La democracia es un marco, como también lo es la monarquía. En el ámbito de los negocios, la producción ajustada es un marco, como también lo son los OKR6 (el sistema de dirección popularizado por Intel y más tarde por Google conocido por sus siglas en inglés de Objective Key Results, objetivos y resultados clave). La religión es un marco, como también lo es el humanismo secular (es decir, la moralidad sin Dios). El Estado de derecho es un marco, como también lo es la noción de que el poder actúa correctamente. La igualdad racial es un marco, como también lo es el racismo.
Los marcos son tan fundamentales para nuestro raciocinio como versátiles. En las últimas décadas, los investigadores de disciplinas tan amplias como la filosofía y la neurociencia han estado estudiando la capacidad humana de enmarcar (aunque utilizan una gran variedad de términos para referirse a ella, como por ejemplo plantilla, abstracciones, representaciones y esquemas).
Hoy en día, la idea de que los humanos pensamos mediante modelos mentales está ampliamente aceptada tanto en las ciencias duras como en las blandas. Sin embargo, se trata de un fenómeno muy reciente. A principios del siglo xx las reflexiones sobre el pensamiento humano se dejaban en manos de los filósofos. Sigmund Freud y su interés por los misterios de la mente fueron más bien una excepción, no la regla. Durante el periodo de entreguerras, algunos filósofos como por ejemplo Ernst Cassirer y Ludwig Wittgenstein llegaron a la conclusión de que la mente se basaba en los símbolos y las palabras que podía manipular.7 Fue un gran paso en dirección a una visión más racional de la cognición, pero por aquel entonces todo era teórico, no había ninguna prueba empírica.
Después de la Segunda Guerra Mundial, las ciencias empíricas centraron su atención en la mente humana. Pasó de ser un asunto de filósofos a uno de psicólogos, sobre todo cuando estos últimos empezaron a reflexionar sobre los procesos cognitivos del cerebro. Al principio equipararon estos con estrictas operaciones lógicas, pero los estudios empíricos no consiguieron respaldar esta teoría. A inicios de la década de los setenta, la idea de los “modelos mentales”8 fue ganando terreno, así como el concepto de que el raciocinio humano no opera siguiendo una lógica formal, sino que funciona más bien como si fuera un simulador de la realidad: somos capaces de valorar distintas opciones porque podemos imaginar lo que podría ocurrir.9
Hoy en día esta teoría se ha demostrado empíricamente gracias a numerosos experimentos realizados por psicólogos y científicos cognitivos. La neurociencia también ha colaborado bastante en los últimos años gracias a las resonancias magnéticas, que nos permiten visualizar la actividad cerebral de un sujeto en tiempo real. Los estudios han demostrado, por ejemplo, que cuando planificamos el futuro se nos activan las áreas cerebrales asociadas con la cognición espacial y nuestra capacidad de pensar en tres dimensiones. Es como si literalmente nos sumergiéramos en una especie de sueño intencionado y deliberado.
Todo este trabajo ha provocado una lenta transformación de nuestra comprensión del pensamiento humano. Todo apunta a que los modelos mentales son los pilares fundamentales de la cognición humana. Todo lo que vemos y sabemos, notamos y creemos, empieza por la manera en que percibimos el universo. Comprendemos el mundo en relación con cómo creemos que funciona: por qué ocurren las cosas, cómo podrían transcurrir en un futuro y lo que podría ocurrir si actuáramos. Los marcos no son ni “la imaginación” ni “la creatividad”, pero nos permiten ejercitar ambas capacidades.
La mayor parte de las personas seguramente no piensan demasiado en su estado mental cuando toman decisiones. Esto se debe a que la mayoría de las decisiones que tomamos no tienen grandes consecuencias; qué camisa ponernos, qué ingredientes añadir a una ensalada, etcétera. Pero cuando se trata de tomar decisiones más trascendentales, el proceso se ha transformado por completo gracias al concepto de los modelos mentales. Muchas personas se toman su tiempo para tomar consciencia de los marcos de los que disponen y elegirlos deliberadamente.
