Nuestro maravilloso Dios. Fernando Zabala. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Fernando Zabala
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Сделай Сам
Год издания: 0
isbn: 9789877984576
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la paz, cayó sobre él el castigo, y por sus llagas fuimos nosotros curados” (Isaías 53:5).

      Jessica era un bebé de apenas 18 meses cuando accidentalmente cayó en un pozo en Midland, Texas, el 14 de octubre de 1987. Gracias a la cobertura que los medios de comunicación le dieron al hecho, el mundo entero presenció en detalle los frenéticos esfuerzos de los rescatistas para salvarle la vida. Después de 58 horas de ardua labor, y mucha tensión, Jessica fue finalmente rescatada. Todavía hoy se puede ver la foto de su rescate (que, de paso, obtuvo el premio Pulitzer en 1988); donde aparece ella en brazos de uno de los rescatistas.

      La experiencia que vivió la pequeña Jessica fue documentada y conservada para la posteridad en periódicos y revistas, canciones, libros y películas. Pero son las cicatrices que quedaron en su cuerpo las que cuentan su historia. No puede ser de otra manera. ¿Qué mejor que una cicatriz para traer a nuestra memoria experiencias que preferimos no haber vivido? ¿Qué mejor que una cicatriz para recordarnos que, a pesar de la dolorosa experiencia que vivimos, todavía estamos vivos? Esto es precisamente lo que Jessica McClure dijo en una ocasión en la que se celebraba un aniversario de su milagroso rescate: “Estoy orgullosa de mis cicatrices. Ellas me dicen que sobreviví” (“Stories in the Scars”, Signs of the Times, enero de 2000, p. 32).

      ¿Hay cicatrices en tu cuerpo, en tu corazón? ¿Qué historias cuentan? ¿La historia de un accidente que casi te quita la vida? ¿Historias de sueños rotos? Sea lo que fuere, lo importante es que todavía vives. Y porque hoy vives, puedes agradecer a Dios, no solo por esas cicatrices, sino también por las de su amado Hijo; las que Jesús padeció para perdonarte y darte vida eterna. De esas heridas habla nuestro texto de hoy: “Mas él fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados. Por darnos la paz, cayó sobre él el castigo, y por sus llagas fuimos nosotros curados” (Isa. 53:5).

      ¡Gracias, Jesucristo, por las heridas del Calvario! ¡Gracias porque, pudiendo permanecer en el cielo, preferiste sufrir con tal de salvarnos! Además de declarar el elevado precio que pagaste para salvarnos, por “las edades eternas, las heridas del Calvario proclamarán su alabanza y declararán su poder” (El conflicto de los siglos, p. 732).

      Gracias, Jesús, porque tus heridas nos dicen lo mucho que nos amas; y porque por tus llagas “fuimos nosotros curados”. ¡Bendito sea tu nombre, Señor, hoy y siempre!

      Dios continúa siendo fiel

       “Dichoso aquel a quien se le perdonan sus transgresiones, a quien se le borran sus pecados” (Salmos 32:1, NVI).

      ¿Quién queda más agradecido al perdonársele una deuda: al que se le perdona poco o al que se le perdona mucho?

      La respuesta la encontramos en el siguiente caso de la vida real, que relata Mark Finley. Es la historia de Steve y Kim, una pareja con problemas. Kim, la esposa, tenía un amante, y se proponía abandonar a Steve cuando ocurrió un hecho inesperado: Steve se ganó el premio de la lotería valuado en dos millones de dólares.

      La noticia colocó a Kim frente a un verdadero dilema: ¿dejaría a su esposo millonario, o terminaría la relación ilícita con su amante? Kim decidió seguir con su esposo, pero sin dejar al amante. Sin embargo, ¿cómo lo haría? Decidió contratar a un asesino a sueldo. Solo le costaría 500 dólares.

      Un día, mientras Kim discutía con su amante los detalles del plan, su hijo, de 21 años escuchó la conversación telefónica. Sin pérdida de tiempo, notificó a su padre, Steve, quien de inmediato contactó a la policía, y Kim terminó en la cárcel por intento de homicidio.

