La primera decisión política efectiva del Kremlin llegó el 2 de agosto de 1936. El decreto que abrió la política soviética hacia la República no se dirigía al acosado gobierno de Madrid, sino a un público cautivo en la URSS. Stalin aprovechó el alzamiento nacionalista como una oportunidad para conseguir apoyos domésticos para su régimen y sus políticas de frente popular contra el franquismo. Moscú actuó para convertir los acontecimientos en la lejana Península Ibérica en una causa para la que el pueblo estaba obligado a demostrar su apoyo ruidosamente y realizar significativas contribuciones individuales de ayuda humanitaria. Esta campaña de solidaridad fue intensamente coordinada, meticulosamente dirigida y escatimó pocos recursos.13 Se inició a partir del 3 de agosto con manifestaciones de un gran número de trabajadores en ciudades a lo largo de la URSS, que lanzaron llamamientos de solidaridad con la República española. Según la cobertura de la prensa soviética, y confirmado por algunos observadores extranjeros, estos actos de apoyo movilizaron importantes masas de trabajadores, entre los 10.000 de Tbilisi y 30.000 en Minsk hasta 100.000 en Leningrado y 120.000 en Moscú.14 A finales de 1936, las donaciones llegaron a sumar 115 millones de rublos (4.791.000 libras esterlinas).15 Estos fondos se utilizaron para comprar comida, ropa, medicinas y juguetes infantiles, que fueron enviados a España en embarcaciones soviéticas.16
Para apoyar las campañas de solidaridad, el Politburó autorizó el envío del corresponsal de Pravda Mikhail Kolstov para que empezara la cobertura de la guerra directamente desde la zona republicana. Kolstov fue seguido por dos periodistas más: Ilya Ehrenberg, de Izvestiia, y Ovadii Savich, corresponsal de TASS (la agencia de noticias estatal).17 La tarea de los periodistas fue proporcionar contenido para el creciente volumen de cobertura de la guerra civil española ofrecido en la prensa nacional soviética. Uno de los resultados de esta movilización de prensa fue que el espacio dedicado a España en Izvestiia pasó de un ya significativo 10% hasta un 25% del periódico.18
Mientras tanto, el Politburó envió a dos realizadores de cine a España: Roman Karmen y su asistente Boris Makaseev. Su emocionante bautizo en la cinematografía de guerra es indicativo del gran valor que el Kremlin estaba ya dando a la guerra española y su potencial de explotación en la URSS.19 El Politburó ordenó a los cineastas salir hacia España el 18 de agosto de 1936, exactamente un mes después del alzamiento.20 La pareja viajó por aire a París –pasando directamente por encima del estadio olímpico de Berlín donde se estaban desarrollando los famosos Juegos Olímpicos–, continuaron por tierra hasta la frontera española, y el 23 de agosto llegaron a la zona republicana, donde empezaron a rodar inmediatamente. Dos días después enviaron seiscientos metros de película expuesta sin editar a Moscú. Ésta se procesó rápidamente y el primer noticiario editado, K sobytiiam v Ispanii (Sobre los sucesos de España) se estrenó en las principales ciudades soviéticas el 7 de septiembre, apenas tres semanas después de que el Comité Central hubiera aprobado los fondos para los cineastas.
Dada la gran distancia entre los dos países, la rápida movilización de los soviéticos en el ámbito del cine fue sin duda impresionante. En tres semanas, el régimen estalinista había incorporado con éxito metraje cinematográfico editado de la guerra de España en las campañas domésticas de solidaridad en favor de la República. El ritmo vertiginoso de la primera producción cinematográfica se mantuvo durante varios meses, y se produjeron más episodios durante casi un año. Karmen y Makaseev estuvieron durante once meses en la España republicana21 y rodaron material para veinte noticieros, varios documentales, incluyendo Madrid se defiende (1936), Madrid en llamas (Madrid vogne, 1937) y el largometraje Ispaniia (España), que apareció tras el final de la guerra, en 1939.22 Su trabajo, junto con el de los periodistas soviéticos, llevó la guerra de España a un público soviético fascinado. Hacia principios de septiembre, los ciudadanos soviéticos estaban leyendo diariamente reportajes en primera página sobre la guerra de España y viendo en las salas de cine imágenes cinematográficas del conflicto. Así, entre las campañas de solidaridad y la intensa cobertura mediática, la guerra de España se había convertido en una causa de enorme importancia ideológica y emocional para los trabajadores de la URSS.
La siguiente fase en la creciente implicación de la URSS en los asuntos españoles fue la premura del Kremlin para conseguir un acercamiento diplomático con la Segunda República, a partir del cual promocionar al gobierno de Madrid a una inusual posición privilegiada de aliado y amigo.23 El 22 de agosto, el gobierno soviético nombró a Marcel Rosenberg como su embajador en Madrid.24 Rosenberg y su amplio personal, que incluía agregados económicos y militares, llegaron a España antes del final de ese mes. Vale la pena destacar que a pesar de una búsqueda coordinada, el Politburó mandó a la embajada española sólo un diplomático con conocimientos de castellano, Leon Gaikis, quien después sería promocionado a embajador.25 Sin duda, una importante función de los nombramientos en Madrid era proporcionar cobertura a los agentes de inteligencia de Stalin. Uno de ellos era Comisario del Pueblo para Asuntos Internos (NKVD) y representante de alto rango en España, Alexander Orlof, quien se presentó por primera vez ante el embajador Rosenberg el 16 de septiembre de 1936.26 Para completar el cuerpo diplomático inicial, el 21 de septiembre el Politburó nombró a Vladimir Antonov-Ovseenko, héroe de la revolución y uno de los líderes del asalto al Palacio de Invierno, como cónsul general en Barcelona.27 Estos viejos y fiables bolcheviques dieron a sus cargos un innegable prestigio y seriedad que subrayaba el compromiso soviético con la República. Y seguramente no se involucraron demasiado en la política republicana. Esa acusación, parte de una más amplia difamación sobre la participación soviética en la guerra, fue producto de una serie de memorias poco fiables de la posguerra del socialista Luis Araquistáin, que después fueron tomadas como un evangelio por varias generaciones de historiadores occidentales ciertamente tendenciosos.28