Once escándalos para enamorar a un duque. Sarah MacLean. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Sarah MacLean
Издательство: Bookwire
Серия: El amor en cifras
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418883118
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sin dudarlo al balcón de piedra. Abandonó la seguridad de la habitación consciente de que era algo que no debía hacer. Sabía que su hermano y el resto de Londres la juzgarían por sus acciones. A sus ojos, los balcones eran invernáculos del pecado.

      Cosa que resultaba ridícula, por supuesto. Era evidente que no podía ocurrir nada malo por salir unos minutos a un balcón. Lo que debía evitar eran los jardines.

      Afuera hacía frío, y Juliana agradeció el aire cortante. Levantó la mirada hacia el despejado cielo de octubre y contempló las estrellas.

      Por lo menos había algo que era inalterable.

      —No debería estar aquí.

      Juliana no se dio la vuelta ante las palabras del duque. No estaba demasiado sorprendida.

      —¿Por qué?

      —Podría sucederle algo.

      Juliana encogió un hombro.

      —Mi padre solía decir que las mujeres tienen doce vidas. Como los gatos.

      —Aquí los gatos solo tienen siete.

      Juliana sonrió por encima del hombro.

      —¿Y las mujeres?

      —Muchas menos. No es seguro que esté aquí sola.

      —Lo era hasta que ha llegado usted.

      —Por eso siempre… —El duque se interrumpió.

      —Por eso siempre corro peligro.

      —Sí.

      —Entonces, ¿qué hace aquí, su excelencia? ¿No está poniendo en peligro su propia reputación al acercarse a mí? —Finalmente se dio la vuelta y lo vio a varios metros de ella. Soltó una corta risotada—. Bueno, supongo que a esa distancia nadie puede deshonrarse. Está seguro.

      —Le prometí a su hermano que la protegería del escándalo.

      Estaba tan cansada de que todo el mundo pensara que se encontraba a un paso del escándalo…

      Juliana entrecerró los ojos.

      —Eso resulta muy irónico, ¿no cree? Hace un tiempo usted fue el mayor peligro para mi reputación. ¿O no lo recuerda?

      Dijo aquello antes de poder contenerse, y, en las sombras, el semblante del duque adquirió un aspecto pétreo.

      —Este no es el momento ni el lugar para hablar de tales cuestiones.

      —Nunca lo es, ¿verdad?

      El duque cambió de tema.

      —Debería sentirse afortunada por que sea yo quien la haya encontrado.

      —¿Afortunada? ¿Está seguro? —Juliana lo miró a los ojos intentando encontrar la calidez que una vez percibió en ellos. Sin embargo, se topó con esa inquebrantable mirada patricia.

      ¿Cómo podía ser tan distinto ahora?

      Al notar que la ira la dominaba, volvió a dirigir la mirada hacia el cielo.

      —Creo que será mejor que se vaya.

      —Pues yo creo que lo mejor es que regrese al baile.

      —¿Por qué? ¿Cree que si bailo un reel me recibirán con los brazos abiertos y me aceptarán en el redil?

      —Creo que jamás la aceptarán si no lo intenta.

      Juliana giró la cabeza para mirarlo.

      —Usted cree que deseo su aceptación.

      El duque la miró largamente.

      —Creo que debería desear que la aceptáramos.

      «Aceptáramos. Nosotros».

      Juliana se enderezó.

      —¿Por qué? Forman un grupo rígido y desangelado, más preocupado por la distancia adecuada entre las parejas de baile que por el mundo en el que viven. Creen que sus tradiciones, su educación y sus estúpidas reglas hacen de su vida algo envidiable. Pero no es así. Solo los convierten en unos esnobs.

      —Y usted es solo una niña que no conoce el juego en el que está metida.

      Sus palabras fueron un aguijonazo, pero no quería que el duque lo supiera.

      Juliana se acercó a él poniendo a prueba su disposición a no retroceder. No lo hizo.

      —¿Cree que considero esto un mero juego?

      —Creo que es imposible que lo considere de cualquier otro modo. Mírese. La alta sociedad a escasos metros de aquí y usted al borde de la ruina. —Su tono fue mordaz, su anguloso rostro ensombrecido y hermoso a la luz de la luna.

      —Ya se lo he dicho. No me importa lo que piensen.

      —Por supuesto que le importa. Si no le importara, no estaría aquí. Hace tiempo que habría regresado a Italia y se habría olvidado de nosotros.

      Se produjo una larga pausa. Se equivocaba.

      No le importaba lo que pensaran de ella.

      Pero sí le importaba lo que él pensara.

      Y aquello solo servía para aumentar su frustración.

      Se dio la vuelta hacia el jardín y se asió a la ancha barandilla de piedra del balcón mientras consideraba qué ocurriría si corría hacia la oscuridad.

      La encontrarían.

      —Espero que se le hayan curado ya las manos.

      Volvía a mostrarse educado. Impasible.

      —Sí. Gracias. —Respiró hondo—. Parecía estar disfrutando del baile.

      El duque tardó un segundo en responder.

      —Ha sido tolerable.

      Juliana rio tímidamente.

      —Un gran cumplido, su excelencia. —Hizo una pausa—. Su pareja parecía estar disfrutando de su compañía.

      —Lady Penelope es una bailarina excelente.

      La uva tenía nombre.

      —Sí, he tenido la suerte de conocerla durante la velada. Y debo decirle que no sabe elegir muy bien a sus amistades.

      —No permitiré que la insulte.

      —¿No me lo permitirá? ¿Y qué le hace pensar que está en disposición de exigirme nada?

      —Hablo muy en serio. Lady Penelope es mi prometida y le exijo que la trate con el respeto que merece.

      El duque iba a casarse con esa criatura insulsa.

      Juliana se quedó boquiabierta.

      —¿Está comprometido?

      —Aún no. Pero ya solo es cuestión de formalidades.

      Juliana supuso que no era extraño que el duque estuviera comprometido con la perfecta novia inglesa. Pero resultaba tan inapropiado…

      —He de confesar que jamás había oído a alguien hablar de un modo tan desabrido sobre el matrimonio.

      Leighton cruzó los brazos para protegerse del frío, y la lana de su chaqueta negra de gala se tensó en los hombros, resaltando su amplitud.

      —¿Qué más quiere que diga? Somos compatibles.

      Juliana parpadeó.

      —¿Compatibles?

      El duque asintió.

      —Exacto.

      —Qué apasionado.

      Leighton no reaccionó ante su sarcasmo.

      —Es una cuestión de negocios. En los buenos matrimonios ingleses no hay lugar para la pasión.

      Era