Lo que sí parece claro, a la luz de su línea editorial en 1977, es que las críticas de Triunfo al PCE debieron de ser el detonante para que los redactores más vinculados al partido decidieran abandonar la revista y fundar La Calle con el fin de reforzar la imagen pública del Partido, con mayúscula, tan debilitada a lo largo de ese año por los decepcionantes resultados electorales y por las renuncias programáticas que comportó la firma de los Pactos de la Moncloa. De este modo, recién iniciado 1978, el PCE se encontraba con dos importantes respaldos: la revista La Calle y el sindicato Comisiones Obreras (CC. OO.), ambos esenciales para compensar la situación políticamente debilitada del comunismo. De la revista y del sindicato se esperaba que contribuyeran a ganar en el espacio mediático y laboral la posición hegemónica que el PCE no había alcanzado en las instituciones a través de las urnas.
Finalmente, el primer número de la revista La Calle salió a la luz el 28 de marzo de 1978 con el resultado de una traumática escisión dentro del grupo que hasta entonces constituía lo más emblemático del equipo de redactores del semanario Triunfo: Manuel Vázquez Montalbán, Fernando Lara, César Alonso de los Ríos, Nicolás Sartorius y Julia Luzán entre otros. Que Teodulfo Lagunero fuera su accionista mayoritario y Pilar Brabo la encargada de conseguir socios para la nueva empresa indican que detrás de la iniciativa de poner en marcha La Calle estaba, si no el PCE de manera orgánica, sí algunos de sus militantes más significativos. Alguno de ellos, como Nicolás Sartorius, fundador de CC. OO., ocuparía un lugar relevante en la nueva redacción tras su ruptura con Triunfo en octubre de 1977, y su hermano Jaime, un puesto en el Consejo de Administración de la empresa editora de la revista, Cultura y Prensa S. A., junto al propio Lagunero. Otros accionistas que también ocuparon un lugar de relevancia en el Consejo de Administración fueron Luis Larroque, abogado vinculado al PCE desde 1976, y Jesús Martínez Guerricabeitia, empresario valenciano y mecenas cultural, hermano del fundador de la editorial Ruedo Ibérico, otro emblema del antifranquismo. En el plano periodístico, la responsabilidad correría a cargo de César Alonso de los Ríos y de Carlos Elordi, ambos militantes comunistas, como director y subdirector respectivamente.
En su primer editorial, César Alonso de los Ríos justificaba la publicación de La Calle como la mejor manera de compensar la frustración de unos lectores de izquierda que demandaban una publicación «coherente» con sus ideas y unos redactores que ansiaban un medio donde «escribir a su aire». Insistía en que La Calle no iba a ser una revista neutral, pero tampoco una plataforma ideológica, ni por supuesto un órgano de partido. De acuerdo con este primer editorial, el equipo de redactores de la revista aspiraba a «replantearlo todo», proporcionando a sus lectores una visión política de la vida.41 Esta afirmación es la que con seguridad explica el interés y la extraordinaria carga profesional −atendiendo al número de periodistas y páginas ocupados− que la revista depositaba en las secciones de «Economía», «Laboral» y «Política». Para La Calle se trataba de un momento clave en la construcción de un modelo económico que consolidara la conquista de derechos laborales, a la vez que la influencia social de los sindicatos como agentes sociales imprescindibles en la interlocución laboral.42 En el plano político, del proceso constituyente no interesaba más que la estructuración territorial del Estado y la presión preautonómica, que se dejaba sentir tanto en las marchas populares como en las entrevistas en los despachos.43 En este sentido, a Cataluña se le reservó un destacadísimo peso informativo ya desde que, en el primer número de La Calle, Andreu Claret anunciara el viaje de Tarradellas a Madrid y se hiciera eco del temor advertido entonces por la izquierda del riesgo de presidencialismo que representaba su figura.44
«Reportajes» e «Internacional» constituyeron igualmente secciones de especial relevancia ideológica dentro de la revista, de manera no muy distinta a lo que habían supuesto en Triunfo. Los reportajes de La Calle configuraron una intensa agenda social desde la que se postulaba el asociacionismo vecinal, feminista, etcétera, así como la sensibilidad hacia los colectivos más vulnerables y los temas directamente relacionados con un potencial estado del bienestar: viviendas sociales, sanidad y enseñanza públicas, junto a aquellos otros vinculados a la urgente conquista de derechos como el divorcio, los anticonceptivos o la homosexualidad. Todo ello sostenido con las firmas de Maruja Torres, Jorge Martínez Reverte, Ricardo Gil Cañaveral o Raúl del Pozo.
Si los asuntos sociales demarcaban un claro programa político, no quedaba al margen la sección de «Cultura», a cargo de Javier Alfaya desde el primer al último número y acompañado por un amplio elenco de nombres como el de Javier de Cambra, Juan Manuel Bonet, Inma Julián, Fernando Lara, Antonio Elorza, Roberto Mesa o Ignasi Riera. La revista La Calle, fiel exponente de lo que venía representando la izquierda marxista desde los años sesenta, entendía la cultura como un espacio estratégico de ideas y valores desde el que hacer política. Por esta razón, la sección cultural de La Calle estaba tan comprometida con la ética de la izquierda como lo estaban los autores y las obras de las que daba cuenta. No había cultura sin compromiso político, ya se hablara del teatro de Brecht, de Strindberg o del cine de Buñuel, ya de la obra pictórica de Bacon o de la Feria de Abril de Sevilla, a la que se definía como una impúdica exhibición de las diferencias de clase.45 La Calle se hizo prescriptora cultural en la misma medida en que era prescriptora política o sindical: la cultura o era de izquierdas o no era, de ahí su aversión a esa otra cultura popular de arrastre masivo que ofrecía a su público «valores reaccionarios en envase moderno».46
Mientras tanto, desde la sección de «Internacional», La Calle empezaba a configurar un actualizado mapa del internacionalismo al gusto y conveniencia del que iba a salir del IX Congreso del PCE en abril de 1978.47 En este congreso, con el respaldo mayoritario de los asistentes, el Partido Comunista abandonó el marxismo-leninismo como doctrina oficial del partido para adoptar en su lugar el eurocomunismo y con él una nueva identidad, la de «partido marxista, revolucionario y democrático». El nuevo internacionalismo comunista dejaba atrás definitivamente la influencia del comunismo prosoviético para incluir a todas aquellas fuerzas revolucionarias y de izquierdas que pudieran contribuir a configurar «un frente anti-imperialista mundial» (Treglia, 2011: 27). En lógica consecuencia, La Calle amplió su agenda internacional más allá de Europa, donde le interesaban la socialdemocracia alemana, el socialismo en Italia o Francia y el movimiento sindical minero en Gran Bretaña. En América Latina prestó especial atención a las guerrillas centroamericanas y a la actualidad cubana, y en África a sus movimientos armados. Como contrapunto, se publicó una sección titulada, con evidente sarcasmo, «Las Cosas del Imperio», dedicada por supuesto a Estados Unidos. Todo ello dio como resultado una revista crítica de izquierdas, muy conectada con las aspiraciones de secularización y modernización radical del país compartidas por un colectivo de lectores instruidos y de arraigada conciencia política.
La deriva ideológica y estratégica del PCE, que había condicionado la fractura en Triunfo, influía ahora tanto en la línea editorial como en la agenda de La Calle