El comercio internacional, hasta principios del siglo XIV, había pivotado casi exclusivamente en los artículos de lujo, con los que los colectivos privilegiados manifestaban su poder, y los alimentos estratégicos, como la sal y el trigo, que gozaban de una demanda sostenida entre todos los estamentos sociales. El aumento, lento pero sostenido, de la productividad en el sector primario, la acentuación de la división social del trabajo, el desarrollo urbano y el triunfo de una mentalidad económica más dinámica provocaron, a partir de 1300, la incorporación progresiva a los circuitos del gran comercio internacional de las mercancías pobres no indispensables, al alcance de las clases populares. Desde entonces tanto la lana corriente, los colorantes textiles secundarios, el alumbre, los paños de calidad media, los cueros, la madera, los minerales, la cerámica, la cordería y la brea, como el ganado de carne y de trabajo, las salazones, el queso, la fruta seca, el vino común y el aceite incrementaron gradualmente la longitud de sus desplazamientos comerciales. A esta prolongación de sus circuitos contribuyeron de forma decisiva los ya mencionados fletes flexibles, que redujeron considerablemente sus costes de transporte, al trasladar una parte de los mismos sobre las mercancías ricas.
Las estructuras productivas a mediados del siglo XV
¿Cómo se producían estos terneros y esta lana que atraían hacia Menorca compradores de Mallorca, Cataluña e Italia septentrional? ¿Por qué esta importante pregunta no se ha incluido en los apartados anteriores? La causa de esta posposición ha sido la falta de fuentes documentales locales; un hiato heurístico que la consulta de las externas coetáneas no puede colmar plenamente, puesto que la información que aportan no puede extrapolarse a Menorca, aunque corresponda a países con estructuras parecidas. De los numerosos protocolos redactados por los notarios menorquines desde la conquista cristiana solo se han localizado cinco, uno de Jaime de Riudavets y cuatro de Jaume Comes, oportunamente extractados por Ramón Rosselló.153 La abundancia, la diversidad y la calidad de la información aportada por este pequeño conjunto de escrituras privadas permiten captar con precisión, para el período comprendido entre 1450 y 1473, algunos aspectos de la ganadería menorquina apenas vislumbrables en las etapas anteriores.
Los contratos conservados en los citados protocolos permiten reconstruir, por primera vez, las estructuras productivas; analizar cómo se gestionaban los rebaños en la isla. Aunque las técnicas ganaderas no experimentaron, en las décadas centrales del siglo XV, cambios importantes y, en consecuencia, debieron de ser parecidas a las existentes en las épocas anteriores, se ha circunscrito su análisis, para evitar anacronismos, a este período, el único para el que actualmente disponemos de fuentes locales coetáneas.
El grueso de esta ganadería intensiva, comercial, se criaba en alquerías, un tipo de explotación rural de origen islámico, de extensión media,154 reestructurado durante la colonización feudal. A mediados del siglo xv eran fincas con un alto grado de compactación, algunas de ellas delimitadas ya con paredes de piedra seca de hasta seis palmos de altura,155 roturadas en su mayor parte, con algunas áreas cercadas y con cultivos permanentes (viñas y huertos), y otras –residuales– de yermos. El aspecto mejor documentado es, sin embargo, la cabaña, ya que aparece inventariada –como se verá más adelante– en los contractos de arrendamiento. Solía estar integrada por dos pares de bueyes, unas seis vacas con sus terneros, una burra, unas doscientas ovejas y unas tres cerdas con sus cochinillos. Al frente de las alquerías no habría pues familias campesinas pobres, sino acomodadas, pertenecientes a una clase media rural.
