Jaime II de Mallorca y sus asesores, tras recuperar el control político de Menorca, se apresuraron a reemprender las medidas adoptadas durante el reinado de Alfonso III para atraer población, garantizar su defensa, reactivar su economía e incrementar su rentabilidad fiscal. El monarca, el 22 de enero de 1301, encargó a Arnau Burgués y Pedro Estruç revisar las concesiones de tierra efectuadas durante la ocupación catalano-aragonesa,40 tarea que se cerraría, a finales de agosto, con un confirmación real de los establecimientos enfitéuticos anulados y confirmados,41 y la promulgación de la Carta de Franquesa.42 Esta normativa –inspirada en la que Jaime I había concedido a los mallorquines en 1230– tenía como objetivos retener a los pobladores ya instalados, tanto a los catalanes y valencianos como a los mallorquines, atraer nuevos contingentes humanos, especialmente de los dominios insulares y continentales del reino de Mallorca, y crear unas nuevas estructuras político-administrativas. El soberano definía en ella los derechos y deberes civiles, fiscales y militares de los pobladores, les eximía de muchas de las servidumbres propias del sistema feudal, incentivaba la actividad económica y garantizaba la seguridad jurídica. Las concesiones fueron eficaces, puesto que, durante la primera mitad del siglo XIV, la afluencia de colonos se incrementó progresivamente. En 1336, Menorca contaba con 963 fuegos fiscales (unos 4.340 habitantes), cifra que no sería rebasada en el resto de la centuria.43
Los procuradores reales reactivaron la distribución de tierras entre las familias recién llegadas de Cataluña y de Mallorca, a las que exigieron, además de la residencia preceptiva, varios tipos de contraprestaciones, desde censos a servicios militares. La disparidad de las obligaciones contraídas por los titulares refleja que unas alquerías fueron concedidas en plena propiedad y otras en enfiteusis o en feudo, según el rango social y la magnitud de la contribución del concesionario a la campaña de la conquista. Los yermos (garrigues) fueron declarados, en cambio, tierras comunales, para uso colectivo y gratuito de todos los pobladores.44 Al haberse perdido el libro de repartimiento y los primeros protocolos notariales, no podemos analizar, sin embargo, la estructura de la propiedad resultante de esta importante transferencia inicial de tierras, ni los cambios que los nuevos poseedores introdujeron en el sector agropecuario de la isla. Debieron de ser parecidos, sin embargo, a los que se produjeron, unas décadas antes, en Mallorca, donde la documentación coetánea atestigua un rápido avance de los cereales y de la viña a expensas de los huertos y los baldíos. Las autoridades musulmanas, como consecuencia del veto coránico al consumo del vino, habían restringido al máximo el cultivo de las vides en las islas.
El monarca, el 19 de marzo de 1301, ya había organizado la Iglesia menorquina:45 la había colocado bajo la jurisdicción del obispo de Mallorca, había creado una pavordía en Ciutadella, una prepositura en Mahón, cinco parroquias y cuatro capillas, se había reservado la recaudación del diezmo y había aplazado la cuantificación de la cantidad que entregaría anualmente al clero local.46
A pesar de que las medidas de reordenación económica, urbanística y administrativa concebidas por los asesores de Jaime II de Mallorca también antepusieron la agricultura a la ganadería, los rebaños no tardaron en despegar, en iniciar una nueva fase de crecimiento. La principal aportación de los colonos a este despegue fue la introducción de los suidos, inexistentes en Menorca, como consecuencia del veto coránico que prohibía a los musulmanes el consumo de todos sus derivados. Los colonizadores cristianos –en cuyos sistemas alimentarios, la manteca, los embutidos y las salazones de cerdo jugaban un papel importante– tuvieron que traer, pues, los animales desde sus respectivos lugares de origen. El crecimiento de las piaras, al no poder apoyarse en un legado islámico, debió de ser algo más lento que el de los rebaños de ovinos, a pesar de que la abundancia de encinares facilitaba su alimentación.
