La desestabilización demográfica y económica de muchas familias campesinas permitió, en las décadas centrales de la centuria, a los caballeros y a los propietarios rurales acomodados ampliar a buen precio sus dominios,87 con predios privados y lotes de baldíos comunales, empezar a cercarlos con paredes de piedra seca, dejando únicamente unos portillo muy estrechos para el paso de los rebaños de sus vecinos,88 y solicitar licencias de veda. La expansión y la clausura de los patrimonios de los poderosos perjudicaban a los campesinos pobres, quienes, a medida que recuperaban la capacidad de análisis del nuevo contexto generado por la pandemia, denunciaban puntualmente la construcción de cercas.89 Sus quejas fueron neutralizadas, sin embargo, por la presión de los poderosos: el soberano, en 1352, prohibía la caza a pie y a caballo en las tierras valladas, la destrucción de cercas y el tránsito de personas y animales por los vedados, bajo pena de 10 sueldos.90 La medida debió de provocar un movimiento de defensa de los usos tradicionales, puesto que Pedro el Ceremonioso, cuatro años después, tendría que ratificar los citados vetos.91
A mediados del siglo XIV, la ganadería, como consecuencia de estos cambios, experimentó en Menorca una recuperación importante, como se desprende de la magnitud que alcanzaron entonces los contingentes de bueyes y ovejas,92 caballos,93 quesos,94 lana y cueros95 enviados a Cataluña, el destino más probable también de muchas de las licencias de extracción de equinos concedidas por el soberano tanto a miembros de la nobleza y oficiales de la administración como a algunos ciudadanos locales.96 Las ventas al Principado no comprometieron la circulación de ganado entre las dos Gimnesias, que no solo se mantuvo, sino que además se diversificó.97
Los comerciantes mallorquines aprovecharon su acceso irrestricto a la cabaña menorquina para reexpedir cerdos y todo tipo de ganado a Cataluña. Estas nuevas operaciones mercantiles fueron denunciadas inmediatamente como fraudulentas por los jurados de Menorca ante el soberano, alegando que sus adquisiciones de animales tenían que destinarse exclusivamente al abastecimiento del mercado interior balear.98 La finalidad de las quejas era evidente: obtener para los mercaderes y armadores locales el cuasi monopolio de las ventas exteriores de ganado. Apoyándose tal vez en estas arbitrariedades, el almotacén de Ciudadela, con la autorización tácita del consistorio, elevó la cuota de los animales seleccionados por los carniceros mallorquines que tenían que desviarse hacia los mataderos locales del 15 al 20%.99 La réplica del municipio de la Ciutat de Mallorca fue casi inmediata: gravó con una tasa específica, de 2 sueldos y 6 dineros, los ovinos traídos por los mercaderes menorquines que no se vendieran a peso.100 Esta escalada represalias acentuó el contencioso ya existente entre los consistorios de ambas islas por incrementar la participación de sus respectivos ciudadanos en las lucrativas sacas de ganado menorquín, disenso para el que, en 1368, todavía no se había encontrado una solución satisfactoria.101
La reaparición de los robos de animales, tanto por parte de esclavos102 como campesinos,103 demuestra que las ovejas y los bueyes, al pacer sin pastor por pastos dispersos, continuaban siendo una presa fácil. La sustracción de reses constituía, pues, uno de los costes principales de la expansión de las greyes y de la atenuación gradual de la capacidad de vigilancia de sus propietarios, especialmente de los pequeños.
