PARTE I
EL FASCISMO EN EL PAÍS VASCO
DE LA II REPÚBLICA
Siglo que bajas de los cielos rojos,
Vírulo te ilumine con sus ojos.
Vírulo. Poema. Mocedades
RAMÓN DE BASTERRA
I. IMPLANTACIÓN Y DINÁMICA POLÍTICA FASCISTA
A lo largo de este capítulo vamos a realizar una visión de conjunto sobre el proceso de implantación y desarrollo de las diferentes manifestaciones orgánicas del fascismo español en el País Vasco durante la II República. Entre estas sobresale FE de las JONS, el principal partido fascista que encontró asiento en las tres provincias vascas y al que dedicaremos la mayor parte de las páginas siguientes. A través del análisis de los procesos de implantación y de la dinámica política pretendemos poner de relieve cómo el fascismo vasco no constituye ninguna excepcionalidad dentro del panorama español y europeo, y sigue unas pautas generales observables en la dinámica nacional de Falange Española y en otros productos fascistas del mapa europeo.
La primera matización que cabría advertir es que esa FE de las JONS que hemos señalado como la principal aglutinadora del fascismo vasco no funcionó en una dimensión regional más que en una serie de aspectos casi anecdóticos. Esto es, no nos encontraremos ante lo que se pueda calificar como una Falange vasca, sino que convivieron una Falange alavesa, una Falange guipuzcoana y una Falange vizcaína, una Falange, en suma, «provincializada». Existió dentro del organigrama estructural de FE de las JONS una Jefatura Territorial de Vascongadas, pero esta estructura apenas tuvo relevancia en la dinámica política de Falange en el País Vasco más allá de ocupar la representación territorial en los Consejos Nacionales. Además, las dinámicas provinciales dentro del País Vasco fueron bastante diferentes entre sí (dentro de un guión común) siendo, en definitiva, las jefaturas provinciales las entidades que regían la vida del partido. Por otra parte, en este aspecto, no dejaban de reproducir los usos políticos del momento, en el que la provincia era en buena medida la «escala» a la que se articulaban los partidos políticos y, hasta cierto punto, la Administración. Además, la provincia ocupaba un lugar privilegiado en la concepción tradicional de España dentro del pensamiento conservador. Así, podemos señalar las Juntas Provinciales de CT o los Buru Batzar, órganos de decisión provinciales del PNV.
Pese a ser Álava el territorio vasco en el que FE de las JONS alcanzó la implantación más limitada, fue en esta provincia donde paradójicamente se produjeron algunas de las manifestaciones más tempranas de grupos fascistas. En este caso, el 18 julio de 1933, Vitoria amaneció sembrada de octavillas con un manifiesto de esta naturaleza.1 Desde las páginas de La Libertad, el PCE alavés alertó de la llegada del peligro fascista a Vitoria y llamó a formar milicias antifascistas.2 A pesar de ello, el suceso no tuvo mucha repercusión más allá de los comentarios entre curiosos y temerosos de los vecinos. Los autores, Hilario Catón, Juan José Abreu, Luis Jevenois, Eduardo Ortiz, Eladio González, Patricio Gómez y Eduardo Valdivielso, eran un grupo de jóvenes, estudiantes en su mayoría y procedentes de familias bien de la capital. El texto envolvía en exaltaciones al fascismo valores conservadores radicalizados que recordaban al PNE de José María Albiñana, al que se referenciaba con admiración en varias ocasiones.3 Esta amalgama aún inmadura reflejaba, como reconocían los protagonistas, que en aquel momento eran un grupo precario, sin ningún vínculo organizativo ni filiación más allá de un genérico y nebuloso apelativo de fascistas. Buena parte de estos jóvenes, así mismo, pertenecían o habían pertenecido a la FAEC. En esta entidad dio comienzo su socialización política y se vieron inmersos en el proceso de actualización que el catolicismo político, y de manera más acuciada los sectores más jóvenes, había venido experimentando en un sentido irracionalista y voluntarista, lo que, en su caso, les aproximó y facilitó el paso al fascismo. En buena medida, sus primeros contactos reales con este se produjeron en el ámbito universitario de las ciudades en las que se encontraban estudiando, Valladolid en el caso de Hilario Catón y Eduardo Ortiz, o Bilbao en el de Eduardo Valdivielso. La importancia de las redes informales y de las relaciones personales entre estudiantes para la difusión del fascismo en España ya ha sido puesta de manifiesto (Rodríguez Barreira, 2013: 98) y, en este sentido, Álava sería un buen ejemplo de ello. Por otra parte, esta procedencia ideológica del núcleo fundador vitoriano, que tenía ecos de una adaptación modernizadora de valores conservadores, suponía una cierta diferenciación de los casos guipuzcoano y vizcaíno, más directamente relacionados, en lo que tienen de recorrido ideológico, con el impacto de la modernidad y la percepción del agotamiento del sistema político liberal ante los desafíos que esta planteaba y la necesidad de articular alternativas radicalmente nuevas.