De la incidencia del sector pecuario en la economía menorquina, para el período del reino privativo, solo se dispone, sin embargo, de unas pocas referencias indirectas y dispersas. Jaime II, en 1301, al reglamentar la recaudación del diezmo, estableció que el de la lana se pagaría en los seis meses siguientes al esquileo,47 entre mayo y octubre, una restricción cronológica que tendría como objetivo reducir el fraude en una fuente de ingresos importante. Quince años después, su sucesor, Sancho I, acordó con el obispo de Mallorca Guillem de Vilanova que el diezmo se repartiría a partes iguales, con algunas reservas a favor de soberano, que serían compensadas anualmente en metálico.48 El monarca retuvo los diezmos de la lana, los quesos, los cerdos y el pescado,49 que debían de figurar entre los más rentables. Miquel Florejat, en 1325, declaraba haber invertido 6 libras y 5 sueldos mallorquines en la compra de unos pastos en la Mola d’Alaior.50 Por esta época, el precio de los carneros oscilaba entre los 8 y los 10 sueldos,51 y por una buena vaca se podían llegar a pagar 20 libras.52 Los rebaños, por su alta rentabilidad, interesaban entonces no solo a las familias campesinas, tentaban también a algunos menestrales, que invertían capitales en comandas de ganado,53 e incluso al monarca: Jaime III, adquiría, en 1331, dos alquerías y un rafal en la isla, por 350 libras, e instalaba en ellos una cuantas vacas.54 Por esta misma época, autorizaba a la Universidad de Menorca a imponer una tasa sobre la venta de carne y de vino para pagar los salarios de los jurados, notarios, médicos y otros funcionarios municipales;55 esta iniciativa fiscal demuestra que ambos alimentos gozaban entonces de una demanda sostenida pero no eran, a juicio de los asesores reales, tan básicos como el trigo.
Los campesinos menorquines, desde los primeros años del reino privativo, gozaban del derecho de introducir el rebaño en los yermos, barbechos y rastrojeras de sus vecinos, donde podía pacer desde la salida a la puesta del sol.56 Esta práctica permitía un aprovechamiento más equilibrado de los recursos vegetales, pero tenía un inconveniente: el propietario no podía ejercer sobre el hato, desde el momento en que cruzaba las lindes de su explotación, un control directo, efectivo, lo que favorecía los robos de animales. Las sustracciones de reses, durante el segundo cuarto de la centuria, se incrementaron considerablemente. Los rebaños, especialmente los de los campesinos, se habían convertido, pues, en un bien muy vulnerable; su indefensión sería debida a la inexistencia de pastores y a un crecimiento más rápido que el de la capacidad de vigilancia de sus propietarios. Entre los ladrones preponderaban las personas pobres, gentes que bordeaban la marginalidad social; las cuales solían sustraer un cordero, un cabrito o un panal de miel para compartirlo inmediatamente con unos cuantos cómplices en un lugar apartado del término.57
Durante la primera mitad del siglo XIV se estableció un comercio de compensación interinsular. Menorca aportaba carne, cueros, lana, animales de trabajo y queso a los mercados baleares; Mallorca contribuía a su abastecimiento con vino, aceite y cereales;58 Ibiza y Formentera, con sal.59 La saca de animales debió de crecer, sin embargo, a un ritmo demasiado rápido, puesto que las autoridades menorquinas la vincularon al aprovisionamiento de carne del mercado interior: desde 1321, de cada cien carneros seleccionados por los carniceros mallorquines, quince se desviaban hacia los mataderos locales.60 La medida, a pesar de las protestas formuladas por los perjudicados, que contemplaban impotentes como los agentes fiscales de Ciudadela les sustraían los animales mejores,61 fue ratificada veinte años después.62 Esta restricción cuantitativa y cualitativa tenía, sin embargo, una contrapartida: las extracciones de reses con destino a Mallorca estaban garantizadas incluso en las épocas de emergencia.63 Nobles y eclesiásticos mallorquines también acudían a Menorca en busca de rocines; cuya salida de la isla, por razones estratégicas, estaba estrechamente controlada por las autoridades locales.64 Antes de 1343, el ganado equino debió de circular también desde Menorca hacia Cataluña.65
Para la cabaña menorquina, la demanda exterior, en la época del reino privativo, ya debió de constituir, pues, un factor de desarrollo más importante que las necesidades de animales de trabajo y de estiércol de las explotaciones agrarias. Esta ganadería estante intensiva, comercial,