La persona de Cristo. Donald Macleod. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Donald Macleod
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Религия: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788412335217
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reino de Dios os será quitado y será dado a una nación que produzca sus frutos». (Mt. 21:43)

      La grandeza que está en juego aquí (la que subyace en la gravedad de rechazarle) no es solamente la de la condición mesiánica de Jesús. La propia condición mesiánica descansa sobre algo más profundo: la condición de hijo. Él es Hijo antes de ser enviado, y es enviado porque es Hijo: «Tendrán respeto a mi hijo» (Mt. 21:37). Las ideas de la preexistencia y la filiación forman parte de la esencia del relato.

      El significado de la preexistencia

      Por consiguiente, la doctrina de la preexistencia parece bastante segura sobre sus fundamentos exegéticos. Pero ¿qué significa? Muchos eruditos la han sometido a una reinterpretación radical y reduccionista. Entre ellos, el principal ha sido John A. T. Robinson.39 Éste parte de la afirmación poco prometedora de que la preexistencia, como la mesianidad o «la humanidad impersonal», es un concepto que en la época moderna es posible que no signifique nada. Sin embargo, habiendo dicho esto parece que no está seguro de qué hacer con el concepto, porque procede a ofrecer nada menos que tres interpretaciones de la preexistencia.

      Primero, dice que la doctrina de la preexistencia representa simplemente una actualización de la idea de la preordenación.40 Cristo preexistió en el sentido de que su ministerio formó parte de la voluntad deliberada y del plan de Dios. Robinson ni explica ni defiende esto. No obstante, seguro que es evidente que no puede existir tensión alguna entre la preordenación y la preexistencia. Establecer una no supone rechazar la otra. De hecho, las dos doctrinas se encuentran en ocasiones muy relacionadas en el Nuevo Testamento. En 1 Pedro 1:20, por ejemplo, leemos que Cristo fue destinado antes de la fundación del mundo, pero que fue revelado al final de las eras (mi traducción). La conclusión más segura respecto a este versículo es que ni afirma ni niega la preexistencia de Cristo. Por lo que respecta a su relación con la preordenación, es evidente que a lo largo del Nuevo Testamento lo que se preordena no es la existencia de Cristo sino su manifestación (1 P. 1:20), su soberanía cósmica (Ef. 1:9-10) y especialmente sus sufrimientos (Mr. 8:31; Jn. 17:1; Hch. 2:22 y ss.).

      Segundo, Robinson ofrece lo que sólo puede llamarse una definición biológica de la preexistencia. Él sostiene que el único tipo de preexistencia de la que podemos estar seguros, es que «Jesús debió estar vinculado por medio de su tejido biológico con el origen de la vida en este planeta, y por detrás de él con todo el proceso inorgánico que se remonta hasta el polvo de estrellas y el átomo de hidrógeno; siendo parte del “manto sin costuras de la naturaleza” tanto como cualquier otro ser vivo».41 Por lo que respecta a lo que afirma este comentario, es perfectamente aceptable. Como indica el propio Robinson, el Nuevo Testamento nos lo dice explícitamente, sobre todo en la genealogía de Lucas, que traza la descendencia física del Señor hasta Adán. Robinson no dice más que C. S. Lewis: «Tras cada espermatozoo subyace toda la historia del universo: encerrada en su interior se haya buena parte del futuro del mundo».42 Lo que genera un problema es lo que Robinson niega. ¿Es ésta realmente la única clase de preexistencia? Como él mismo admite, su lenguaje no dice nada de la preexistencia del individuo como tal. Sus sentimientos se corresponden, en el otro extremo de la escala cronológica, con las palabras de Shakespeare sobre la post-existencia de Julio César:

      César imperial, muerto ya y vuelto a la arcilla, Podrá muy bien tapar un agujero para que no entre el viento.43

      ¿Podríamos reducir la doctrina neotestamentaria de la resurrección a esto? Tampoco podemos reducir la doctrina de la preexistencia de Cristo a la idea de que Él estaba presente en el polvo de estrellas. Cuando tuvo gloria con el Padre antes de que el mundo fuese, ¿lo hizo como un átomo de hidrógeno (Jn. 17:5)?