La cabaña menorquina, a pesar de su desarrollo sostenido, todavía no podía cubrir sistemáticamente todos los segmentos de la demanda interior balear; en algunos momentos, algunas causas endógenas o exógenas podían provocar déficits sectoriales transitorios. En 1360, poco después que una flota castellana hubiese atacado Barcelona, el lugarteniente real, para garantizar la defensa del archipiélago, ordenó que, en Ciudadela y Mahón, solo se embarcasen caballos con destino a Mallorca.104 Pedro el Ceremonioso, para acelerar el crecimiento de los rebaños de equinos, prohibía, tres años más tarde, a los nobles, a los generosos105 y a cualquier persona que, a juicio del gobernador y de los jurados, pudiese adquirir un rocín cabalgar en mulos, asnos o yeguas.106 El precio de un buen caballo podía alcanzar entonces las 50 libras.107
Los efectos de la hambruna de 1373-1374
En una isla en la que la producción de cereales no satisfacía, ni en los años normales, la demanda interior, las crisis frumentarias podían convertirse en un flagelo muy importante. Las secuelas de la hambruna de 1373-1374, por ejemplo, han quedado reflejadas en la documentación coetánea con más precisión que las de la Peste Negra. El soberano y las autoridades menorquinas tuvieron que conceder moratorias de deudas a las familias con menos recurso,108 otorgar salvoconductos a quienes trajeran cereales,109 enviar síndicos a Cataluña, Aragón, Sicilia y Cerdeña para adquirir grano,110 organizar incluso repartos de pan entre los hambrientos111 y subvencionar con 7 libras la manumisión de esclavos, con la condición de que abandonasen la isla,112 medida que permitió a un considerable contingente de cautivos sardos regresar a su tierra. La situación todavía no se había normalizado después de la mieses de 1375, puesto que, en septiembre de aquel mismo año, las autoridades menorquinas solicitaban a sus homólogas de Mallorca que autorizasen la salida de trigo, higos pasos y otros alimentos.113 A pesar de las providencias adoptadas por el concejo, muchos vecinos de Menorca, bajo la presión del hambre, cometieron robos y, para escaparse de la justicia, se enrolaron como remeros en galeras armadas, acentuando con ello el déficit demográfico que ya padecía la isla.114 La falta de pobladores alcanzó cotas tan alarmantes que Pedro el Ceremonioso, en enero de 1376, tuvo que prohibirles que participasen, como mercenarios, en la defensa del castillo de Cagliari.115
Dos años de meteorología adversa y de especulación con los alimentos básicos incidieron negativamente sobre la agricultura y la ganadería; provocaron una expansión puntual del área sembrada, un recorte de los barbechos, un retroceso de los yermos y una importante contracción de la cabaña. Grandes y medianos propietarios, ante la fuerte subida del precio de los cereales, ampliaron, en la medida en que se lo permitieron sus respectivas reservas de grano, las sementeras, a fin de compensar con soluciones de tipo cuantitativo la brusca caída de la productividad. Las familias campesinas pobres tuvieron que empeñar o vender gradualmente sus rebaños para poder comprar grano, especialmente en las épocas de la «soldadura» y de la siembra. Una vez agotadas sus provisiones de cereales secundarios, legumbres, salvado y otros alimentos de emergencia, incapaces de obtener nuevos préstamos, se vieron obligadas a sacrificar los pocos animales que les quedaban, desde las cabras hasta la yunta de bueyes. Dos años de sequía, al agostar unos pastos en retroceso y encarecer los derivados de los cereales secundarios, acabaron por diezmar también los hatos de las grandes explotaciones, redujeron el contingente de animales que no habían sido destinados al mercado o a la mesa de sus respectivos propietarios.116 La contracción de las manadas no fue debida, sin embargo, solo a causas internas; dimanó también de algunos factores exógenos, como el incremento de las compras de ovejas, cabras y cerdos por parte de los carniceros mallorquines, que hicieron valer, durante la prolongada crisis alimentaria, su derecho de acceso irrestricto al mercado pecuario menorquín.117 El tirón simultáneo de las demandas local y foránea elevó los precios de la carne y del queso hasta cotas nunca vistas. Los recaudadores de la fábrica de la catedral de Mallorca, que obtenían anualmente de las seis parroquias menorquinas unos 130 quesos, se quejan, en 1373, por no haber podido alcanzar la cantidad acostumbrada, per so que els formatges hi eren tant cars que [els pagesos] no li’n volien donar.118 La subida inicial de los precios de los cereales acabó, pues, por arrastrar al alza los del ganado de carne y otros alimentos básicos, aunque con un ritmo no sincrónico.
Durante la fase álgida de la hambruna, las autoridades locales, mediatizadas por los colectivos privilegiados, autorizaron la división de los pastos compartidos.119 Para acelerar la regeneración de la principal fuente de recursos de la isla, Pedro el Ceremonioso, en 1376, prohibió el sacrificio de ovejas en condiciones de procrear, bajo pena de 10 morabetinos de oro.120