Y muy cerca de allí, los teatros Apolo, Principal o Tyris, entre otras salas, sirvieron como lugar de celebración de mítines por parte de las principales organizaciones antifascistas. O también el de la Metalurgia (antes calle Caballeros, sede del actual teatro Talía), el Coliseum, el Capitol, el Olympia, etc. Los teatros y cines valencianos actuaron, así, como auténticos espacios de la política. Allí se celebraban mítines, asambleas, plenos, conferencias o congresos de aquellas organizaciones, abundantísimos durante estos meses. Fueron muy frecuentes, asimismo, las concentraciones, los desfiles y las manifestaciones públicas en las calles, en defensa de la lucha antifascista y la causa republicana en sus más diversas tendencias políticas, en una actividad frenética que tendía a la ocupación permanente del espacio público. Y también los actos de homenaje a países solidarios con la España republicana (la Unión Soviética, México), a héroes caídos en la lucha contra el fascismo (Buenaventura Durruti), líderes históricos del movimiento obrero (Pablo Iglesias, Anselmo Lorenzo), lugares de resistencia al avance franquista (Madrid, País Vasco, Asturias) o incluso a cualquier episodio que pudiera servir para animar la causa del esfuerzo de guerra (los marinos del Komsomol). Otro fenómeno habitual en estos momentos fue la celebración –a medio camino entre la propaganda, la solidaridad, el ocio y el espectáculo– de las veladas y los festivales teatrales y musicales de carácter benéfico (en apoyo a los hospitales de sangre, las milicias, los refugiados, etc.), muchos de ellos organizados en los teatros y cines ya mencionados. Sin duda, tal como señalan Safón y Simeón (1986: 90), la vida de los valencianos fue, durante este periodo, un «constante reunirse y desreunirse».
Como apuntábamos, el despliegue de un ingente número de carteles, rótulos, pancartas o grafitis fue un elemento muy visible de esta omnipresencia de la política en la Valencia capital de la República. Las pancartas y los carteles no cubrían solo los edificios oficiales o las sedes de las organizaciones políticas o sindicales. También, como vimos, el Ministerio de Propaganda u otras entidades dedicadas a similares fines los exhibieron en emblemáticos inmuebles del centro de la ciudad. Los muros de muchos edificios urbanos se convirtieron en agentes de la movilización sociopolítica que se vivió en esos momentos. Toda una eclosión simbólica, gritos pegados a la pared que conformaron una variopinta polifonía de mensajes (en sintonía con la diversidad política característica de la retaguardia republicana) y un auténtico maremágnum semiótico; una sopa de siglas, pero también de iconos y representaciones. La producción de una abundante cartelística y propaganda de guerra en general, en ocasiones de gran calidad, fue uno de los sellos distintivos de la República durante la guerra. Y los muros de las calles valencianas así lo mostraron. También los rótulos y grafitis llegaron a otros espacios, como los transportes públicos… Es el caso, por ejemplo, de los tranvías, como recuerdo tal vez de la eclosión simbólica de los primeros meses revolucionarios, cuando las pintadas con las siglas de las principales organizaciones antifascistas se multiplicaron en el espacio urbano.
EFERVESCENCIA CULTURAL
También la vida cultural se intensificó en Valencia durante ese año de capitalidad, en sintonía con su nuevo protagonismo político, ofreciendo un rico y variado panorama pleno de iniciativas y experiencias. La actividad en este ámbito se multiplicó entonces frenéticamente, lo que dio lugar a una producción cultural no solo amplia, sino también, por lo general, de gran calidad. Ello se debió, en gran medida, a la aportación de destacados escritores, artistas e intelectuales valencianos, españoles y extranjeros que confluyeron en Valencia y que coincidieron en prestar así su servicio a la causa antifascista, y de todo ello acabaría beneficiándose la ciudad. Así, por ejemplo, la labor ya desplegada por los intelectuales y artistas valencianos se vio reforzada, sin duda, por la ya comentada presencia en Valencia de un nutrido grupo de pensadores, científicos y escritores republicanos evacuados de Madrid y acogidos temporalmente aquí, algunos ubicados en la ya citada Casa de la Cultura del Hotel Palace. La colaboración estrecha con las actividades desarrolladas por los Ministerios de Instrucción Pública o de Propaganda, la Alianza de Intelectuales para la Defensa de la Cultura (AIDC) u otras entidades, en exposiciones artísticas, conferencias o actos literarios, contribuyó a hacer de Valencia la auténtica capital cultural de la República española durante este periodo (Aznar, 2007; Aznar, Barona y Navarro, 2008). Se partía, en general, de una concepción popular y revolucionaria de la cultura, considerada como arma y estandarte de la lucha contra el fascismo. Así pues, cultura y propaganda estaban estrechamente vinculadas y resultaban difícilmente diferenciables. Por otro lado, además de por su calidad, esta producción destaca por su diversidad: publicaciones en forma de revistas (recordemos, por ejemplo, Buque Rojo u Hora de España, en cuyas páginas escribieron Rafael Alberti, Luis Cernuda, Miguel Hernández, María Zambrano o José Bergamín, entre otros muchos) o libros; carteles, pinturas, dibujos; exposiciones; actos literarios y artísticos; montajes teatrales; conferencias o congresos (con el célebre Segundo Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, sin duda, como emblema), etc.
La multiplicidad de órganos emisores es asimismo manifiesta. En primer lugar, la labor cultural desarrollada por las instituciones estatales fue notable, y abarcó desde la salvaguarda del patrimonio histórico-artístico a la extensión educativa y las actividades de agit-prop. Así, por ejemplo, el Ministerio de Instrucción Pública (MIP) (en manos del PCE, con el ya mencionado Jesús Hernández como ministro) contaba en Valencia con una Sección de Propaganda donde se trabajaba en la publicación de carteles realizados por pintores y dibujantes de la talla de Josep Renau o Arturo Ballester. El MIP disponía asimismo, en la plaza de Emilio Castelar, como ya hemos señalado, de una tribuna desde la que solían dirigirse al público conocidos intelectuales y artistas y se proyectaban películas o se escenificaban piezas teatrales. Otro ámbito de actuación fue la protección del tesoro histórico-artístico valenciano durante los primeros meses de la contienda, a cargo de diversas juntas y comisiones constituidas a tal efecto por la Junta Delegada, el Comité Ejecutivo Popular, la Conselleria de Cultura o el Consejo Municipal. Por otra parte, la ciudad –gracias a la labor desempeñada entre otros por la Dirección General de Bellas Artes, que presidía Josep Renau– acogió también, coincidiendo con el traslado del Gobierno a Valencia en noviembre de 1936, las obras de arte del Museo del Prado y otros museos y palacios de la capital estatal, que corrían peligro en un Madrid castigado por las bombas franquistas. Las obras fueron depositadas provisionalmente en edificios como las Torres de Serranos o el Colegio del Patriarca. Asimismo, la labor ministerial se dirigió también a la puesta en marcha de algunos proyectos educativos y culturales esbozados en años anteriores. Es el caso de los Institutos Obreros, el primero de los cuales se inauguró en Valencia en noviembre de 1936, que pretendía acercar los beneficios de la enseñanza secundaria a los trabajadores jóvenes bajo la forma de un bachillerato abreviado. También pueden mencionarse en este sentido iniciativas como las Milicias de la Cultura, destinadas a la alfabetización de los soldados del frente, o las Brigadas Volantes de Lucha contra el Analfabetismo