Las nuevas ideas que los blasquistas difundieron, efectivamente, llegaron a formar parte, en cierta medida, del aire colectivo que, de algún modo, ambos géneros respiraron.
Así, no es extraño que en el año 1909, cuando el gobernador civil de Valencia instiga a los republicanos, prohibiendo sus actos públicos y denunciando al periódico, éstos le respondan afirmando que tras su organización había una masa inconcreta de sujetos dispuestos a apoyarles.
Alrededor nuestro se agrupan muchísimos miles de familias, de voluntades que, amparándose en la ley, nos ayudan en esta obra patriótica y progresiva.13
¿Estaban hablando de familias constituidas por grupos afines al movimiento blasquista o eran realmente las familias privadas que forman los matrimonios republicanos? Las «miles de familias» que estaban a su alrededor para apoyarles, eran con toda probabilidad las propias parejas que formaban un nuevo hogar, caracterizado también porque la pareja compartía, además de vínculos sentimentales, una misma visión política e ideológica de la vida social.
Una vez consolidadas las transformaciones referidas a la nueva identidad masculina, la revolución política y social del blasquismo se fue extendiendo, también, a las mujeres y al ámbito de lo privado y del hogar. Al menos esas eran las propuestas que hacia Azzati en uno de sus artículos:
La revolución no puede hacerse más que cultivando vidas para ella [...] Y si mi opinión goza de algún respeto, hablemos menos de revolución y hagámosla más, comenzando la épica empresa en nuestro hogar. Que quienes no consiguieron redimir ni á sus propias esposas ni a sus hijos no son garantía para realizar la revolución ni en las esferas del Derecho ni en el alma de la patria.14
En estas representaciones que constituían la visión del mundo que los blasquistas manejaban, se fueron dando a las mujeres mayores posibilidades para formar parte del movimiento y participar indirectamente a través de sus esposos de los ideales republicanos.
1. NUEVAS IDENTIDADES MASCULINAS
El compromiso ideológico del blasquismo –que como ya se ha mencionado, al menos teóricamente, iba más allá de la conquista del poder político y proclamaba la necesidad del desarrollo moral de la humanidad, demandando «para los pueblos una era de paz, de amor, de libertad y de justicia»–,15 se apoyaba en la creencia de que las ideas tenían un poder transformador e inmortal. Las ideas para los blasquistas, sólo formando parte del desarrollo personal de cada uno de los ciudadanos, serían capaces de hacer de la sociedad y de sus instituciones una realidad distinta.
En este sentido, en el proceso de acción política desarrollada por los blasquistas hay que prestar una especial consideración al hecho de que los ideales que se propugnaban como deseables para los hombres en el ámbito público, se proyectaban también, debiendo formar parte de la vida privada. Desde su punto de vista, la posibilidad de alcanzar alguna transformación política y social dependía, asimismo, de la capacidad que tuviesen como librepensadores y republicanos para vivir cotidianamente de acuerdo con su conciencia y sus pensamientos.
Como afirma Habermas,
los ideales del humanismo burgués marcaron el autoentendimiento de la esfera íntima y de la publicidad, y se articularon en los conceptos clave de la subjetividad y la autorrealización, de la formación racional de la voluntad y de la opinión, así como de la autodeterminación personal y política.16
El progreso, la igualdad, la libertad, la necesidad de la instrucción para mejorar la emancipación de los más desfavorecidos, no eran ideas inconcretas y abstractas que sólo se materializarían en la vida social como resultado de su acceso político al poder público, sino que debían formar parte del quehacer diario, del trabajo continuado de los militantes blasquistas.
Partiendo de estos planteamientos y a medida que los republicanos valencianos, en febrero de 1897, iniciaron la fusión y se desmarcaron definitivamente de las tesis del cambio revolucionario, el partido fue elaborando una propuesta filosófico-política que, como afirma Manuel Suárez al analizar el republicanismo institucionalista, desbordó los límites de la acción política estricta hasta adquirir todo su significado
en el marco más amplio de su interpretación de la vida humana, de la sociedad y de las diversas relaciones que el hombre –como individuo y como ser social– establece en los diversos órdenes de la vida.17
La identidad de los hombres blasquistas se proyectaba, por tanto, en los primeros discursos del periódico como una elección personal, una elección que significaba que no sólo se mantenían ideas diferentes a las del resto de grupos políticos, sino que además esas ideas suponían una conducta distinta.
Y puesto que defendían un liberalismo ético y paradójicamente social, que entendía al individuo participando activamente en la vida de la colectividad, la responsabilidad de los cambios políticos y sociales se representaban como cercana y abarcable, responsabilidad de cada militante blasquista o de cada individuo comprometido con los ideales republicanos, pues como afirmaba Escuder en El Pueblo, con no poca ingenuidad, «¡Que nuestra patria es anómala, inculta, supersticiosa! Pues bien; mejorémosla, que eso sí depende en parte de nuestra voluntad».18 O, bien, también llegaban a decir: «Trabajad todos por y para las ideas. Ellas nos conducirán sobre toda pequeñez á la suprema conquista, á la verdad [...] ¡Republicanos: sedlo!».19
La participación masiva de los hombres en la política hacía necesario construir mecanismos de cohesión y de identificación social que unificaran y canalizaran su fuerza.20
Esos mecanismos de cohesión fueron también un modelo identitario masculino que responsabilizaba directamente a cada militante republicano de los cambios en su entorno, porque muchos de los atropellos políticos que sufrían los demócratas eran el resultado de su falta de coherencia y de la incapacidad para agruparse y crear un frente político y social, que les permitiera contestar al sistema. Cuando se denuncian por parte de los republicanos de Bilbao ilegalidades en las elecciones del mes de julio de 1897, las reflexiones de El Pueblo volvían a incidir en que: «Es inútil esperar horizontes de justicia y prosperidad no saliendo a conquistarlas con nuestras propias manos».21
Y, nada más realizarse la unidad política de la mayoría de los republicanos valencianos en el partido de Blasco, Escuder remarcaba la necesidad de trabajar en la base, en las «provincias», porque sólo ésa era en realidad la tarea que les permitiría expandir las ideas que como republicanos mantenían:
Hecho está lo de arriba: falta hacer lo de abajo. A provincias acudiremos y allí en la brecha nos dedicaremos á la educación y a la conquista del pueblo español.22
Así se creó en torno al blasquismo un sólido tejido asociativo, accionado y reforzado por las apelaciones que hacían referencia a «la fe en los principios», a «la conciencia» y a «la honradez» de sus seguidores. De este modo, se diferenciaban a sus enemigos políticos, y representaban a los sujetos republicanos como los únicos «verdaderamente» revolucionarios y capaces de propiciar transformaciones sociales, ya que sus «principios» no eran sólo palabras abstractas, sino una nueva forma de «ser» y de actuar.
Por ello, los blasquistas promovían a través