En cuanto a la edad de los militantes falangistas, esta era de una extrema juventud. La edad media de los afiliados alaveses era de 21 años, la de los guipuzcoanos de 25 y la de los vizcaínos de 27. El aumento progresivo de la edad media en Guipúzcoa y Vizcaya es el resultado de la mayor diversificación que alcanzó Falange fuera de los ámbitos estudiantiles. Aun así, en todos los casos, los militantes menores de 30 años constituían al menos las tres cuartas partes del total de la militancia. Esto encaja perfectamente con la preeminencia que los estudiantes tenían dentro del partido y con la mística de la juventud que irradiaba el fascismo.
Por otra parte, si de alguna manera hemos de categorizar la ascendencia político-ideológica de los falangistas vascos, sería en la del liberalismo en su más amplia acepción. Los procedentes del tradicionalismo, ya sea personal o familiarmente, eran muy escasos, en contraposición a la importancia que tuvo el monarquismo de origen liberal conservador, especialmente el que evolucionó en un sentido autoritario a lo largo de las primeras décadas del siglo XX, que estuvo representado por el maurismo, RE y, en menor medida, el PNE. De esta forma, podemos explicar satisfactoriamente algunos de los aspectos de la implantación geográfica de Falange en Vizcaya. Fuera de Bilbao, los núcleos falangistas más importantes se encontraban, como ya hemos visto, en Portugalete, Guecho, Valmaseda y Baracaldo, siendo los primeros más numerosos que el último. Si nos atenemos a criterios poblacionales o de conflicto sociopolítico en estas poblaciones, resulta complicado comprender por qué es una localidad como Baracaldo la que menor número de falangistas tenía, habida cuenta de que según el censo de 1930 era el núcleo más poblado de la provincia, si exceptuamos Bilbao. La razón hay que buscarla en la tradición política dominante en la derecha de estas poblaciones: tanto Portugalete como Guecho y Valmaseda poseían una larga vinculación con el monarquismo liberal frente a Baracaldo que, en el campo de la derecha, presentaba un carlismo hegemónico, tradición política que, como estamos viendo, mostró un elevado grado de impermeabilidad a la atracción fascista. Aunque la relación con el monarquismo liberal es especialmente intensa en el caso de Vizcaya, también se puede aplicar a Guipúzcoa, donde la vinculación familiar de algunos de los militantes con el monarquismo liberal conservador es evidente, como los Balmaseda Echeverría, los Ramírez de Arellano o los Gaytán de Ayala; o, incluso, a Álava, donde el núcleo fundador vitoriano familiarmente era de raigambre liberal. Esto, junto con el énfasis puesto por el fascismo en algunos de los aspectos más exaltados de la juventud, nos conduce a hablar del carácter de revuelta generacional que revistió el movimiento fascista. Frente a lo que entendían como un exceso de inmovilismo de sus mayores, los jóvenes procedentes de esta tradición política liberal conservadora optaron por un movimiento que incentivaba la acción por encima de la reflexión y apostaba por plantar cara a lo que entendían que era un proceso revolucionario y a la situación de postración que atravesaba la nación. Este fenómeno generacional ha sido detectado también en otros lugares de España y está presente en el panorama europeo (Prada Rodríguez, 2005: 181-183; Souto, 2004). En este marco se produjo un notable cambio de ciclo y de prioridades entre la década de los veinte y las derivas más puramente autoritarias, y la de los treinta y el auge de las opciones fascistas de la mano de una juventud impaciente ante la incapacidad de frenar los avances democráticos manifestados por las opciones políticas de sus progenitores.
Un factor cualitativo fue la relación que existía entre la militancia falangista y la práctica del deporte. Las primeras décadas del siglo XX supusieron la aparición novedosa del deporte profesional como espectáculo de masas y los tímidos comienzos de una cierta fascinación popular por las estrellas deportivas (Pablo, 1995: 125-139). En este escenario, y con el desarrollo de unos rasgos ideológicos que perseguían un mayor activismo y dinamismo, se produjo una cierta ligazón entre la práctica deportiva y la militancia política. No es que existiese una relación directa entre el ejercicio físico y una adscripción política sino que la práctica del deporte, junto con otros elementos de carácter cultural como la admiración por la literatura de aventuras, el incipiente cine de acción o las biografías de elementos de acción revolucionarios (Mainer, 1971: 13-15), suponían la existencia de una experiencia vital, un habitus, en expresión de Pierre Bourdieu (1972: 178), que facilitaría el acercamiento y la sintonía con las coordenadas culturales e ideológicas del fascismo. El propio culto al cuerpo y el desprecio de la comodidad burguesa también incentivaban el ejercicio físico. Así, era habitual encontrar entre los falangistas vascos consumados deportistas. José Manuel Aizpurúa era un habitual en las competiciones de balandros y representó a España en competiciones internacionales (Loyarte, 1944: 317); Paulino Astigarraga fue directivo del Donostia Club de Fútbol, vicepresidente del Consejo Superior de la Federación Guipuzcoana de Fútbol y automovilista aficionado a las carreras; Valentín Arroyo y Joaquín Viana, de la Falange alavesa, eran reconocidos sportmen; Ricardo Zulueta era futbolista profesional del Atlético de Madrid; y Justino Adrada, de la Falange vizcaína, fue ciclista profesional.68
Según todo lo que hemos visto podemos formular algunas conclusiones. El fascismo en el País Vasco fue un movimiento marginal, íntimamente vinculado en su aparición y desarrollo a los desafíos que planteó la irrupción de la modernidad y la sociedad de masas industrial. Así, por un lado, tenemos el País Vasco costero, con una mayor diversidad y madurez entre su militancia y una penetración más allá de las capitales; y, por el otro, el País Vasco continental, con una militancia más limitada y monolítica, circunscrita en exclusiva a la capital provincial. Además, el fascismo vasco fue un fenómeno esencialmente urbano que mostró su incapacidad para incidir entre los sectores rurales ante el profundo arraigo entre estos de otras tradiciones políticas, como el tradicionalismo y el nacionalismo, vinculados estrechamente con la mentalidad y representaciones sociales de los habitantes del mundo agrario vasco. La columna vertebral de la militancia fascista vasca fueron las clases medias urbanas, entendidas en un sentido amplio. Entre ellas destacaron sectores como los empleados, las profesiones liberales y, de manera relevante, los estudiantes. Este grupo está en interrelación con otra de las características del fascismo vasco, su juventud. Con un terreno fértil abonado por la eclosión de tendencias vitalistas y por unas experiencias anhelantes de nuevas emociones que favorecían la sintonía con las coordenadas culturales del fascismo, los jóvenes protagonizaron una suerte de revuelta generacional ante lo que percibían como posturas inmovilistas y acomodaticias de sus mayores que en algunos casos les condujo a abrazar el fascismo. En este sentido, es interesante señalar la procedencia hegemónica de ámbitos de la tradición del liberalismo conservador. Aquellos que llegaron al fascismo desde el tradicionalismo o desde opciones progresistas eran minoritarios. Fueron los que procedían del liberalismo conservador, principalmente, los que siguiendo pautas que se daban por toda Europa se embarcaron en un proceso de actualización de la ideología y la praxis política de la derecha, reenfocándola desde una perspectiva ultranacionalista, palingenésica e irracionalista.
1 La Libertad, 24-7-1933.
2 La Libertad, 18-7-1933.
3 Norte, 4-8-1938.
4 La Libertad, 21-8-1936.
5 Pensamiento Alavés,