ELLWOOD, S. (1984): Prietas las filas: historia de la Falange Española, 1933-1983, Barcelona, Crítica.
MAINAR, E. (1996): L’Alçament militar de juliol de 1936 a València, Benifairó de la Valldigna, La Xara.
PANIAGUA, J. y B. LAJO (2002): Sombras de retaguardia. Testimonios sobre la 5.ª columna en Valencia, Valencia, UNED.
PERALES, G. (2009): Católicos y liberales: el movimiento estudiantil en la Universidad de Valencia (1875-1939), Valencia, Publicacions de la Universitat de València.
PÉREZ, F. (1979): 50 alcaldes. El Ayuntamiento de Valencia en el siglo XX, Valencia, Editorial Prometeo.
SAFÓN, A. y J. D. SIMÓN (1986): Valencia 1936-1937. Una ciudad en guerra, Valencia, Ajuntament de València.
LA UNIVERSIDAD EN GUERRA
Marc Baldó Lacomba
Universitat de València
CONTINUIDAD CULTURAL Y NOVEDADES
Durante los periodos progresistas de la República y durante la guerra se consideró que la cultura era un arma de emancipación social. Uno de los rasgos principales del Frente Popular (FP) en guerra fue esforzarse en dar continuidad a la vida cultural modernizadora y ambiciosa que se había desarrollado en el primer tercio del siglo XX y aun reforzarla. La política universitaria de los ministerios de la guerra da cuenta de este interés por mantener abierta y viva la Universidad, pese a las precariedades y circunstancias nuevas que comportaba la situación bélica. Este empeño, logrado parcialmente, debe relacionarse con la estrategia del FP en guerra de acercar la cultura de la modernidad a ciudadanos que vivían ajenos a ella y servirse de esta para desarrollar la conciencia política.
No es difícil constatar esta voluntad de continuidad con la cultura progresista de la República en los años de la guerra si atendemos a hechos como la concentración de universidades en la retaguardia (como veremos) o la evacuación de artistas y científicos en el asedio de Madrid y su traslado e instalación en Valencia, así como el establecimiento en esta ciudad de la Casa de la Cultura, desde la que se inició una actividad de iniciativas y actuaciones diversas. También es detectable este interés por la promoción cultural en publicaciones diversas como Madrid. Cuadernos de la Casa de la Cultura, Hora de España, El Mono Azul, Octubre, Nueva Cultura, Música… Otros ejemplos de este interés por la cultura son el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, la Exposición Internacional de París, la creación de la Orquesta Nacional de Conciertos o la antología Poetas de la España Leal.
En el II Congreso, la exposición de París, las realizaciones musicales y las revistas participaron artistas como Julio González, André Masson, Joan Miró, Pablo Picasso, Josep Renau, Josep Lluis Sert; músicos como Salvador Bacarisse, Robert Gerhard, Rodolfo Halffter, Otto Mayer-Serra, o escritores como Albert Camus, Alejo Carpentier, Ilyá Ehrenburg, Ernest Hemingway, Vicente Huidobro, André Malraux, Pablo Neruda, Octavio Paz, Stephen Spender, Alexis Tolstoi, Tristan Tzara, César Vallejo, Rafael Alberti, José Bergamín, Pompeu Fabra, José Gaos, Ramón Gaya, Juan Gil-Albert, Miguel Hernández, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Ramón J. Sender, María Zambrano, Margarita Nelken, etc. Una imponente nómina que no resiste comparación posible con los intelectuales españoles o extranjeros que apoyaron al bando sublevado contra la libertad. No quedaron al margen de este empuje los intelectuales valencianos de la Generación de los 30, que antes de la guerra habían escrito en revistas como Taula de les Lletres Valencianes, El Camí, La República de les Lletres… y entre los que citaremos a escritores como Carles Salvador, Emili Gómez-Nadal o Manuel Sanchis Guarner; artistas como Josep Renau o Antonio Ballester (Tonico); músicos como Vicent Garcés, o dinamizadores culturales como Francesc Bosch i Morata (Aznar y Blasco, 1985; Ferrer, Morant y Navarro, 2017).