A nivel organizativo la situación de indefinición se prolongó unos meses hasta la constitución oficial de FE en Vitoria en noviembre de 1933 tras su fundación a nivel nacional.4 El mes anterior, y con una clara intención organizativa, José Antonio Primo de Rivera realizó una visita a Vitoria durante la cual se reunió con sus escasos seguidores y con un grupo de requetés y tradicionalistas.5 Pese a los esfuerzos iniciales, la presencia y actividad de Falange en Álava fue mínima hasta la primavera de 1936.
El caso vizcaíno también fue temprano y presentó una mayor riqueza derivada, por una parte, de la experiencia previa de un núcleo intelectual agrupado bajo la forzada denominación de Escuela Romana del Pirineo, y por otra, de la presencia de varios grupos fascistas y fascistizados. Durante las décadas de los diez y de los veinte, en Bilbao, al calor de las hondas transformaciones que el cambio social que se vivía como resultado del proceso de industrialización estaba produciendo, se conformó un grupo de escritores e intelectuales agrupados en la tertulia del café Lyon d’Or presidida por Pedro Eguillor. Entre los contertulios, y para el objeto de este trabajo, revistieron una cierta importancia una serie de jóvenes literatos, encabezados por Ramón de Basterra, que anhelaban elevar la esfera cultural bilbaína a la altura del desarrollo económico de la ciudad, participando e impulsando algunas de las más emblemáticas iniciativas en este sentido, como la revista cultural Hermes. Basterra articuló en su corta obra conceptos y un estilo que se encuentran en la base de la cultura política de Falange. Su contribución descansaba en un retorno a valores asociados con el clasicismo, especialmente con la Roma imperial, la politización de la estética y la noción de España como depositaria de una misión universal que habría adquirido al convertirse en la heredera del Imperio romano en su destino civilizador tras el descubrimiento de América y la extensión de la civilización católica occidental. Esta idea, perlada de ecos orteguianos y d’orsianos, junto a un estilo clasicista que adjudicaba a categorías estéticas valores político-ideológicos que se elevaban a la categoría de absolutos, fue llevada a Falange Española de mano de los colegas de Basterra encabezados por Rafael Sánchez Mazas, puesto que el primero falleció de manera prematura en 1928. Mazas se convirtió en el principal creador del estilo y retórica falangistas, y no es complicado vislumbrar los planteamientos de Basterra por debajo de nociones centrales del ideario de FE como la del «destino común en lo universal» (Carbajosa y Carbajosa, 2003; Fernández Redondo, 2013).
El hecho de que este grupo intelectual bilbaíno buscase respuestas en el pasado a la situación de crisis o de agotamiento que percibían en la sociedad y sistema político de comienzos del siglo XX no debe conducirnos a asimilar esta experiencia con un grupo reaccionario. Estos escritores no estaban