre las buenas gentes de esta tierra. Por supuesto, no quisiera molestar a vuestro señor con este asunto tan mundano, pero si alguno tuviese a bien informar de mi llegada a alguien de su confianza, quizás un consejero, yo quedaría enormemente agradecida.
Tras soltar aquella perorata, le dedicó a cada uno una cautivadora sonrisa que su rostro no estaba acostumbrado a erigir. El guardián más joven miró a su alto compañero y este le devolvió la mirada e hizo un imperceptible gesto en dirección a la puerta. El joven salió y, antes de que volviera, el guarda la miró de arriba abajo y carraspeó un par de veces, agitado. Alissa se dedicó a acariciar el morro de Isola, acostumbrada como estaba a la reacción de la gente ante una robamentes.
El centinela volvió con una dama joven y espigada de unas veinte primaveras, ojos rasgados li-men-ti y una melena caoba que le caía en bucles sobre los hombros. Llevaba un vestido negro de seda con bordados en cintura y mangas y el puño dorado bordado bajo un escote cuadrado que dejaba al descubierto una tersa piel de tono cremoso.
La noble le dedicó una mirada de sorpresa a la recién llegada
—Mi señora, Hai Dec, dama y señora del Nithuyen y primogénita del excelentísimo duque de Lithai Hoa —anunció el hombre que la había traído.
La bruja se acarició las mejillas deslizando las palmas hacia arriba, como si intentase recoger agua de lluvia, al tiempo que flexionaba ligeramente la espalda. A aquel gesto se le llamaba ofrecer. No era la primera vez que trataba con una noble del sur y conocía el protocolo. Sin embargo, la chica se lo saltó y le tomó las manos.
—Señora… —comenzó Alissa.
—Oh, es un placer para mí recibiros, maestra Triefar. Señor Thuot, buscad al palafrenero para que se haga cargo de esta magnífica montura. Y vos —la miró—, haced el favor de acompañarme. No me imaginaba —dijo tirando de ella— que el gremio mandaría a la mismísima maestra Triefar.
La arrastró, con una mano en su hombro a través de la cocina de la mansión y salieron a los jardines interiores, en los que correteaban un par de chiquillos y, algunas damas, sentadas en poyos de mármol, charlaban animadamente. La escena era idílica, pero la visión de aquellos infantes hizo que un dedo invisible se clavara en su garganta. Por suerte para ella no se detuvieron allí, sino que se movieron hacia la puerta más cercana a la torre.
—No se imagina lo mucho que agradecemos su llegada. Es una bendición de Nghya Ki, sin duda —decía mientras tiraba de ella—. He rezado muchísimo, y la justicia ha escuchado mis plegarias. Oh, qué gran honor contar con la inestimable ayuda de una aincara de su nivel.
La enorme puerta se abrió a un salón alargado dividido en dos alturas por un par de escalones. Del techo pendía una gran lámpara de hierro forjado de la que colgaban pequeños cristales que emitían un fulgor blancuzco y, al fondo, dos alargados pendones con el escudo de los Dec flotaban contra la pared, acariciándola. La estancia estaba sujeta por cuatro pares de columnas que se fundían con las paredes laterales, en cuyos capiteles habían esculpido ídolos rechonchos de color claro y gesto sereno. Esas figuras de piedra estaban decoradas con trazos oscuros, probablemente retazos de las sagradas escrituras de los lags, del Bor-i-lek.
«El señor es justo, como justa es su obra».
El duque, sentado a la mesa que ocupaba casi por entero la parte alta de la estancia, charlaba animadamente con una bella dama de tez de ébano opulentamente vestida que tenía un pequeño gato de piel de cristal en el regazo. Mientras la joven Dec se aproximaba a su invitada ambos rostros se fueron girando hacia ellas, dejando que las sinceras sonrisas que habían mostrado hasta hacía unos segundos se diluyeran en sus rostros.
—Padre, señora Sabiou —casi gritó la joven Dec—, es para mí un honor presentarles a la maestra de Trescúpulas, Alissa Triefar. Señorita Triefar, os presento a mi padre, el duque Viat Dec, y a la duquesa de Tholia, Miama Sabiou, que ha tenido el detalle de venir en nuestra ayuda.
Las dos recién llegadas se quedaron a unos pasos de la oscura mesa, viendo como los duques se levantaban. Alissa repitió el gesto que había hecho en la puerta y dijo:
—Excelentísimo señor Dec, siento irrumpir de este modo en su hogar. Gracias por abrirme las puertas de su casa y recibirme con tanta presteza. Excelentísima señora Sabiou, es un placer conocerla. Conocerlos a ambos —se corrigió al final.
Los dos hicieron un asentimiento, que se vio interrumpido por la nerviosa voz de la hija del duque:
—Ha venido para ayudarnos con la bestia del lago.
—Nos honra con su presencia, maestra Triefar —dijo el duque, ofreciendo una sonrisa más comedida que la de su hija.
—El placer es mío, querida —intervino la duquesa, sujetando al animal contra su pecho. Este, adormilado, bostezó sin ganas—. Desde luego. No todos los días tiene una el placer de conocer a una persona de su talento. —Y se giró hacia el duque—. Me alegro mucho de verte, mi compañero, pero el viaje ha sido largo y me gustaría descansar un poco.
—Por supuesto, Mia. Durante la cena podremos charlar de los viejos tiempos. —Y le tomó la mano para besársela.
—Mejor hablaremos de los nuevos. Son mucho más —miró a Alissa antes de proseguir— interesantes. —Se movió alrededor de la mesa sin soltar al animal y se acercó a las chicas antes de volver a hablar—. Un placer, señora. Espero que pueda unirse a nosotros durante la cena. Una aventurera como usted podría hacer las delicias de una vieja aburrida como yo.
—Será un placer, excelencia.
—Y podría también deleitarnos con una de sus canciones. Según dicen, es una de las mejores liristas del mundo. —Y le tocó un hombro con la mano.
—Oh, yo también lo había oído —intervino Hai sin poder reprimirse.
—Es una exageración, me temo, pero estaré encantada de tocar algo si me lo permiten.
La duquesa le dedicó una sonrisa como respuesta, hizo un gesto con la cabeza a Hai Dec y salió de la sala.
—Por favor, maestra Triefar —habló por fin el duque—, tomad asiento junto a mí. —Y señaló la silla que había ocupado la duquesa hasta hacía unos minutos.
La mentalista obedeció mientras la joven que la había acompañado hasta allí ocupaba una butaca al otro lado de la mesa.
—Habéis hecho un largo camino para acudir en nuestra ayuda, noble aincara —dijo una vez se hubieron acomodado los tres, empleando aquella palabra con la que los sureños solían referirse a los mentalistas.
—Lo cierto es que soy una persona muy viajera y siempre he querido visitar las tierras de Campohundido. Además, el señor Ardah es un gran amante del sur de Ilargia —dijo con cautela, consciente de haber omitido la palabra reino. Era peligroso emplear aquella palabra con un duque o alguno de sus leales—. Vivió aquí durante algunos años en su juventud. Cuando llegó a sus oídos que había una criatura asolando a los pueblos en las orillas del Nithuyen, no se lo pensó dos veces y me hizo acudir, excelencia.
—Me alegro, me alegro. La verdad es que esa criatura