En cuanto a las novedades de la efervescente actividad cultural durante la guerra en la España leal, hay que discernir entre «veteranos» y «jóvenes» (Mainer, 2006). Los intelectuales veteranos que no confundieron el proyecto democratizador de la Segunda República con las turbulencias del verano del 36 se mantuvieron fieles a la República. Captaron la guerra, como Machado, como un «tajo fuerte», como una «sombra infecunda» (Machado, 1999: 327). O como Azaña, que le parece una «locura» (Azaña, 1992, t. III: 411). A los intelectuales veteranos que siguieron leales, los unía el antifascismo, la necesidad de resistir el atropello y conseguir que venciera el derecho, la ley, la legitimidad y la razón frente al golpe, la ilegitimidad, la fuerza y el oscurantismo. Se sintieron partícipes de la defensa de la República y de la causa popular, que vinculaban a las raíces españolas más auténticas. Les inquietaba, sin embargo, la improvisación y los montones de asesinatos y arbitrariedades de la retaguardia republicana, frente a los que se sintieron impotentes. Y también la predisposición de los jóvenes a resolver las diferencias ideológicas con el fusil, lo que no concebían.
Los intelectuales jóvenes de izquierda, en cambio, expresaron con fuerza el valor. Tenían el entusiasmo de construir un país con una democracia popular, regenerado y más justo. No combatían solo para derrotar a los rebeldes y defender la legitimidad republicana, sino además por sacar adelante la revolución (que no se ponen de acuerdo en definir y polemizan sobre sus contenidos). Sentían el afán de ser fieles y servir a la que consideraban la auténtica «masa espiritual española» (Sender, 1932), en cuyas «fuerzas anárquicas» buscan el sentido de la cultura, dirá Rosa Chacel (Hora de España, 1). Se proponían persuadir a sus conciudadanos (y también a los intelectuales del mundo entero) de estar al lado de la justicia y defender a un «pueblo atropellado» por «los bárbaros del crimen» (Hernández, 2017: 67). Para ellos, la lealtad a la República –además de una obligación de defenderse de la zarpa fascista– era fundamento de la misma condición humana. Era «la razón del mundo», dirá María Zambrano, para quien la lucha de los españoles es «afrontar un horizonte más allá de todos los que hemos contemplado» (2011: 141). Y así pues, se afanaban en sus tareas: el fusil, la escuela, la prensa, el artículo, el cursillo, la conferencia, el cartel, el teatro, la salvaguarda del patrimonio, el cancionero popular... «Un viento de deberes los sobrecogía a todos… Nadie dormía. Se vivía más y por adelantado», escribió Max Aub (1978: 41). Un ejemplo de esta hiperactividad nos lo ofrece el profesor de Ciencias de Valencia José Morera Arrix, que, además de participar en la docencia de su facultad y ser voluntario a disposición del mando, colaboró como químico de la Consejería Provincial de Sanidad, organizó y dirigió una unidad de instrucción y defensa contra gases, elaboró proyectos y sistemas de defensa antigás y trabajó en el laboratorio de su facultad adscrito al Servicio de Defensa (Archivo de la Universitat de València, AUV, Ciències, c. 756). Como él hubo otros muchos, en particular los médicos.
El grupo valenciano de la generación de los 30 antes citado pertenecía a la categoría de los intelectuales jóvenes. Colaboraron en la construcción y defensa de una cultura moderna para la cultura valenciana, se integraron en la Alianza de Intelectuales para la Defensa de la Cultura (donde convivían sensibilidades diversas de izquierda) y publicaron en Nueva Cultura. En el II Congreso de Intelectuales, Carles Salvador, en nombre del grupo, presentó una «Ponencia» que los define:
És aquesta, indubtablement, la lluita final i decisiva dels valors absoluts del món. Juguen avui, sobre el tapís espanyol, dos valors absoluts, totals i definitius: l’ésser i el no-ésser. Amb poques paraules: l’afirmació i la negació de l’home i, per consegüent, el pervindre del món, el pervindre de la cultura (AA. VV., 1937: 177).
A medida que la guerra avanzaba, las bombas fascistas minaban la vida y la moral y la República perdía, aquellos jóvenes intelectuales radicalizaban su voz. Si los veteranos se parapetaban y elogiaban a los soldados que los defendían (Machado, 1999), los jóvenes,