CRISIS Y DECLIVE
El abandono de algunos de los nombres más significativos de su plantilla en 1978 había obligado a Triunfo a recomponer el elenco de firmas con algunas otras muy notables, pero ya sin el sello político de los que compartían dentro de la revista la experiencia vivida durante los difíciles años de la dictadura. Desde comienzos de 1978, su agenda volvió a sufrir una importante alteración, repartiendo su interés entre el proceso constituyente en España y la atención recuperada sobre el panorama internacional. Sin abandonar su posición de revista acostumbrada a enjuiciar estrategias políticas, Triunfo empezó a valorar muy positivamente el proceso de democratización entendiendo que la negociación con las fuerzas políticas de la derecha reformista procedentes de la dictadura estaba conduciendo a la «ruptura pactada».48
La gran preocupación de la revista era la fragmentación de la izquierda y, por ello, no dudó en advertir de que la responsabilidad de los partidos de izquierda era recuperar la unidad que había impulsado el cambio democrático en forma de plataformas unitarias.49 En efecto, la unidad de la izquierda había funcionado desde los años sesenta como un poderoso incentivo para lograr objetivos democráticos y había hecho de Triunfo una referencia ideológica insustituible. Avanzada la década de los setenta, la situación del país era otra muy distinta. La competencia electoral había disuelto toda posibilidad de estrategia conjunta y los esfuerzos de Triunfo por llamar a la unidad de la izquierda y recuperar ella misma el papel político que había desempeñado resultaban desesperados.
Ahora bien, si la política nacional no parecía prestarse a tácticas unitaristas, la agenda internacional quizá sí ayudara a ello. Después de dos años en los que había desatendido en su agenda periodística el panorama internacional, recuperó su atención sobre él en un intento de trazar el mapa de un nuevo internacionalismo ideológicamente funcional en el contexto de la Guerra Fría. La izquierda en Francia o en Italia, los movimientos insurreccionales en el Magreb o las guerrillas latinoamericanas ocupaban de nuevo las páginas y las portadas de Triunfo al igual que lo estaban haciendo en La Calle. El viejo antiamericanismo de la izquierda española ahora aparecía renovado en medio de la controversia política en torno a la OTAN. Tras dos años centrados en la actualidad interna española, en Triunfo se debió de percibir que la recuperación de un cierto internacionalismo antiimperialista podía atraer de nuevo el interés de los lectores hacia la revista y recuperar para ella el papel de liderazgo que había desempeñado en los años sesenta. Sin embargo, ninguna de estas estrategias funcionó y las cifras de tirada se desplomaban.
Su director, José Ángel Ezcurra, reconstruyó la memoria de aquel tiempo aludiendo a los intentos del PSOE por ejercer un control indirecto sobre la revista a partir de la compra de un abultado número de suscripciones. Ante semejante oferta, replicó Ezcurra que Triunfo «no podía ni merecía terminar en la condición de publicación subvencionada» (Alted y Aubert, 1995: 656). Mientras tanto, las reuniones en la redacción ponían de manifiesto lo que para los periodistas constituía una incomprensible deserción de los lectores, mientras los costes de producción de la revista no dejaban de aumentar a causa de la inflación y el descenso de ingresos por publicidad no encontraba freno. Desde esta posición de debilidad, el director de Triunfo recibió una nueva oferta, esta vez del círculo empresarial más próximo al presidente del Gobierno, que propuso a Ezcurra a través de Garrigues Walker efectuar una importante inyección de capital a cambio de que la redacción de Triunfo considerara «intocable» a Adolfo Suárez (Alted y Aubert, 1995: 657). No hubo respuesta al ofrecimiento. Sacrificar la esencia crítica e izquierdista de Triunfo en aras de la supervivencia debió de parecer un precio demasiado alto para su director y el resto de la redacción.
Tampoco Cuadernos para el Diálogo lograba remontar las dificultades económicas, que habían conducido al semanario a una situación crítica y hacían casi imposible su continuidad. Cada número semanal costaba entre tres y cinco millones de pesetas, con unas pérdidas que llegaron a los dos millones, con una redacción y plantilla que, en el último número, sumaban un director, dieciocho redactores, cinco administradores y más de ochenta colaboradores. En julio de 1976, Altares ya había explicado ante la Junta de Accionistas aquel «proceso lento, pero inexorable» que llevaba a la revista a perder lectores como resultado, apuntaba, de «la pérdida del papel protagonista que hasta entonces habíamos tenido como revista política de carácter democrático».50
En su caso, la vinculación directa al PSOE sí se contempló como una tabla de salvación y así, en el verano de 1977, Altares solicitó ayuda financiera a la socialdemocracia alemana a través de la Fundación Ebert (la misma que unos años después se convertiría en el centro de una intensa polémica sobre la financiación ilegal del partido). Envió para ello un informe en el que explicitaba las relaciones personales e ideológicas de la revista con el PSOE: «A lo largo de estos casi dos años últimos de periodicidad semanal, Cuadernos para el Diálogo ha logrado acreditar una imagen muy concreta de revista política de información y opinión cuya orientación ideológica es netamente socialista y próxima a las posiciones que mantiene el PSOE, aunque, como es evidente, defienda y sostenga su carácter independiente y pluralista».51
Esta gestión no tuvo éxito y el último paso fue dirigirse directamente al PSOE. La Comisión Ejecutiva trató el tema y acogió favorablemente la idea, pero bastante menos positivo debió de ser el juicio de la Comisión Económica ante las dificultades de inserir Cuadernos entre la restante prensa del partido, pues el proyecto tampoco salió adelante.52 Fue entonces cuando Enrique Sarasola, Carlos Zayas y otros accionistas de Cambio 16 ligados al PSOE abandonaron esa revista y decidieron invertir la cantidad abonada por sus acciones en Cuadernos, con el visto bueno de Felipe González. En una reunión con la dirección de Edicusa suscribieron el capital necesario, pero nunca llegaron a desembolsarlo en su totalidad.53 Altares intentó todavía una última gestión ante el presidente del Gobierno, Adolfo Suárez:
He llamado a todas las puertas: gobierno, partidos, personalidades. En todas la misma respuesta alentadora: Cuadernos no puede morir porque es una institución que ha defendido y defiende valores que son imprescindibles en la España de hoy y de mañana, el futuro necesitará todavía más a la prensa libre... Pero las promesas no han encontrado cauce.54
Como afirmaba Altares en una entrevista, «sólo pedíamos dos semanas de lo que al Estado le está costando el diario Pueblo, cuya ayuda anual supera los 700 millones de pesetas».55 Tampoco los accionistas respondieron a la llamada de Altares para