La persona de Cristo. Donald Macleod. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Donald Macleod
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Религия: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788412335217
Скачать книгу
la pregunta: «El hecho de que fue su Hijo el enviado, ¿no resuelve la ambigüedad del verbo?». Lamentablemente, no ofrece ninguna respuesta satisfactoria. No obstante, la idea de una relación especial entre Jesús y Dios no es un caso aislado que quede limitado solamente a este pasaje. Aparece, por ejemplo, en otros dos pasajes de Pablo: Romanos 8:3 y 8:32.

      En Romanos 8:3 escribe: «Pues lo que la ley no pudo hacer, ya que era débil por causa de la carne, Dios lo hizo: enviando a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado y como ofrenda por el pecado». El pasaje presenta dos peculiaridades interesantes. Primero, Pablo no se contenta con decir su Hijo sino su propio Hijo («el Hijo de sí mismo»), enfatizando así la intimidad especial del vínculo existente entre Él y el Padre. El énfasis carecería prácticamente de sentido si este vínculo no hubiera existido antes de que fuese enviado. Segundo, Pablo dice que Dios le envió en semejanza de carne de pecado. Esto se refiere, claro está, a la humanidad del Señor. Pero ¿por qué hacer referencia a ella? ¿No somos todos «enviados» en semejanza de carne»? ¿Y por qué expresarlo de una forma tan extraordinaria, en semejanza de carne de pecado? Está claro que sentía la necesidad de decir que Jesús fue humano. Está igual de claro que sentía la necesidad de definir con gran exactitud el tipo de humanidad que poseía. Todo esto se encuentra en plena consonancia con su unicidad como preexistente y divino; y es muy difícil de explicar de no ser así.

      Romanos 8:32 dice: «El que no eximió ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos concederá también con Él todas las cosas?». Sea cual fuere el significado preciso de no eximir y de entregar, una cosa está clara: existía una relación muy especial entre el Padre y el Hijo. Él era su propio Hijo, tan precioso que, si no lo eximió, entonces, a fortiori, no eximiría nada. De hecho, el lenguaje de este versículo recuerda mucho a Juan 3:16: «Dios entregó a su unigénito».

      Esto expresa de forma muy clara la gravedad de las cuestiones involucradas en la negación de la preexistencia de Cristo. La gloria de la iniciativa de amor del Dios Padre es el tema más importante del Nuevo Testamento. La manifestación suprema de ese amor es la entrega, el envío y el sacrificio de su Hijo: pero para alcanzar toda su fuerza depende de la relación especial entre Cristo y el Padre. Por eso, en Juan 3:16 y en Romanos 8:32 los escritores utilizan un lenguaje que recuerda a Abraham cuando sacrificó a Isaac: «Toma ahora a tu hijo, tu único, a quien amas» (Gn. 22:2). La auténtica maravilla de la devoción de aquel patriarca radica en la cualidad preciosa y única de Isaac, y la esencia de la maravilla del Calvario, considerado (como debe ser) un acto de Dios Padre, radica en la naturaleza única y preciosa de Cristo. El envío pierde la mayor parte de su valor si no mediaba amor entre ellos. La entrega pierde la mayor parte de su majestad si la relación entre «padre» e «hijo» sólo hubiera durado unos pocos años. El Calvario podría seguir siendo un monumento al heroísmo de Cristo, pero dejaría de hablarnos del amor del Padre. Por curioso que parezca, la fuerza de Juan 3:16 y de Romanos 8:32 depende de la homoousios («una sustancia») de Nicea. Según Nicea, Dios entregó lo Suyo. Según aquellos que niegan la preexistencia, Dios entregó a Otro.

      Nuestro pasaje paulino clave sobre la preexistencia es 2 Corintios 8:9: «Porque conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, sin embargo por amor a vosotros se hizo pobre, para que vosotros por medio de su pobreza llegarais a ser ricos». Estas palabras tienen un interés práctico evidente. El motivo de la liberalidad es lo que Cristo hizo por usted (di hymas, para su beneficio): se hizo pobre. Era rico, precisamente como Dios lo es, en gloria (Fil. 4:19). Pero se hizo a sí mismo pobre. No fue un proceso gradual, sino un momento decisivo, como indica el tiempo aoristo. Aplicado meramente al Cristo histórico, esto no tiene sentido. ¿Cuándo fue rico el Cristo posterior a la natividad? «No fue como Moisés, que renunció a los lujos del palacio para servir a sus hermanos; nunca tuvo ninguna riqueza terrenal a la que renunciar».25 Lo que dice Pablo es que mientras que para el cristiano la pobreza inicial da paso a la riqueza, para Cristo sucede lo contrario. Además, esta comprensión de la misión de Jesús no es una novedad para los cristianos corintios. Es algo con lo que están muy familiarizados: «pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo [...]».

