Dos días después del reparto de octavillas en la playa de Ondarreta, el diario nacionalista El Día publicó una nota entre amenazante y premonitoria:
Estamos seguros de que los jóvenes fascistas, aprovecharán hoy el gentío de las regatas para repartir sus consejos […]. Cuidado, señor gobernador, con autorizar cierto género de provocaciones. ¡Ayer hubo muchos muertos en Madrid! […] Valga la advertencia. No lamentemos consecuencias lamentables.15
El tono del artículo, y más procediendo de un medio moderado como El Día, es ilustrativo del ambiente de radicalización de los discursos y las posiciones que se experimentaban en aquellos momentos en la sociedad guipuzcoana, crispada por el conflicto de los ayuntamientos vascos y por los rumores de la gestación de un movimiento revolucionario obrero, que finalmente acabaría estallando en el mes de octubre. En este ambiente se produjo el asesinato de Manuel Carrión, el ya mentado jefe local donostiarra. La noche del día 9 de septiembre, cuando este abandonaba el estudio de arquitectura de José Manuel Aizpurúa, que hacía las veces de local de Falange Española, un grupo de pistoleros que se encontraba esperándole en las cercanías del portal disparó varias veces contra él. Falleció en el hospital al día siguiente a consecuencia de las heridas que recibió.16 Significativamente, el atentado se produjo tan solo dos días después de los incidentes de Ondarreta, primer acto propagandístico público de la Falange donostiarra.
Esta agresión es la que dio lugar al único asesinato llevado a la práctica por Falange Española en el País Vasco durante la II República. Al día siguiente del atentado contra Carrión, el 10 de septiembre, caía víctima de las balas falangistas el director general de Seguridad del primer bienio Manuel Andrés cuando regresaba en compañía de un amigo a su domicilio. Por este asesinato fueron detenidos varios falangistas integrantes de las incipientes escuadras de acción donostiarras así como pistoleros reclutados en otras provincias entre los que se encontraban elementos sumamente radicalizados, como Adrián Irusta, que a comienzos de 1935 se encontraba encuadrado en la Falange sevillana, participando en los graves altercados de Aznalcóllar en el que perdieron la vida dos personas y por los que fue condenado junto a otros falangistas sevillanos a dos penas de más de dos años de cárcel por los delitos de homicidio y tenencia ilícita de armas (Dávila y Pemartín, 1938: 134-136). Ya con anterioridad a estos graves sucesos, la violencia contra falangistas había hecho acto de presencia en Guipúzcoa. En enero de 1934, el joven obrero de Industrias Vascas de Eibar, José María Oyarbide, fue objeto de una agresión con armas de fuego de la que milagrosamente salió con vida después de que varios proyectiles impactaran contra su cuerpo. Oyarbide, oriundo de la provincia de Santander, había llevado a cabo en los meses anteriores una campaña de proselitismo falangista entre diversos ambientes de jóvenes eibarreses.17
Estos sucesos, junto al asesinato de Manuel Banús el 15 de julio de 1936 a la salida de los funerales celebrados en honor de Calvo Sotelo en la iglesia del Buen Pastor donostiarra, ejemplifican el fuerte clima de hostilidad en que se movía la Falange guipuzcoana.18 Todo ello explica que fuese en la provincia de Guipúzcoa en la que el proceso de radicalización violenta de Falange Española alcanzase la mayor cota dentro del País Vasco. No solo porque soportaran un mayor número de atentados y sufriesen víctimas mortales sino porque estos acontecimientos influyeron en su práctica política y en su organización, desarrollando una rama paramilitar, compuesta por varias escuadras de acción, más acabada y numerosa que en las otras provincias vascas y que llegó a practicar el asesinato político en represalia por las acciones recibidas. Ello aumentó la presión de las fuerzas policiales y de los enemigos políticos contra los elementos de acción guipuzcoanos, que en bastantes casos hubieron de abandonar la provincia, caso de uno de los detenidos tras el asesinato de Manuel Andrés, que tras ser objeto de una agresión en abril de 1936, comenzó a barajar la posibilidad de «irse a Barcelona por el motivo de qu [sic] lo quieren matar».19
En Vizcaya también se produjeron incidentes violentos pero no llegaron a alcanzar la gravedad que revistieron en el caso guipuzcoano. Es cierto que la dinámica es similar a la guipuzcoana y es posible que tan solo la suerte o el azar evitasen que se produjesen víctimas mortales, ya que el empleo de armas de fuego y de armas blancas también era habitual. El 17 de abril de 1935, por ejemplo, un grupo de vendedores que voceaban la venta de Arriba en las inmediaciones de la calle de San Francisco fue asaltado y se desencadenó un enfrentamiento que acabó degenerando en un breve tiroteo; uno de los disparos impactó en un transeúnte inocente ocasionándole heridas leves en un brazo.20 Mayor gravedad revistió un hecho acontecido una semana después, el día 24. Juan Barrena se encontraba vendiendo el órgano vespertino de SOV cuando fue interceptado por tres desconocidos que sin mediar palabra hicieron fuego sobre él, acabando con su vida e hiriendo a otra persona que se encontraba en las inmediaciones. A causa del atentado fueron detenidos varios falangistas, pero la dirección provincial de Falange publicó el día 27 una nota en la que condenaba el asesinato y desvinculaba a sus afiliados del mismo.21 Tres días después los falangistas detenidos fueron puestos en libertad sin cargos. Cabe la posibilidad de que este fuese el único asesinato protagonizado por falangistas vizcaínos, aunque la rápida nota publicada por el partido y el hecho de que los detenidos quedasen en libertad sin cargos induce a pensar más bien lo contrario y que la vinculación que se infirió con Falange Española respondía más bien al historial de incidentes del partido y a la percepción que se tenía del mismo.22 Álava fue la provincia que en mayor grado escapó a esta dinámica violenta. Durante la II República no existe constancia de altercados de importancia protagonizados por falangistas. El único ejemplo de ejercicio de la violencia política que encontramos es cuando en febrero de 1936 falangistas alaveses y vizcaínos asaltaron tras un mitin el bachoqui de la pequeña localidad de Barambio expulsando a sus ocupantes.23
El empleo de la violencia constituía un lugar central dentro de la ideología y de la praxis política fascista. González Calleja (2008) ha señalado que
el carácter ontológico de la violencia distinguía al fascismo […] pues la militarización de la acción política no se entendía como un simple recurso […] sino como un elemento nodal, que superaba el carácter de mero instrumento táctico para convertirse en una manifestación de la voluntad de poder nacional a través de la fuerza