Varios factores contribuyeron a este declive; algunos ya los hemos apuntado. Ahora los lectores podían elegir entre una oferta más amplia porque los viejos diarios habían recobrado sus funciones informativas y aparecieron otros nuevos, como El País y Diario 16 en 1976 y El Periódico de Catalunya en 1978. En particular, El País supo atraer a muchos lectores habituales de Triunfo o Cuadernos para el Diálogo con un lenguaje y unos contenidos que mantenían ciertas líneas de continuidad, como la altura intelectual y cierto didactismo de los artículos (Vázquez Montalbán, 1995: 171-179). Además, el mercado de revistas estaba saturado cuando, en cambio, el número de lectores no había crecido proporcionalmente.56 Las revistas de información general alcanzaron en 1978 la cifra récord de 69.378.885 ejemplares de difusión conjunta, con un incremento para la década de los setenta del 84,87 %, pero, a partir de ese momento, su difusión iba a bajar hasta los 48.386.272 ejemplares en 1980 y a estabilizarse en una media de 45 millones durante la década de los ochenta (Cabello, 1999).
También se produjo un transvase de lectores hacia las revistas especializadas y los suplementos de la prensa diaria, así como a la radio y la televisión, que habían mejorado notablemente la calidad de sus programas de actualidad. Es verdad que en los últimos años las revistas críticas habían ganado en credibilidad, pero llegaban solo a una minoría lectora. «El cambio político no ha comportado un interés creciente por la prensa. Los desheredados de la cultura, en este caso de la información, no han sido recuperados para la lectura», escribía César Alonso de los Ríos en La Calle a propósito de la desaparición de Cuadernos.57
La consolidación institucional de la democracia supuso el final de la oleada de movilización de la sociedad civil producida durante los últimos años del franquismo y los primeros de la Transición. En toda Europa, la resaca del 68 trajo consigo la desaparición de una parte de la prensa de izquierdas, y los medios que sobrevivieron tuvieron que aligerar sus contenidos políticos, haciéndose más moderados y sumándose al prestigio posmoderno de lo cultural (Van Noortwijk, 1995: 497). Si en algo se diferenció España fue en la intensidad del proceso, fruto de unas circunstancias excepcionales, de manera que al auge de la prensa progresista siguió en pocos años su crisis, con la desaparición de revistas semanales tan significativas como La Actualidad Española, Mundo, Doblón, Opinión o Posible. El propio Altares admitía entonces que «el desfase entre Cuadernos para el Diálogo, Triunfo, La Calle y todas las revistas y la realidad es inmenso».58 Se empezaba a hablar de «desencanto». Cuando dos años después Triunfo cambió su periodicidad para intentar superar la crisis, El País escribía:
La forzada transformación de Triunfo de semanario en mensual no sólo es un acta de acusación contra la política informativa gubernamental y contra ese estado de libertad amenazada, vigilada, de la España de 1980 [...] También plantea, al igual que lo hizo la desaparición de Cuadernos para el Diálogo, un serio interrogante acerca de la capacidad de la vida española, al margen de las estructuras estatales, para alimentar y reforzar ese tejido social de instituciones y centros de poder autónomos del que tanto habla, pero al que tanto teme la clase política (Alted y Aubert, 1995: 669).
Triunfo, al igual que Cuadernos, se había dedicado durante el franquismo a la exploración posibilista de nuevos espacios expresivos, desplazando unos límites casi siempre implícitos y subjetivos, con abundante recurso a las metáforas y elipsis. Ese «semioperiodismo», como lo definió Ezcurra, explica en parte su desaparición tras el restablecimiento de la democracia, cuando el lenguaje recuperó su función denotativa y la política, la cultura o el periodismo parecían volver a ocupar su lugar. El psiquiatra Castilla del Pino lo explicaba para el caso de Triunfo: ese «criptolenguaje» se basaba en que el discurso no fuera explícito y el lector tuviera que descodificarlo gracias a la complicidad con el autor (o autores), pero eso «cesa cuando en España, inmediatamente después de la muerte de Franco, es posible un discurso político explícito, y se vuelve a hacer política por unos y por otros de la única manera que la política ha de hacerse: explícitamente» (Alted y Aubert, 1995: 72).
Es posible que los lectores de Triunfo ya no estuvieran interesados, ni necesitados de una revista que les proporcionara doctrina ideológica. Los tiempos de la doctrina habían pasado y los niveles de compromiso político con un partido o con una revista política estaban cayendo a velocidad de vértigo en la sociedad española. La situación económica dentro de la empresa empezaba a resultar dramática y la primera decisión que se abordó fue la de reducir su número de páginas para rebajar con ellas los costes de producción, pero no resultó suficiente. El 12 de julio de 1980 la edición de Triunfo se interrumpía para reaparecer renovada en noviembre del mismo año como revista mensual con una nueva numeración. El cambio de periodicidad traía aparejado un cambio radical en su concepción como revista de información general y una reestructuración de su plantilla de colaboradores, entre los que destacaban Montserrat Roig, de vuelta tres años después de su marcha de Triunfo, Fernando Savater, Rosa Montero, Cristina Peri Rossi, Manuel Vicent o Ignacio Ramonet. En noviembre de 1980, Triunfo abandonaba la condición política que le había acompañado desde 1962 y aparecía ante sus lectores reconvertida en una revista literaria con colaboraciones de carácter ensayístico y creativo desligados de la actualidad.59
Reconvertida en una nueva revista, Triunfo se las arregló para sobrevivir hasta agosto de 1982, dos meses antes de la victoria socialista. Para muchos, la Transición, con mayúscula, acaba aquí, y con ella la historia de Triunfo. La ruptura y el conflicto emprendieron su propio proceso de institucionalización, la soñada unidad de la izquierda no encontró forma de materializarse ni en el ámbito político ni en el sindical, los sucesivos procesos electorales acabaron marcando y estrechando los límites del escenario político y, finalmente, la propia dinámica del mercado acabó delimitando también sus propios márgenes en el ámbito periodístico. El País lamentaba, entonces, la desaparición de Triunfo, tras la de Cuadernos para el Diálogo:
... dos publicaciones periódicas que tan decisivamente contribuyeron, en el parlamento de papel de la última etapa del franquismo, a difundir los valores democráticos, los principios de la libertad y el compromiso con los derechos humanos no han podido mantenerse en esa España constitucional por cuyo advenimiento combatieron durante los tiempos difíciles (Alted y Aubert, 1995: 679).
Mientras tanto, la situación económica y laboral en La Calle empeoró muy significativamente desde 1980, apenas dos años después de salir al mercado. De acuerdo con lo publicado en El País, las oficinas de La Calle fueron embargadas en septiembre de 1980 y un año más tarde, en julio de 1981, de nuevo el diario El País anunciaba la «subasta de la cabecera La Calle» para sufragar la deuda contraída con Joaquín Francés, jefe de la sección de «Internacional», por despido improcedente. En la misma situación se encontraban otros seis trabajadores de la revista.
Finalmente, la cabecera no fue subastada.60 Se llegó a decir que estaba sufriendo un boicot publicitario, que explicaría el descenso brusco de publicidad en sus páginas, especialmente desde 1980.
Pero lo cierto es que La Calle estaba acusando el mismo declive que el PCE y por causas similares.61 Tras el fracaso electoral de 1977, este dejó de ser el eje en torno al que había girado el discurso de la izquierda durante décadas. De pronto, la sacudida electoral le colocó en los márgenes del arco parlamentario. A partir de ahí y reformando su discurso intentó recuperar posiciones institucionales pactando con el Gobierno y renunciando al leninismo en el Congreso de 1978. Esto provocó un