      En Colosenses 1:15 y ss. retomamos la atmósfera de Juan 1:1-4 y de Hebreos 1:2-4, con su énfasis en la importancia pre-temporal y cósmica del Señor. Esto resulta más notable si, como aducen algunos eruditos, el pasaje es un himno pre-paulino. Entonces reflejaría incluso más directamente la tradición cristiana primitiva.

      La afirmación clave es el versículo 17: «Y Él es antes de todas las cosas». Pablo no dice fue sino es (estin). Como mínimo en la forma es muy parecido a Juan 8:58: «antes que Abraham naciera, yo soy» (egō eimi). Es difícil creer que la frase antes de todas las cosas se pretende señalar una superioridad de rango antes que una prioridad de existencia. La forma natural de expresar la superioridad no hubiera sido pro pantōn, sino epi pantōn (Ro. 9:5; Ef. 4:6), o hyperanō pantōn (Ef. 1:21; 4:10), o hyper panta (Ef. 1:22). Además, el contexto precedente deja claro que Pablo estaba pensando en la preexistencia: «por Él fueron creadas todas las cosas [...] todo fue creado por Él y para Él». Si todo lo que fue creado lo hizo Él, entonces es evidente que Él no fue creado.

      Pero ¿qué pasa con las palabras del versículo 15: «Él es [...] el primogénito de toda creación»? ¿No sugieren que Cristo fue una criatura, aunque fuese la primera? Ciertamente, los arrianos aplicaron este sentido a las palabras, para respaldar su doctrina de que «hubo cuando él no estuvo» (ēn pote ouk ēn). Sin embargo, debemos tener en mente que Pablo (o quienquiera que fuese el autor originario) no dice prōtoktistos («primer creado»), sino prōtotokos («primer nacido»). Además, la Septuaginta había usado prōtotokos en el Salmo 89:27: «Yo también lo haré mi primogénito» y, como resultado, prōtotokos, usado de forma absoluta, se había convertido en un título mesiánico reconocido.26 Esto lo facilitó su aplicación a Israel en pasajes como, por ejemplo, Éxodo 4:22: «Israel es mi primogénito».

      La connotación más poderosa en el título prōtotokos es la primogenitura (de hecho, la Vulgata lo traduce como primogenitus), que a su vez transmite las ideas de soberanía sobre la casa y el derecho de herencia. La idea de la soberanía ya está vinculada con el término en Salmos 89:27: «Yo también lo haré mi primogénito, el más excelso de los reyes de la tierra». En Hebreos 1:2 la filiación divina está claramente vinculada con la herencia y, en Hebreos 12:23, todo el pueblo de Dios está contenido en la designación «la iglesia del primogénito». Dentro de la comunidad cristiana, cada miembro tiene derechos de primogenitura: somos «herederos de Dios y coherederos con Cristo» (Ro. 8:17). Cabe destacar, además, que tanto Lightfoot27 como Bruce28 citan dos casos de una fuente rabínica en los que claramente no se puede pensar en Dios como parte (aunque fuera la primera) del mundo.

      La preexistencia en los Evangelios sinópticos

      Los Evangelios sinópticos son menos explícitos sobre la preexistencia de Cristo que las epístolas paulinas, y esto plantea una especie de enigma. Sin embargo, debemos recordar lo siguiente: que los Evangelios no representan una fase más antigua de la tradición que, por ejemplo, Gálatas; que presentan a Cristo en términos de actos en lugar de proposiciones; y que no podemos establecer una distinción formal entre la deidad y la preexistencia. Los sinópticos contienen abundantes evidencias de la primera y, sin duda, implican la segunda.

      La evidencia que tenemos para la preexistencia es cuádruple.

      Primero, tenemos el uso del título Señor, sobre todo en pasajes como Marcos 1:2-3. Aquí a Juan se le presenta como el precursor del Señor, pero Marcos intensifica la fuerza de la afirmación al representarla como el cumplimiento de Malaquías 3:1 y de Isaías 40:3. En el primer pasaje, es el propio Yahvé quien viene como mensajero del pacto. En el segundo, hay que preparar el camino para Él. Si Marcos veía a Cristo como el Señor (como Aquel que venía a su propio templo), ciertamente debía pensar que existió antes de su venida, ¿no es cierto?

      La segunda evidencia es la consecuencia de la afirmación: «El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado» (Mr. 1:15). La conexión entre Jesús y el reino es íntima: hasta el punto de que podemos incluso decir que