TABLA 1
Cabañas de las alquerías menorquinas a mediados del siglo XV, según los contratos de arrendamiento
De la magnitud y la composición de la cabaña se desprende que la alquería tendría la extensión suficiente para integrar una agricultura mediterránea extensiva con una ganadería semiestante intensiva. En la economía de las familias propietarias, el hato de ovejas, que proporcionaba carneros, lana y queso para el mercado, constituiría la principal fuente de ingresos, puesto que la mayor parte de las cosechas de las sementeras y de la viña se destinaría aún al autoconsumo. Los bueyes se reservarían para el arado, instrumento imprescindible para el cultivo de los cereales y, en menor grado, de las vides. Las vacas con sus terneros acreditan la práctica de la recría de bovinos, tanto para la renovación periódica de la fuerza de tracción como para la venta. La baja presencia de toros, documentados únicamente en las explotaciones más extensas, sugiere que estos ganaderos intermedios dependerían de los grandes para multiplicar el ganado mayor. Los animales de transporte, representados por las burras, tampoco se podrían reproducir, por su escasa presencia, en las alquerías. En cuanto a los cerdos, la situación era parecida, puesto que las familias solo disponían de unas pocas cerdas con sus cochinillos, que, al estar destinados al consumo doméstico, castrarían poco después de nacer. Cada año, tendrían, pues, que conducir sus marranas al verraco señorial para que las fecundara. Solo en el caso de los ovinos, la coexistencia equilibrada de los dos sexos en el rebaño garantizaba la recría autónoma y sistemática. Sorprende la ausencia total de ganado cabrío, desplazado completamente por el ovino, que producía, además de carne y leche, lana, un artículo que gozaba entonces de una fuerte demanda en los mercados mediterráneos. Los bueyes y los cerdos adquiridos por los carniceros mallorquines y catalanes, procederían, pues, de las explotaciones grandes, de los feudos de los caballeros y de las possessions de los generosos.
Los titulares de las alquerías, para poder incrementar sus rebaños sin comprometer su abastecimiento de cereales, vino y hortalizas, expandían gradualmente las sementeras, confinaban los yermos a las áreas más secas o menos fértiles, y practicaban unas rotaciones muy extensivas. Cada año solo sembraban un tercio de sus campos, los dos tercios restantes se dejaban en barbecho, como zona de pasto para el ganado. A fin de proteger los sembrados de la voracidad de los rebaños y aprovechar al máximo hierbas y rastrojos, dividían el área roturada en pequeñas unidades cerradas (tanques), mediante una red de paredes de piedra seca y setos, en las que confinaban los rebaños durante una buena parte del año, para que pacieran libremente, sin pastor. Cuando los animales habían consumido íntegramente el manto vegetal y abonado una de estas tanques, se les desplazaba a la vecina.
Algunos los propietarios optaron por arrendar su alquería. En los contratos redactados por los dos notarios mencionados, los arrendadores son cuatro albaceas,163 el procurador de una viuda,164 el administrador del dominio de las clarisas de Ciudadela,165 el lugarteniente del procurador real,166 un heredero que acababa de asumir el legado paterno167 y, únicamente en dos casos, el dueño del predio.168 La renuncia a la explotación indirecta no constituía, pues, una estrategia económica libremente elegida, sino un solución impuesta por la muerte del miembro principal de una familia campesina o por la peculiaridad jurídica del propietario.
El arrendador cedía temporalmente la alquería con todo el ganado, que era minuciosamente inventariado, y se comprometía a adquirir anualmente, a un precio estipulado, la lana, los añinos, los quesos y, en algunos casos, los corderos169 y la mantequilla.170 El arrendatario se comprometía a pagar un alquiler en moneda y trigo,171 o solo en metálico,172 y a realizar todos los trabajos necesarios para mantener la fertilidad de los campos, especialmente de las viñas. El contrato solía tener una vigencia de tres años, que constituían el curso de la rotación normal, a fin que el arrendatario reintegrara las tierras en el estado en que las recibió.
Los contratos de arrendamiento parecen ser más favorables para el arrendador que para al arrendatario, al garantizarle la comercialización íntegra de la lana, los corderos y el queso, los productos de mayor valor de cambio, más especulativos,