La importancia fundamental de los marcos no reside en lo que son, sino en lo que nos facilitan. Nos empoderan porque nos permiten centrar la mente. Cuando funcionan bien, enfatizan lo más esencial y nos permiten ignorar todo lo demás. Se trata de una herramienta del programa, no de un error de software (como dicen los programadores). Los marcos son como atajos cognitivos gigantescos y eficientes que condicionan el espacio mental donde tomamos decisiones. Consiguen que nos resulte mucho más sencillo y práctico identificar distintas opciones. Los marcos simplifican, fortifican y amplifican la manera en que concebimos el mundo para que podamos actuar en él.
Los marcos también nos proporcionan libertad, ya que podemos seleccionarlos según los aspectos de la realidad que queramos destacar. El hecho de ser capaces de probar distintos marcos intencionadamente nos permite llegar mucho más lejos que los animales, que simplemente siguen sus instintos, o que las máquinas, que se limitan a acatar instrucciones. Dado que tenemos la capacidad de ver el mundo desde distintos puntos de vista, podemos enriquecer nuestra comprensión y encontrar soluciones mejores. Cuando elegimos un marco, en realidad lo que estamos haciendo es escoger un camino por el que tarde o temprano acabaremos tomando una decisión. Para comprender mejor todo esto vamos a poner un ejemplo práctico con mapas.
Los mapas son representaciones físicas de un modelo mental.10 Delimitan los espacios y señalan localizaciones. Al igual que los marcos, los mapas satisfacen distintas finalidades. Y del mismo modo que elegimos los marcos según nuestras necesidades y las decisiones a las que nos enfrentamos, escoger un mapa también es una decisión consciente que acarrea consecuencias en nuestra manera de comprender el mundo y actuar en él. Además, también moldean nuestra percepción.
El mapa con el que estamos más familiarizados es el cartesiano, que tiene dos dimensiones perpendiculares. La ventaja que presenta este tipo de mapas es su aparente objetividad; todas las distancias son correctas en relación entre sí y cada punto tiene su propia ubicación. Los mapas cartesianos nos permiten ubicarnos y proyectarnos a cualquier punto (e imaginar cómo debe ser el mundo desde allí). Pero también dejan de lado muchas otras características. Por poner un ejemplo, normalmente los mapas cartesianos son planos, cosa que dificulta poder reflejar el desnivel (tenemos que valernos de curvas de nivel o de distintos colores para conseguirlo). Es por eso por lo que resultan muy útiles para saber dónde se encuentra algo, pero no para saber cuánto tardaremos en llegar hasta ahí. Los mapas, al igual que los marcos, son muy adecuados para ciertas circunstancias, pero no para todas.
Si estuvieras en una ciudad como Londres o Tokio y quisieras ir de una punta de la ciudad a la otra, seguramente un mapa cartesiano no te serviría de nada. Te resultaría mucho más útil un mapa de transporte. Estos mapas simplifican la complejidad del territorio de una ciudad a un diagrama de líneas y estaciones diferenciadas por colores. Consiguen que sea muy fácil identificar dónde se entrecruzan las líneas de tren o autobús. Los mapas de transporte son una verdadera obra maestra debido a todo lo que no incluyen. Están diseñados para que podamos elegir la ruta más conveniente. ¡Pero pobre del que utilice un mapa de transporte para orientarse por las calles de la ciudad!
El mapa del metro de Londres, por ejemplo, tiene la característica particular de que ignora las distancias reales en favor de la legibilidad: puede que dos estaciones que parezcan estar muy cerca en el mapa en realidad estén a kilómetros de distancia. Y la mayoría de los mapas de transporte no indican a los usuarios cuánto tiempo se tarda en llegar a una destinación; la longitud de la línea entre dos estaciones normalmente no está a escala. Los mapas de transporte suelen renuncian a representar la distancia real en favor de la comprensión.
Incluso los mapas topográficos pueden dibujarse de decenas de maneras distintas, ya que la superficie de una esfera puede proyectarse en un plano bidimensional de muchas maneras diferentes. Pero cada una de ellas tiene sus fortalezas y sus debilidades. Si elegimos la manera en que la longitud y la latitud se proyectan perpendicularmente (como, por ejemplo, los mapas realizados siguiendo la proyección de Mercator11), cuanto más nos alejemos del centro más se distorsionará el área. Es por eso por lo que Alaska parece mucho más grande que Australia a pesar de que en realidad ocupa menos de un cuarto de su superficie. En cambio, hay otros mapas que muestran las medidas correctas de las áreas,