Lo cierto es que Valencia adquirió una relevancia nacional e internacional como tal vez en ningún otro momento de su historia contemporánea. En referencia a lo primero, no solo porque se convirtió por primera vez en capital en la práctica del Estado, sino también porque, precisamente, a lo largo de los once meses de estancia del Gobierno republicano en Valencia tuvieron lugar hechos decisivos en la trayectoria política de la España republicana durante la guerra. Se consolidarían entonces las tendencias generales que marcarían en adelante la evolución política en la retaguardia. Se vivirá en esos momentos, de noviembre de 1936 a octubre de 1937, el fin definitivo de la etapa revolucionaria, la desaparición de la opción de la hegemonía sindical que pudo pretender en algún momento Largo Caballero y el triunfo de la opción centralizadora y de orden que supondrán los gobiernos de Negrín hasta el final de la contienda, con los acontecimientos de mayo de 1937 como decisivo punto de inflexión.
El protagonismo de Valencia fue también sin duda internacional. Fue en esta etapa cuando se fijó definitivamente la dimensión europea y global del conflicto. Nunca antes se había hablado tanto de Valencia en la prensa internacional, con las menciones al «Gobierno de Valencia» que llenaban las páginas de los diarios de todo el mundo. Reporteros, fotógrafos o escritores extranjeros visitaron la ciudad en estos meses y sus impresiones acabarían plasmadas en los artículos que redactaron entonces o en sus ensayos, memorias, poemas, relatos o novelas escritos con posterioridad.3
En definitiva, fue un periodo breve pero intenso en la vida de la ciudad. El traslado del Gobierno a Valencia no solo situó a esta en el centro de atención nacional e internacional, desde donde viviría un periodo pleno de acontecimientos de gran trascendencia, sino que también cambió la imagen urbana y la vida cotidiana de sus habitantes. En primer lugar, y de manera muy visible ya desde las primeras semanas –fruto en buena medida del aire de improvisación y accidentalidad con el que se decidió y ejecutó el traslado, así como del momento crítico de aquellos días de noviembre–, la capitalidad transformó la imagen externa de la ciudad, haciéndola crecer en su protagonismo político de una manera brusca, casi de la noche a la mañana. Valencia pasaba a situarse ahora en primer plano del conflicto. La afluencia creciente de refugiados y evacuados de todo tipo, militares, burócratas, profesionales y técnicos, políticos, asesores, periodistas, intelectuales, delegados y diplomáticos extranjeros, convirtió Valencia en una gran urbe sobresaturada y cosmopolita, centro oficial de la República y objeto de atención internacional. Pero paralelamente, y tal vez a más largo plazo, la ciudad experimentó cambios sociales y culturales que muchos observadores recogerían en su momento, al tiempo que la guerra se instalaba poco a poco en la vida de los valencianos y se intensificaban las transformaciones que el conflicto iría trayendo paulatinamente al corazón de la ciudad.
VALENCIA, CAPITAL Y CRUCE DE CAMINOS
Desde que la noche del 6 al 7 de noviembre de 1936 comenzaron a llegar a Valencia, a través de la carretera de Madrid, los primeros efectivos de empleados y administrativos, así como todo el edificio humano de la maquinaria estatal, el centro de la ciudad y sus edificios más importantes empezaron a revestirse de un inevitable aire de oficialidad gubernamental. La tarea más urgente fue sin duda acomodar al Gobierno y, muy pronto, al cada vez mayor número de refugiados que huían de Madrid y de los frentes. Las instituciones republicanas, los distintos ministerios y sus departamentos, así como las sedes de los principales partidos y sindicatos, se instalaron en diferentes puntos de la ciudad. Para ello se utilizaron medio centenar de edificios emblemáticos que fueron habilitados en poco tiempo para servir de residencias oficiales, despachos o dependencias administrativas. Algunos de ellos ya funcionaban como oficinas estatales, ampliando así su uso o dándoles uno nuevo. Otros eran hoteles, sedes de partidos o entidades de signo conservador, así como edificios nobiliarios o residencias de grandes familias burguesas normalmente ubicados en el centro de la ciudad, y que fueron incautados en esos momentos. Estos últimos eran propiedad de aristócratas o representantes de la alta burguesía valenciana que o bien habían huido, o bien cedieron –dadas las circunstancias– estos inmuebles para tal fin.4
