Ocupando la violencia el papel central que ocupaba en la ideología y actividad de Falange, esta organizó desde muy pronto a sus afiliados de Primera Línea en una serie de escuadras destinadas al choque violento con las organizaciones obreras. En Guipúzcoa, cuando Manuel Carrión fue asesinado, la Primera Línea guipuzcoana ofreció una rápida respuesta matando a Manuel Andrés. Sin embargo, su organización debía de ser en esos momentos incipiente, como prueba el hecho de que requiriesen de la presencia de pistoleros traídos de fuera de la provincia. Entre los integrantes de las escuadras donostiarras se encontraban los miembros más violentos y activos, entre los que no era rara alguna vinculación con el Ejército.62 A medida que el tiempo fue avanzando, y a pesar de que ya no se produjeron más asesinatos, la dinámica de violencia no cesó y para mayo de 1936 había organizadas cuatro escuadras.63 En el caso de Vizcaya también se organizaron al menos cuatro escuadras de acción con anterioridad a la sublevación militar.64
Por su parte, de la SF sabemos más bien poco puesto que el rastro de evidencias que dejó de su existencia anterior a la Guerra Civil es prácticamente inexistente. En Guipúzcoa, conocemos que a comienzos de 1935 ya se encontraba en funcionamiento pero sin que podamos precisar desde cuándo.65 Tampoco podemos determinar el número de afiliadas que llegó a aglutinar, si bien debió de ser escaso, localizándose entre las familiares de los falangistas masculinos como Teresa Aizpurúa Azqueta, o entre alguna de las familias de clase pudiente donostiarras como Pilar Gaytán de Ayala.66 En Vizcaya la fundación fue temprana, ya que Bilbao fue una de las ciudades visitadas por Pilar Primo de Rivera y Dora Maqueda en su primera ronda de viajes para fundar la SF (Primo de Rivera, 1983: 66). Como primera jefa provincial, que se mantendría en el cargo hasta comienzos de 1938, nombraron a Teresa Díaz de la Vega.67 Como para el caso guipuzcoano, desconocemos mayores detalles, no sabiendo a cuántas afiliadas reunió ni cuál fue su grado de actividad.
2. LOS MILITANTES FALANGISTAS: NÚMERO Y COMPOSICIÓN
Para acabar la visión de conjunto sobre el fascismo vasco vamos a detenernos en la militancia de su principal manifestación orgánica, FE de las JONS. Hasta este momento se ha venido caracterizando las provincias vascas como algunas en las que menor volumen numérico alcanzó Falange. Estudios previos han señalado que en Álava hubo en torno a una treintena de afiliados, en Guipúzcoa 120 y en Vizcaya 200, cifras que, si bien de manera ajustada, han tendido a ser estimadas a la baja (Rivera y Pablo, 2014: 370; Calvo Vicente, 1994: 66; Payne, 1985: 100-101). Por nuestra parte, en Álava podemos constatar la existencia de 42 falangistas en vísperas de la sublevación militar, 150-175 en Guipúzcoa y en Vizcaya 175-200. Con estas cifras, las Falanges guipuzcoana y vizcaína se encontraban lejos de las provincias con mayor presencia falangista como Madrid, Santander o Sevilla, pero se encontraban por encima de otros territorios donde la presencia de Falange fue anecdótica con anterioridad a la Guerra Civil, como Córdoba o Ciudad Real, encontrándose más bien entre las provincias con una implantación media como Orense o Asturias.
En lo que hace a los tempos de afiliación podemos aventurar algunos rasgos pese a lo limitado de la información. Sabemos que entre las elecciones de febrero y el golpe de Estado se afiliaron al partido joseantoniano al menos 23 guipuzcoanos, 65 vizcaínos y 13 alaveses. Estos números nos hablan de un ritmo de crecimiento de la militancia bastante intenso, especialmente en Vizcaya, donde en cinco meses se afilió el 37 % de la militancia total. Sin embargo, estas cifras están bastante lejos de la verdadera avalancha de militantes que Falange experimentó en otros puntos de España, donde, ante lo que se experimentó como el definitivo fracaso de la vía posibilista encarnada en la CEDA, cientos de jóvenes cada vez más radicalizados por el endurecimiento de los discursos y el auge de la violencia política en el espacio público pasaron a engrosar las filas de Falange (Suárez Cortina, 1981: 185-187; Palomares Ibáñez, 2001: 81-82; Sanz Hoya, 2006: 249). A tenor de estos datos, el aluvión de militantes de última hora requiere ser matizado en el País Vasco, donde se retrasaría hasta después del estallido de la Guerra Civil. ¿A qué se debió esta diferencia en el ritmo de crecimiento? Aunque la respuesta no es sencilla e influyeron múltiples y variados factores, en nuestra opinión se debió principalmente a dos. En primer lugar a que el trasvase de militantes desde las JAP a Falange no tuvo lugar en el País Vasco, amén de que la insignificancia numérica de las juventudes cedistas vascas tampoco hubiese conducido a un crecimiento desorbitado. La razón por la que este trasvase de militantes no se produjo está en relación directa con el segundo motivo: la existencia de otro partido insurreccional que además era un partido de masas con un sólido arraigo en territorio vasco, el carlismo. Su mayor implantación geográfica y social, de manera muy aguda en el ámbito rural, así como el desarrollo que había adquirido su rama paramilitar, el requeté, y el acendrado catolicismo que defendía, lo convertían en una opción más atractiva que Falange para todos aquellos ciudadanos vascos que habían llegado a la conclusión de que la caída del régimen republicano había de producirse por la fuerza de las armas.
En el caso vasco, hubo tres sectores profesionales que conformaron la columna vertebral del movimiento fascista. Antes que ningún otro destacaron los estudiantes. De crucial importancia en Álava, su peso relativo decrecía en las organizaciones guipuzcoana y vizcaína fruto de la progresiva diversificación que alcanzó Falange en las provincias vascas más industrializadas y más afectadas por el proceso de modernización, gozando de una mayor capacidad de penetración en diferentes capas sociales y extendiéndose desde el que fue uno de los primeros ámbitos en que arraigó el partido, el estudiantil. Los otros grupos fundamentales en el seno de las Falanges vascas fueron los empleados y las profesiones liberales, que con la excepción de Álava agrupaban a prácticamente la quinta parte de la militancia cada uno. Estas tres categorías profesionales constituían en las tres provincias más de la mitad de los militantes, revelando su condición de partido mesocrático asentado en aquellos sectores más receptivos a los mensajes alarmistas sobre la posibilidad de una inminente revolución obrera. En este sentido, también resulta revelador comprobar que los esfuerzos que las CONS guipuzcoanas y vizcaínas realizaron para integrar a los trabajadores en sus filas se saldaron con un fracaso, apenas superando el 10 % del total. Otro fenómeno que llama poderosamente la atención es la práctica ausencia de militantes relacionados con actividades agrarias, siendo inexistentes tanto en Guipúzcoa como en Vizcaya.