De hecho, el recurso a la violencia como un instrumento más de la acción política respondía de forma aún más directa al andamiaje ideológico fascista en la medida en que suponía la expresión definitiva de la negación del liberalismo (Miguez, 2014: 194). Frente al diálogo y la negociación, la violencia y la imposición. En este sentido, la violencia adquiría un valor simbólico, que dejaba atrás la necesidad de su recurso para derrumbar el viejo orden para preconfigurar las líneas maestras por las que habría de transcurrir la nueva era: la audacia y la voluntad de imponer los planteamientos propios se erigiría como el mecanismo de toma de decisiones políticas frente a la corrupción, ineficacia y debilidad del parlamentarismo.
En este sentido, los fascistas vascos no poseyeron nada de excepcional y la violencia se encontraba estrechamente relacionada con su actividad política. Ya hemos visto cómo a pesar del escaso recorrido temporal y de unos medios materiales y humanos muy limitados los incidentes violentos y encontronazos se acumularon a su alrededor, especialmente derivados de actividades propagandísticas y venta de prensa. Sin embargo, el escenario del País Vasco no guarda apenas relación con lo que ocurrió en otros territorios, como Madrid o en menor medida Sevilla, en que Falange se vio inmersa en una sangrienta espiral de asesinatos-represalias (Payne, 1985: 72-77; González Calleja, 2011: 200-226 y 228-229). Ello se debe a diversos factores. En primer lugar hemos de tener en cuenta que esta dinámica fue más bien la excepción que la tónica general, y es que en buena parte de las provincias donde Falange encontró asiento durante la II República el ejercicio de la violencia que practicó se asemejaba más a lo que hemos venido describiendo en las provincias vascas que a lo que ocurría en la capital de España (Thomàs, 1992a: 102; Núñez Seixas, 1993: 152-154 y 170-171; Suárez Cortina, 1981: 159-160). Por otra parte, y siguiendo en cierta medida la noción de estructura de oportunidades políticas de la Teoría de Movilización de Recursos (Casquete, 1998: 83 y ss.), hay que tener en cuenta las posibilidades de los grupos falangistas y el contexto en el que operaban. En este sentido, su debilidad numérica y organizativa dibujaba un escenario táctico muy desfavorable tanto para su actividad política como para la disputa del espacio público a través del empleo de la violencia. El caso paradigmático de lo que estamos señalando podría ser Álava, donde el hecho de que el partido contase con unas escasas decenas de militantes se encuentra en la raíz de la práctica inexistencia de incidentes violentos. Que el propio gobernador civil de Álava achacase el incidente de Barambio a un choque entre tradicionalistas y nacionalistas refleja a las claras este fenómeno.24
La incidencia de FE de las JONS en la degradación del orden público y de la convivencia en el País Vasco durante el periodo republicano fue escasa, limitándose a los alborotos derivados de la venta de prensa y a los casos excepcionales ya señalados, de una gravedad en conjunto muy inferior a los sucesos que protagonizaron otras fuerzas como el tradicionalismo o las organizaciones obreras. Lo que se produjo fue un sobredimensionamiento del verdadero alcance de la implantación fascista en solar vasco derivado de las numerosas notas y llamamientos realizados principalmente desde la prensa de cariz izquierdista, lo que a su vez respondía a una sensación generalizada de temor ante el auge que el fascismo estaba experimentando en Europa tras el ascenso de Hitler al poder en Alemania. Por paradójica que pueda resultar esta afirmación realizada desde nuestro presente, los falangistas vascos desempeñaron en mayor número de ocasiones el papel de víctimas que el de victimarios. Esto es especialmente cierto durante el periodo republicano a tenor de las cifras e identidades de los asesinados que hemos venido viendo, pero también lo fue, como trataremos en el capítulo siguiente, durante la Guerra Civil.
Como ya hemos comentado, la actividad de la Falange alavesa fue muy escasa durante prácticamente todo el periodo republicano. Esta situación cambiaría ligeramente tras la victoria del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936 y tras la llegada a la Jefatura provincial de Ramón Castaño Alonso (Rivera, 2003: 145-172). Castaño fue la figura determinante en el devenir de la Falange alavesa, marcando con su actuación el rumbo que habría de seguir el partido durante la Guerra Civil y los primeros años del régimen franquista. Impulsivo, carismático, con buenas dotes de organizador y un carácter exaltado, llegó a Vitoria portando un nombramiento de jefe provincial expedido por José Antonio Primo de Rivera.25 Con anterioridad a este momento, Castaño había formado parte del Círculo Tradicionalista de Amurrio, del que llegó a ser vicesecretario, pero en 1935 ingresó en la JONS de Bilbao.26 No tenemos noticia alguna de que mantuviese contactos o relaciones con el grupo falangista de Vitoria previamente a su llegada como jefe provincial, hecho que marcó su relación con los jóvenes estudiantes vitorianos que siempre le sintieron como ajeno a su grupo.27 En cualquier caso, a partir de su llegada la Falange alavesa aumentó notablemente su actividad, aunque siempre limitada a la realización de propaganda y pintadas, y a la venta de su prensa.28 Tras la ilegalización del partido, en marzo de 1936, sus miembros pasaron a la clandestinidad, aumentando las detenciones.29 Sus locales fueron clausurados y, en una dinámica que se repitió en las otras dos provincias vascas, RE les cedió el uso de los suyos.30 Desde este momento, Falange se sumó a las conspiraciones para derrocar violentamente al régimen republicano por lo que iniciaron su formación paramilitar con excursiones a los montes para realizar marchas y prácticas de tiro asesorados por elementos de la Falange madrileña.31
En estas circunstancias, varios de sus dirigentes fueron encarcelados. El propio Castaño fue detenido en abril y condenado en mayo a un año y ocho meses de prisión por acudir al convento de Nanclares de la Oca a solicitar dinero para la compra de armas.32 También Ricardo Aresti y José María Parra acabaron en prisión.33 Con todo, el aporte que Falange realizó a la conspiración en la provincia fue muy escaso. En un lugar como Álava, con un predominio tan abrumador del tradicionalismo, el entendimiento de los militares con los apoyos civiles había de pasar necesariamente por el carlismo, y no por un grupúsculo de estudiantes y otros elementos radicalizados que, además, se encontraban en su mayoría encarcelados. La creciente polarización del ambiente político y el clima de enfrentamiento que a pasos agigantados se abría paso en la sociedad española llevó a que la Falange alavesa comenzase a engrosar tímidamente sus filas, si bien a un ritmo inferior al que se daba en otros lugares de España, y teniendo en cuenta que no será hasta después del 18 de julio cuando experimente un verdadero crecimiento.
La Falange guipuzcoana, que daba sus primeros síntomas de vida en septiembre de 1934, mantuvo durante todo el año una vida precaria. La situación mejoró levemente con la constitución oficial y la inauguración de los locales de la capital donostiarra en enero de 1935. A esta inauguración acudió José Antonio Primo de Rivera, que dio una conferencia sobre el papel de los vascos en la historia de España y sobre su concepto de «unidad de destino en lo universal».34 A lo largo de 1935 Falange fue consolidando su presencia y se dedicó sobre todo a tareas de proselitismo, a la captación de nuevos miembros y a la venta de su prensa, actividad esta última de donde provino la mayoría de incidentes que protagonizó.35 A partir de 1936 la presión policial sobre Falange aumentó de manera importante ante la progresiva degradación del orden público. En enero de 1936 fueron detenidos todos los miembros de la Junta Directiva del SEU guipuzcoano.36 Agentes del Gobierno Civil seguían los pasos de Luis Prado, que había ocupado