Los catedráticos sancionados por la República fueron, en total, 155, de los cuales 109 serían separados definitivamente de sus puestos; la depuración franquista afectó a 193 catedráticos, de los que 140 fueron separados definitivamente. En la Universitat de València la depuración republicana afectó a 22 catedráticos y 16 auxiliares, en total 38 profesores (dos tercios separados definitivamente), lo que supone casi la mitad de la plantilla. La depuración franquista en esta Universidad, contando catedráticos y auxiliares, afectó a 13 y 6 respectivamente.
Estos elevados datos de depuración republicana o franquista, en Valencia o en España, perturban a quien parta del supuesto erróneo de considerar que los profesores universitarios estaban volcados con la causa republicana. La realidad era distinta: los profesores, como la misma sociedad, estaban ideológicamente divididos, polarizados. Desde mucho antes habían mostrado trayectorias ideológicas plurales: nunca faltaron liberales, republicanos o algunos socialistas, abiertos a la modernidad y a la utopía republicana que cautivó a una parte, pero nunca faltaron tampoco profesores de la derecha católica y algunos fascistas que defendían los valores católicos, tradicionales y hostiles al pensamiento laico y liberal (Baldó, 2011).
LOS ESTUDIOS
Con la guerra, que moviliza a los estudiantes y a los profesores jóvenes, se abre una dinámica nueva en la Universidad: las actividades ordinarias –la docencia y la investigación– se vieron modificadas y fueron capturadas por las emergencias del momento. Por cuanto a la docencia se refiere, durante el curso 1936-37, en un primer momento, mientras se esperaba una pronta resolución del conflicto, se suspendieron las clases. Sin embargo, pronto fue menester hacer mudanza, al convertirse el golpe de Estado en guerra civil. La Universidad, con la mayor parte de sus estudiantes movilizados, se planteó desde el verano del 36 una reorganización de estudios capaz de compatibilizar las obligaciones militares con el estudio. Esta tarea, que comportaba remodelar métodos, planes y calendarios de estudio, se aplazó unos meses. Se abrió la Universidad a aquellos alumnos alistados en el ejército republicano o que prestasen servicios en el frente o la retaguardia, para que pudiesen presentarse a cursillos extraordinarios, pruebas de suficiencia y pruebas de fin de carrera de diversos distritos en Valencia. La propuesta la hizo la FUE en octubre «por el deseo de utilizar para la causa de la República el mayor personal posible». A finales de ese mes, las facultades de Medicina y Ciencias, las más activas en estos años y las que mejores servicios prestaron a la situación bélica, por el carácter profesional (la clínica y el laboratorio) de sus especialidades, presentaron proyectos de cursillos para estudiantes que estaban movilizados (AUV, Junta de Gobierno, 5 de octubre de 1936 y 29 de octubre de 1936). Pronto se firmaron los decretos de 18 de noviembre de 1936 y 25 de enero de 1937, que regulaban los cursillos, y además se prepararon conferencias.
Hubo cursos de carácter general –para alumnos a los que les quedasen tres asignaturas para finalizar la carrera–, y otros de habilitación profesional, con una duración de dos, tres o seis meses, dándose permisos a los soldados con este fin. El énfasis se puso en los estudios que habilitaban provisionalmente para ejercer como «médicos de campaña» a estudiantes de medicina que tenían casi toda la carrera aprobada, y como «practicantes de campaña» a aquellos otros de esta facultad que tuviesen determinadas asignaturas aprobadas. Fueron 251 estudiantes de medicina los que siguieron estos cursos (AUV, Registro oficial 1936-37, Medicina),2 que se repitieron –a petición de los estudiantes de la FUE de Medicina– durante toda la guerra. En las demás facultades, los estudiantes fueron muy escasos: en Derecho constan 44, de los que 35 superaron los cursillos, y en Ciencias y Letras, aunque hubo alumnos, se desconoce el número. La procedencia, si atendemos a los datos de Medicina, se diversificó: la mitad eran valencianos y los demás del resto de España, mayoritariamente de la zona republicana.
A estos cursillos se añadieron los estudios de idiomas, reabriéndose el Instituto de Idiomas de la Universidad desde enero de 1937, bajo la dirección del profesor de Letras Dr. Gonzalvo, añadiéndose, en esta ocasión, a los cursos de francés, alemán, inglés, portugués, italiano y ruso, el de valenciano por vez primera, con estudios de lengua, literatura y cultura valenciana (AUV, Junta de Gobierno, 22 de enero de 1937). Se remodeló también en ese momento, a propuesta de la FUE de Magisterio, el Seminario de Pedagogía, dedicado a la formación continua del profesorado de primaria para «organizarlo y orientarlo con arreglo al nuevo espíritu social» (contaba, cuando empezó la guerra, con 350 maestros como alumnos que acudían a seminarios en verano, distribuidos en tres cursos). Los estudiantes que se hicieron cargo de este seminario entendían que la nueva pedagogía debía «sembrar» en el niño «la semilla» de unas nuevas ideas que los socializaran y «forjaran» hombres nuevos para una revolución popular que estaba en marcha.
También en enero de 1937 se reorganizó la Cátedra Luis Vives y la revista Anales de la Universidad de Valencia, que pronto publicó 3 tomos que, al modo como la revista Madrid antes citada, mostraba la actividad de los profesores universitarios. Publicó conferencias sobre diversos temas y profesores.3 Nos interesa mostrar una pincelada del texto de Julián Bonfante sobre La cuestión de los arios:
El nacionalsocialismo alemán ha fundado su doctrina –si se puede llamar doctrina sin ironía–