Contrastaban con estos cursos y conferencias los que se organizaron en las universidades de la zona franquista, cuyo objetivo era propagar el discurso ideológico del Nuevo Estado, descalificar la obra republicana, alabar las excelencias de la España eterna y sobre todo justificar la sublevación militar.
Pero la guerra se alargaba y las autoridades republicanas, al acercarse el momento de iniciar el curso 1937-38, acordaron reabrir, al margen de los cursillos especiales, el sistema ordinario de cursos (Gaceta, 3-9-1937), aunque adaptándolos a los requisitos que imponía la guerra y recuperando algunas de las propuestas de las reformas universitarias republicanas desarrolladas en la Universidad Autónoma de Barcelona o en la Facultad de Letras de Madrid. Estas novedades eran esencialmente dos: darle a la enseñanza un carácter más práctico y hacer exámenes por grupos de materias y ante tribunales. Se buscaba cualificar especialistas con rapidez, sin duda, y a su vez seguir innovando el sistema docente universitario dándole el carácter práctico de seminario y laboratorio que venían planteando los institucionistas desde principios de siglo. Así pues, se dispuso la apertura de las universidades de Barcelona, Valencia y Madrid, con novedades tan significativas como transformar la Facultad de Derecho e incluir nuevos estudios como a continuación comentaremos.
La reorganización de los estudios fue lo más destacable del curso 1937-38. Las asignaturas se organizaron en semestres, más flexibles dadas las circunstancias; los exámenes se redujeron a grupos de asignaturas; se potenciaron las prácticas, y –lo más sorprendente– se modificaron los planes de estudios de Derecho y Medicina.4 La Facultad de Derecho de Valencia fue reconvertida en Facultad de Ciencias Jurídicas, Políticas y Económicas, y se organizaron las tres secciones indicadas siguiendo el modelo de la Facultad de Derecho y Ciencias Económicas y Sociales de Barcelona.5 Como señala Fuentes Quintana, «pese al acertado diseño del plan, la diligente designación de profesores y la rápida presupuestación de sus actividades docentes para 1937, no pudo funcionar por obvias razones» (1999: 252). Veremos que algo sí que funcionó.
El plan de estudios de Medicina, la otra novedad, organizaba la licenciatura, como había hecho Villalobos, en tres periodos, pero ahora –siguiendo el modelo de Medicina de Barcelona– se añadían muchas clases prácticas; cada asignatura tenía sus «trabajos prácticos» o sus clínicas. El primer periodo era un semestre preparatorio, donde se estudiaban Biología, Química, Física y Matemáticas. El segundo, llamado fundamental, duraba cinco semestres y se estudiaban las materias básicas de la medicina (Anatomía, Histología, Fisiología, Anatomía patológica, etc.). El tercero, el clínico, constaba de seis semestres, y en él se impartían las materias médicas con su clínica. Los exámenes, en fin, se organizaban por bloques: uno al final del preparatorio y otros –agrupando materias– se distribuían a lo largo de la carrera, para, finalmente, hacer una reválida de carácter clínico en hospital. Paradójicamente, el desarrollo de la reforma universitaria, tan esperada desde 1931, tomaba cuerpo en plena guerra, cuando era difícilmente aplicable.
Los estudios de Letras y Ciencias también se estructuraban en seis semestres (dos preparatorios, dos intermedios y dos de nivel superior), aunque no había novedades significativas en la organización y las materias. El de Ciencias, preparado por profesores de Madrid, Salamanca y Valencia, daba importancia al laboratorio. Ambos mantuvieron las secciones.
Sin embargo, la asistencia a las aulas fue escasa, pese a que se autorizó, excepcionalmente, a que pudiesen matricularse alumnos con estudios oficiales «suficientes» (magisterio, enfermería…) aunque les faltase el preceptivo grado de bachiller; se trataba, pues, de ampliar el público universitario, que se presumía escaso.6 El sistema de exámenes adoptado, muy parecido al de la Universidad Autónoma de Barcelona en los años de la República, se hacían por grupos de asignaturas y consistía en presentar la certificación de asistencia reglamentada a clase y dos pruebas: la primera, un examen escrito eliminatorio en el que se contestaba un tema por sorteo de una relación anteriormente conocida; la segunda, un ejercicio oral ante el tribunal de preguntas sobre las materias.
