Es la Verdad de Cristo la que el mundo necesita. Pertenece a los designios de la Providencia, como lo han enseñado un Papa tras otro desde hace más de 200 años, que el culto y devoción al Corazón de Jesús han de contribuir decisivamente a preparar la gran conversión anunciada en las Escrituras. La Iglesia no ha dejado de proclamar al mundo su esperanza en tal conversión; en realidad, doble, y conexa una con otra. Por una parte, la conversión universal, la de todos los pueblos (“el mar”, “las naciones”) que reconocerán un día a Cristo como a su Rey, a quien son debidos toda obediencia y amor.
Por otra parte, también está anunciada la conversión del pueblo de Israel (cuando se le descorra el velo que le impide reconocer en Jesús al Mesías aguardado: cf. 2Co, 3, 12-16), la cual será de inmenso bien para todas las naciones, todas las gentes. San Pablo expresa en el capítulo once de la Carta a los Romanos: “porque si su reprobación [–la de Israel–] ha sido la reconciliación del mundo [–ocasión de anunciar el Evangelio a las naciones–] ¿qué será su readmisión sino como una resurrección de entre los muertos?”. El Concilio Vaticano II, en la declaración Nostra aetate, expresa en estos términos la esperanza de la Iglesia en la conversión universal:
“La Iglesia tiene siempre ante sus ojos las palabras del apóstol Pablo sobre sus hermanos de sangre, a quienes pertenecen la adopción y la gloria, la alabanza, la ley, el culto y las promesas; y también los patriarcas, y de quienes procede Cristo según la carne (Rm 9, 4s), hijo de la Virgen María. Recuerda también que los apóstoles, fundamentos y columnas de la Iglesia, nacieron del pueblo judío... Como afirma la Sagrada Escritura, Jerusalén no conoció el tiempo de su visita (cf. Lc 19, 42). Gran parte de los judíos no aceptaron el Evangelio (cf. Rm 11, 28) ... No obstante, según el Apóstol, son todavía muy amados de Dios a causa de sus padres porque Dios no se arrepiente de sus dones y de su vocación. La Iglesia, juntamente con los profetas y el mismo Apóstol (cf. Rm 11, 11-32), espera el día, que sólo Dios conoce, en que todos los pueblos invocarán al Señor y servirán como un solo hombre” (Sof 3, 9)4.
La vocación del pueblo de Israel, del que toma carne el Verbo, llamado a ser “luz de las naciones” –vocación, nunca cancelada– ha sido siempre confesada por la Iglesia por fidelidad a la palabra de Dios revelada, y pese a que ha pervivido cierto extendido antisemitismo en ambientes católicos. Ha sido pueblo sometido en la historia a grandes padecimientos, y no siempre sin culpa, pero al que Dios sigue manteniendo sus promesas. El Concilio Vaticano II ha querido poner más de relieve esta verdad.
Sólo Dios sabe cuándo será la anunciada conversión de Israel y suceda que “los reinos de la tierra se conviertan en reinos de nuestro Dios” (cf. Ap 11, 15). La Revelación enseña, y la historia refrenda, que el olvido o pérdida de vigor de estas verdades5 (y consiguientemente, la del gozo definitivo del amor de Dios en la vida eterna) repercute en daño de la humanidad, y afecta en especial a la vida del cristiano al tentarlo de naturalismo, de proceder en la práctica, en su obrar, con olvido de Dios.
El p. Orlandis, inspirador de Schola Cordis Iesu, decía que aun no siendo los males más graves este naturalismo práctico y el liberalismo ambiental, sí son muy insidiosos para muchos cristiano. Ante esto, entendió que la vocación de su vida era dar a conocer el tesoro de la devoción al Corazón de Jesús como el providencial remedio al naturalismo y su aneja frialdad religiosa, y el dar a conocer, ante el liberalismo, la verdad de la realeza de Cristo sobre la humanidad entera; y viviendo ambas verdades según el providencial camino de infancia espiritual trazado por santa Teresa de Lisieux.