      Entonces ocurrió lo inaudito: Steve retiró los cargos contra Kim. No solo eso; además, hizo cuanto pudo para reducir su sentencia, y al final terminó pagando la fianza que le dio la libertad. Cuenta Finley que el perdón de Steve no solo quebrantó el corazón de Kim, sino también le dio el valor que necesitaba para poner fin a su aventura y salvar su matrimonio (“Million Dollar Love”, Signs of the Times, noviembre de 1999, p. 20).

      ¿Cómo pudo Steve perdonar tanto? Solo hay una explicación: Steve le perdonó mucho porque la amaba mucho. Kim, por su parte, que hasta entonces había estado ciega, pudo conocer la magnitud del amor de su esposo: un amor que se puso en evidencia cuando ella menos lo merecía y más lo necesitaba. Fue así como el amor a su esposo revivió en su corazón, porque a quien mucho se le perdona, mucho ama.

      ¿Cuánto te ha perdonado Dios? ¿Y cuánto lo amas? A mí me ha perdonado mucho. Por eso hoy quiero invitarte para que juntos pidamos a Dios que nos permita conocer cada vez más de ese gran amor, que no merecemos, pero que desesperadamente necesitamos. Ese amor que prefirió sacrificarse antes que abandonarnos.

      Gracias, Señor Jesús, porque a pesar de nuestra infidelidad y nuestras rebeliones, tú continúas siendo fiel. Gracias porque con tu muerte en la Cruz nos diste el perdón que no merecíamos, pero que tanto necesitábamos.

      ¿Primero el abrazo?

       “Muchos recaudadores de impuestos y pecadores se acercaban a Jesús para oírlo, de modo que los fariseos y los maestros de la ley se pusieron a murmurar: ‘Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos’ ” (Lucas 15:1, 2, NVI).

      ¿Por qué murmuraban los fariseos y los maestros de la ley contra Jesús? Nuestro versículo para hoy nos da la respuesta: porque el Señor recibía a los pecadores.

      Sin que se dieran cuenta, cuando esos maestros de la ley declararon que Jesús recibía a pecadores, con sus palabras expresaron la misión que trajo al Señor a nuestro mundo: “Llamar pecadores al arrepentimiento” (Mat. 9:13). Por supuesto, Jesús no los contradijo; más bien, por medio de tres parábolas, confirmó que Dios no solo recibe, sino además celebra con gozo cuando un pecador decide “regresar a casa”. Según el relato de Lucas 15, el hijo menor reclamó la parte de su herencia y abandonó el hogar de su padre. “Cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia y comenzó él a pasar necesidad. Entonces fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, quien lo envió a su hacienda para que apacentara cerdos. Deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba. Volviendo en sí, dijo: ‘¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre!’ ” (vers. 14-17).

      Cuando el hijo errante volvió a casa, ¿cómo lo recibió el padre? Dice el relato que “cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y fue movido a misericordia, y corrió y se echó sobre su cuello y lo besó” (vers. 20).

      ¿Nos damos cuenta de lo que sucede en ese encuentro? El padre no pide explicaciones; ni tampoco hace recriminaciones. Abraza y besa al hijo que estaba perdido, sin siquiera esperar que primero pida perdón. Y luego celebra en familia a lo grande. Por lo menos esta vez, acertaron los fariseos: ¡Dios recibe a los pecadores! Hoy quiero dar gracias porque nos abraza, incluso antes de que le pidamos perdón; y porque celebra a lo grande cuando, arrepentidos, regresamos a casa. Sobre todo, alabo su nombre porque “él es bueno, [y] porque para siempre es su misericordia” (Sal. 107:1).

      ¿Verdad que no es difícil amar a quien tanto nos ha amado?

      Gracias, Padre celestial, porque me aceptas sin recriminarme el mal que he hecho; y porque me amas, incluso antes de que te pida perdón. Quiero comenzar este nuevo día alabándote, y pidiéndote que me ayudes a vivir hoy de un modo que glorifique tu santo nombre.

      “Dios es amor”

       “El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (1 Juan 4:8).

      Si has leído Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, recordarás la peste de insomnio que azotó a Macondo, el pueblo donde se desarrollan las escenas de la obra.