La marcha de la guerra, con todo, era adversa a la República. El segundo semestre del curso 1937-38, dada la evolución del conflicto y la movilización decretada por el Gobierno, fue interrumpido parcialmente en abril del 38, aunque siguieron los cursos de las viejas licenciaturas y el preparatorio de Ciencias y Medicina (AUV, c. Ciencias, 424. 7 de abril de 1938). Los semestres ordinarios de los nuevos planes de estudios se reanudarían después, ya en el periodo lectivo del curso 1938-39.
El curso 1938-39, en las universidades de la zona republicana, sí que fue irregular debido a la desfavorable situación y expectativas de la marcha de la guerra tras la derrota de la batalla del Ebro, a la que no pocos fiaban la recuperación de la República. A principios de septiembre de 1938, la FUE tanteó la posibilidad de organizar cursillos de «especialidades acopladas a los momentos actuales»: los estudiantes de preparatorio de Medicina estudiarían hemorragias, fracturas, vendajes, material sanitario, defensa de gases tóxicos, puestos de socorro y evacuación. Los de Ciencias, química de guerra (explosivos y gases), balística, emplazamiento artillero, fortificación… Las alumnas y alumnos de letras y bachilleres: hemorragias, facturas y vendajes, material sanitario de guerra… Los de artes y oficios harían «cursillos encaminados a preparar a los jóvenes obreros en la técnica de las industrias de guerra». Pero este plan no pasó de propuesta.
De hecho, se hizo una contrapropuesta para reanudar los estudios interrumpidos en abril. En efecto, el 28 de septiembre de 1938, doce mujeres solicitaron la apertura de los estudios tanto para mujeres, exentas del servicio de armas, como para varones no movilizados. La primera firmante era Carmen Conde. En el escrito argumentaban que la cultura «ahora más que nunca debe intensificarse» y que la apertura de los estudios servía también para cualificar a mujeres, que debían ejercer cada vez más «tanto en los trabajos manuales, como los intelectuales», así como a los varones declarados inútiles para el servicio de las armas. Unos días antes de esta petición se iniciaron las clases del Instituto de Idiomas.
En noviembre de 1938, el Ministerio de Instrucción Pública y Sanidad optó por reabrir el curso semestral (el que se había suspendido en abril) y organizar cursillos y conferencias de «vulgarización», como venía sucediendo desde otoño de 1936. En diciembre de 1938, el Consejo Rector de la Universidad convocó a todos los alumnos que pudiesen asistir a una asamblea para tratar sobre la reanudación de las actividades universitarias y la continuación del segundo semestre interrumpido en abril de 1938. En esa asamblea y en las sesiones de la Junta de Gobierno de los días 19 y 20 de diciembre se acordó: a) proseguir los cursillos semestrales interrumpidos el pasado abril desde esa semana hasta el 31 de marzo de 1939 y empezar los exámenes de los grupos de asignaturas el 15 de abril de ese año, y b) realizar exámenes de ingreso para la primera quincena de abril del 39 y empezar el 16 de ese mes. Nos consta que en Filosofía y Letras empezaron las clases de cursos semestrales el mismo 19 de diciembre de 1938 y los cursillos de divulgación y ciclos de conferencias para el público, el mes de noviembre anterior.
Pero, evidentemente, nada de lo acordado pudo terminar. Había bombardeos, cortes de fluido eléctrico y los estudiantes se quejaban de deficiencias en la alimentación. Cataluña cayó pronto. El 30 de marzo la Universitat de València fue ocupada.
EL AUXILIO A LA GUERRA: LA PARTICIPACIÓN DE LOS ESTUDIANTES Y LA INVESTIGACIÓN
La FUE era la principal organización de