La nueva condición de capital, lógicamente, no solo trajo a la ciudad a los funcionarios estatales y responsables del Gobierno con sus respectivas familias, o las cúpulas de las diferentes organizaciones y entidades políticas y sindicales de la España republicana. Embajadas de distintos países se instalarían también en Valencia, con todo su personal administrativo y diplomático. Una de las más conocidas e importantes, por el peso específico que tendría en la España republicana, sería la de la Unión Soviética, ubicada en el Hotel Metropol, en la calle Xàtiva, frente a la Plaza de Toros y la Estación del Norte. Valencia pasaría a ser ciudad diplomática, escenario de encuentros, relaciones y rivalidades internacionales en torno al hecho que centraba en esos momentos la atención de la opinión pública y de los gobiernos de muchos países: la guerra civil española. Junto a los diplomáticos, no faltaron los asesores militares y espías, observadores de organismos internacionales, dirigentes políticos y periodistas y reporteros extranjeros, y a veces incluso todas esas cosas a la vez. Asimismo, numerosos intelectuales y artistas foráneos pasaron también por Valencia o residieron temporalmente en ella, como periodistas o simples testigos de los acontecimientos, a menudo para tomar partido y testimoniar su solidaridad con la República española. Conocidos hoteles, como el ya mencionado Metropol, el Inglés o el Victoria, albergaron a muchos de estos acompañantes del Gobierno de la República, entre ellos personajes tan célebres como Ernest Hemingway, Julien Benda, Ilya Ehrenburg, Alexei Tolstoi o Mihail Koltsov.
También acudieron a la ciudad numerosos intelectuales y artistas procedentes de otras zonas de la España republicana, evacuados de las zonas ya ocupadas o en peligro por el avance franquista. Muchos de ellos simpatizaban con la causa antifascista, aunque ni mucho menos todos. Los más conocidos serían aquellos procedentes del Madrid asediado por los rebeldes y amparados por el Ministerio de Instrucción Pública, en ese momento bajo la responsabilidad del comunista Jesús Hernández, cuyo partido se implicó a fondo en esta labor de agitación cultural entendida también como propaganda antifascista. El Ministerio habilitó un edificio de entre sus nuevas dependencias, el Hotel Palace (número 42 de la calle de la Paz), creando allí una «Casa de la Cultura» que sirviera también como refugio y lugar de confluencia de estos intelectuales, escritores, artistas y científicos. Los valencianos llamarían popularmente al inmueble el Casal dels Sabuts. En general, y a pesar del momento excepcional, las urgencias bélicas y la utilización de la actividad cultural como arma propagandística y de guerra (aunque también en parte gracias a todo ello), Valencia se convirtió en punto de encuentro de una pléyade de artistas plásticos, escritores e intelectuales en general que colaboraron en distintas iniciativas puestas en marcha durante estos meses: revistas, libros, congresos, exposiciones, actos públicos, etc. La nómina es extensa, pero podemos citar a Antonio Machado, Rafael Alberti, María Teresa León, León Felipe, Luis Cernuda o Rosa Chacel, entre otros muchos. A los españoles cabe sumar, como señalábamos antes, los procedentes de países americanos y europeos, de simpatías republicanas, que residieron durante un tiempo en Valencia o acudieron para participar en algunas de estas iniciativas, por ejemplo, el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, inaugurado en Valencia, probablemente el evento más conocido de entre los celebrados en la ciudad y al que haremos referencia posteriormente. Más allá del Congreso, lugares del entorno de la concurrida calle de la Paz, como los cafés Ideal Room o El Siglo, el ya citado Hotel Palace, las dependencias de la Universidad Literaria o la sede valenciana de la Alianza de Intelectuales para la Defensa de la Cultura, en la calle Trinquete de Caballeros, fueron locales habituales de encuentro de muchos de estos creadores y artistas valencianos, españoles y extranjeros.
Pero no todos los recién venidos a Valencia fueron, por supuesto, políticos, funcionarios, escritores, periodistas o intelectuales. La inmensa mayoría de los refugiados eran gente