      El tercer enfoque44 es más sofisticado. Robinson comienza señalando que, para nosotros, existe una tensión insoluble entre la preexistencia y la humanidad de Cristo. ¿Por qué? Debido a nuestras presuposiciones, en especial nuestra idea de que lo que preexistió fue una persona. Los escritores del Nuevo Testamento, según Robinson, no sentían semejante tensión, porque no compartían nuestras presuposiciones. Según ellos, lo que se encarnó no fue una persona, sino una vida, poder o actividad que adoptó un cuerpo y una expresión en un ser humano individual. Cristo fue la encarnación de la agencia divina, la presencia y la gloria divinas. Pero no fue la encarnación de una persona divina.

      Uno se siente tentado a responder a esto diciendo: puede que sea verdad, pero no es lo que enseña el Nuevo Testamento. En el Nuevo Testamento, la existencia de Jesús como hombre es una continuación de su existencia previa o anterior como ser celestial. El Verbo que habitó entre nosotros es el mismo Verbo que estaba con Dios. El Cristo que hallamos en forma de hombre es el mismo que anteriormente existió en forma de Dios. El Cristo que vive en la pobreza es el mismo que, previamente, fue rico. Además, aunque podamos distinguir correctamente entre Dios y su palabra, poder, actividad y presencia, no cabe duda de que en el Nuevo Testamento tales cosas se hipostatizan en las personas del Hijo y del Espíritu Santo. El Hijo no sólo es enviado; viene por propia voluntad y como expresión de un altruismo incomparable. La combinación de lo volitivo y lo altruista, ¿no da como resultado lo personal?

      Anthony Tyrrell Hanson también desea reinterpretar la doctrina de la preexistencia, pero su enfoque es distinto al de Robinson. De hecho, Hanson es muy crítico del enfoque de Robinson sobre la evidencia del Nuevo Testamento: «En cada caso me parece que no ha logrado tomar en consideración la evidencia de que, en realidad, esos escritores creían que Cristo era un ser divino preexistente».45 Pero aunque Hanson sabe lo que dicen Pablo y Juan, no se siente impulsado a aceptarlo: «La evidencia que convenció a los escritores neotestamentarios no nos convence».46 Él arguye que lo que debemos hacer es conservar la intención subyacente en la doctrina de la preexistencia, aunque no podamos aceptarla con detalle. La doctrina no se originó en Jesús, sino en la iglesia primitiva. ¿Por qué la inventaron? ¡Para conservar y expresar la realidad de Cristo como revelación de Dios! Si Dios se había revelado de forma suprema en Cristo, entonces (pensaban los primeros cristianos), Dios debe haber sido siempre como ahora se le conoce en Cristo. En consecuencia, toda revelación de Dios en la era precristiana debe haber sido una revelación de Dios en Cristo. En la práctica (y en su intención), Hanson desmitifica la doctrina de la preexistencia: representa la existencia anterior del amor altruista de Dios.

      Por supuesto, es cierto e importante que Cristo es la revelación de Dios. Pero en el Nuevo Testamento esta «unidad reveladora» descansa sobre la unidad ontológica. Jesús puede decir «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn. 14:9), sólo porque también puede decir «Yo y el Padre uno somos» (Jn. 10:30). De otro modo, Cristo revela a Dios sólo desde fuera, como observador, y no es más que el último de los profetas: una posición contradiría la idea que se establece en Hebreos 1:1, que nos dice que Dios habló sus última palabra no por medio de un profeta, sino de su Hijo. Si la ontología es errónea (si el escritor da una respuesta equivocada a la pregunta «¿Quién es Él?»), toda su teología de la revelación también es errónea. La verdadera relación de la doctrina de la preexistencia con la obra de la revelación está bien expresada por Pannenberg: «La unidad reveladora de Jesús con el Dios que es de la eternidad a la eternidad nos obliga conceptualmente a aceptar la idea de que Jesús, como Hijo de Dios, es preexistente [...] Si Dios se ha revelado en Jesús, entonces la comunión de éste con Dios, su filiación, pertenece a la eternidad».47

      Otros estudiosos se resisten a la tentación de desmitificar la preexistencia de Cristo, y prefieren rechazarla sobre fundamentos teológicos. De entre éstos, el más frecuente es que no es coherente con la humanidad de Cristo. Esto lo afirma con una fuerza especial John Knox: «La creencia en la preexistencia de Jesús es incompatible con la creencia en su humanidad normal y genuina [...] Podemos tener la humanidad sin la preexistencia, y la preexistencia sin la humanidad. No hay absolutamente ninguna manera de tener ambas».48

      Podemos hacer tres comentarios sobre esto:

      En primer lugar, el uso que hace Knox de la humanidad de Cristo como principio regulador de cristología es inaceptable. Para él, no basta