Durante el último cuarto del siglo XV, con las medidas reenderezadoras adoptadas por Juan II y Fernando el Católico, Menorca entrará en una fase de recuperación demográfica y reactivación económica; el sector más dinámico volverá a ser el ganadero, cuyos avances serán especialmente rápidos en el sector oriental de la isla, donde los efectos de la guerra habían sido más intensos. La afluencia de mercaderes y carniceros mallorquines y catalanes en busca de ganado de calidad no tardará en superar las cotas alcanzadas antes de la contienda. Con el cambio de centuria, la isla tendrá que enfrentarse, sin embargo, a un nuevo peligro exterior, la piratería berberisca. En 1535 y 1558, sendas flotas turca desembarcarán en la Gimnesia menor y provocarán, además una fuerte degradación de las infraestructuras económicas y defensivas, y una brusca pérdida de población, puesto que a los que morirán resistiendo al invasor habrá que sumar los que serán capturados y trasladados como cautivos a las bases de salida de la flota. Todos estos cambios pertenecen ya a otra era y corresponden a otros especialistas, que, para analizarlos, podrán apoyarse en un conjunto de fuentes locales coetáneas mucho más abundante y expresivo que el que disponen los medievalistas.
CONCLUSIONES
Desde la Antigüedad, la economía de Menorca giró en torno a la ganadería. Esta opción dimanaba de la combinación de las condiciones edáficas y climáticas de la isla, que favorecían el crecimiento de los pastos naturales, con la larga experiencia específica acumulada por sus pobladores. A pesar de que la escasez de fuentes directas no permite afirmarlo de manera apodíctica, parece que la contribución islámica al desarrollo de los rebaños menorquines fue, entre los siglos X y XIII, muy importante.
La conquista feudal de Menorca, en 1286, implicó la desaparición casi total de la población musulmana y el reparto de sus tierras y rebaños entre los invasores. Los campos de cultivo fueron concedidos en plena propiedad, enfiteusis o feudo, de acuerdo con el rango social y la magnitud de la contribución del concesionario a la campaña. Los yermos fueron declarados, en cambio, tierras comunales, para uso colectivo y gratuito de todos los pobladores, cuyos rebaños podían pastar libremente además, desde la salida a la puesta del sol, en los barbechos, rastrojos y baldíos de las explotaciones confinantes. Este régimen de explotación intensiva del herbaje favoreció a la reestructuración de la cabaña insular. La principal aportación de los nuevos campesinos cristianos consistió en la introducción de los suidos, inexistentes en Menorca, como consecuencia del veto coránico que prohibía a los musulmanes el consumo de todos sus derivados.
Durante la primera mitad del siglo XIV se estableció un comercio de compensación interinsular. Menorca aportaba carne, cueros, lana, animales de trabajo y queso a los mercados baleares; Mallorca contribuía a su abastecimiento con vino, aceite y cereales; Ibiza y Formentera, con sal. Las sacas de animales, en la Gimnesia menor, debieron de progresar, sin embargo, a un ritmo demasiado rápido y provocaron problemas de abastecimiento en el mercado interior: desde 1321, de cada 100 carneros seleccionados por los carniceros mallorquines, 15 tenían que desviarse hacia los mataderos locales
Estos flujos de alimentos se mantuvieron después de la reintegración definitiva, en 1343-1344, del reino de Mallorca a la Corona de Aragón, que potenció además la penetración de los mercaderes y comerciantes catalanes en el mercado pecuario menorquín. Las secuelas de la Peste Negra y de la hambruna del 1373-1374 fueron más intensas en el sector agrario que el ganadero, que exigía mucha menos mano de obra, y contribuyeron a acentuar el desfase ya existente entre ambos. Fue en esta época cuando se inició un proceso de clausura de las explotaciones y de privatización de los yermos.
En el último tercio el siglo XIV, la cabaña menorquina experimentó un importante crecimiento cuantitativo y cualitativo. El progreso gradual de los pastos a expensas de las sementeras y la culminación de una larga y cuidadosa selección genética permitieron a los ganaderos diversificar la oferta, obtener, además de carneros de alta calidad, lana de una finura y longitud sin paralelo en el Mediterráneo occidental. Fue la fibra, no la carne ni el queso, lo que indujo a las grandes compañías comerciales de la Italia septentrional a introducirse en el mercado pecuario menorquín. La concurrencia creciente de los hombres de negocios cisalpinos con los comerciantes mallorquines y catalanes, que hasta entonces habían monopolizado la distribución de la lana menorquina por los territorios continentales y ultramarinos de la Corona de Aragón, contribuyó, desde 1390, a elevar su precio y se convirtió en un importante factor exógeno del desarrollo de la cabaña insular.
Esta ganadería intensiva, comercial, se criaba en las alquerías, un tipo de explotación islámico, reestructurado durante la colonización feudal cristiana. Eran fincas con un alto grado de compactación, delimitadas ya con paredes de piedra seca, roturadas en su mayor parte, con algunas áreas cercadas y con cultivos permanentes (viñas y huertos), y otras –residuales– de yermos. Permitían, pues, articular una importante cabaña semiestante con una agricultura mediterránea extensiva.
Para los propietarios de las alquerías, que pertenecían a una clase media rural, los rebaños se habían convertido en la principal fuente de ingreso. Cada año solo sembraban un tercio de sus campos, los dos tercios restantes se dejaban en barbecho, como zona de pasto para el ganado. A fin de proteger los sembrados de la voracidad de los animales y aprovechar al máximo hierbas y rastrojos, dividían el área roturada en pequeñas unidades cerradas (tanques), mediante una red de paredes de piedra seca y setos, en las que confinaban los rebaños durante una buena parte del año, para que pacieran libremente, sin pastor. Cuando los animales habían consumido íntegramente el manto vegetal de una de estas tanques, se les desplazaba a la vecina.
La estructuración interna de las alquerías en pequeñas unidades cercadas aportaba algunas ventajas: aseguraba un abonado uniforme y sin costes de los campos, permitía criar el ganado sin pastor; y facilitaba la selección, ordeño y esquileo de los animales El sistema tenía, sin embargo, un techo, el agostamiento anual de los pastos. Para superar este último hándicap, los ganaderos menorquines acordaron extender el derecho de pasto diurno en las explotaciones confrontantes a todos los yermos, barbechos y rastrojeras no vedados del término municipal, y prolongarlo cronológicamente, incluyendo la noche. Los hatos de ovinos y vacunos pacían en las respectivas alquerías desde finales de septiembre hasta mediados de mayo, período en que los animales se reproducían, sus propietarios queseaban con la leche sobrante y realizaban el esquileo. Durante el verano, en cambio, las greyes campeaban libremente, sin pastor; al estar sometidas a un control bastante laxo, debían de atravesar frecuentemente los confines del municipio en que estaban matriculadas. Los rebaños dejaron de ser, pues, estrictamente estantes; se convirtieron, durante unos meses del año en trasnochantes, e incluso transterminantes.
Esta práctica requirió que todas las reses de cada ganadero estuviesen marcadas con una señal específica, que garantizara su identificación, y la creación de unos inspectores municipales de los rebaños, los batlles de les ovelles, con competencias suficientes para dirimir los conflictos que se planteasen por la propiedad de las reses, identificar los animales que