Signo muy especial de los tiempos, que ha marcado al siglo XX y preanuncio de futuros inmensos bienes son los mensajes que, de una manera del todo asombrosa humanamente hablando, ha dado la Virgen María en Fátima en 1917. Tras su llamada a consagrar Rusia y el mundo a su Inmaculado Corazón se han dado hechos de trascendencia universal (2ª guerra mundial, expansión del marxismo por el orbe, caída del comunismo en Rusia y satélites... ). Estos mensajes son luz extraordinaria sobre la realidad de nuestro universo contemporáneo, y a la vez gozoso motivo de esperanza en la intervención de la Madre de Dios en bien de sus hijos: la humanidad entera por Cristo redimida y del todo necesitada de conversión.
Para la elaboración de estos Apuntes han servido fundamentalmente los manuales y colecciones de historia eclesiástica e historia general de uso más común y valor reconocido, y de los que en cada caso se da la conveniente cita.
A un conjunto de personas que ha contribuido muy directamente en la redacción de estas síntesis deseo expresar mi más reconocido agradecimiento; en especial, a mis profesores de Historia eclesiástica en la Gregoriana, los padres jesuitas Vincenzo Monachino, Hans Grotz y Mario Fois; y de modo muy entrañable, a don Francisco Canals Vidal. A sus pacientes enseñanzas orales durante años, y al gran número de sus escritos, deben sobre todo su existencia estos Apuntes. Movido por el santo anhelo de que el Corazón de Cristo reine en el mundo, se prodigó en Schola Cordis Iesu, y en tantas otras partes adonde le llamaban, para prolongar el magisterio del padre Ramón Orlandis Despuig, S.J., providencial gran transmisor de la conciencia que la Iglesia posee de ser el Pueblo de Dios en medio de la historia.
1 Cf. Aps5, 327 (El mesianismo o milenarismo marxista). Ya en los años 1930 notables autores católicos (cf. CN1, 24), y de manera muy significada el ortodoxo ruso Nicolás Berdiaeff, en sus obras La religión del marxismo. La idea del mesianismo proletario (cf. Revista Cristiandad, 1 jul 1945, p. 299-301) y El sentido de la historia (cf. Ibid. p. 339s), ponían de manifiesto las raíces religiosas del comunismo, su inversión de la salvación de Cristo por una del todo antropocéntrica ligada a una lectura de la Biblia en clave interpretativa marxista sobre el sentido de la historia. Muy expresiva al respecto es la calificación del comunismo como una “herejía del cristianismo” –no una teoría económica más– hecha por Philippe Chenaux, profesor de historia en la Universidad vaticana de Letrán, en su reciente obra L´Église catholique et le communisme en Europe (1917-1989).
2 Cf. UR4, 294-299; Aps1, 124s (Nota sobre la pervivencia de gnosticismos y dualismos maniqueos), El ideal gnóstico de la salvación por la ciencia, pretendido introducir en las primitivas comunidades cristianas (cf. Aps1, 137-139), revive en gran manera en la filosofía de Hegel.
3 Conocida es la importante obra de Henry de Lubac El drama del humanismo ateo, que hoy sigue publicando Encuentro Ediciones. Motivo siempre de reflexión es el hecho de que estas ideologías inmanentistas, que han alcanzado extensión universal y sin las que no se explican un sinnúmero de realidades contemporáneas de primera magnitud, han provenido casi sólo de pensadores germanos, franceses e ingleses. El hecho del llamado “ateísmo práctico”, el que prescinde y ni se cuestiona la existencia de Dios, extendido en la actualidad, no puede ser atribuido sin más al consumismo o al puro hedonismo actuales, pues desde mucho antes ha operado en las conciencias un conjunto de ideologías que en mayor o menor grado han afectado a la fe y a la moral.
4 Cf. VATICANO II, Declaración Nostra aetate, nº 4
5 El olvido o debilitamiento de la verdad de que Cristo es el Alfa y Omega de la humanidad –“el Príncipe de los reyes de la tierra” (Ap 1, 4)– ha contribuido a reforzar las dos antiguas y persistentes tentaciones contrarias: la de acomodarse a la Babilonia de las grandes corrupciones morales (a lo establecido: “es lo que hay”) sin mayor esperanza o perspectiva de futuro, o la de servir a la Bestia que, recrecida por los grandes resentimientos