El Libro de los Siglos y los Instantes. Javier Soverna. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Javier Soverna
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789878718675
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a doblar en cada esquina a toda velocidad

      Escuché que uno de ellos dijo:

      ¡Cuidado con este pendejo

      A ver adónde nos va a llevar!

      Y así en el laberinto los perdí de vista

      Y así volví a mi casa, cansado y radiante

      Porque ya era un especialista

      Y el éxito cansa, como la imperiosa carrera

      En los pasillos, aunque favorece a la alegría

       Procesos y trabajos

      Nuestro trabajo: juntar viruta de fundición

      escallas pequeñas

      obtenidas de la fundición de cilindros

      camisas de automóviles

      (alterados por un torno)

      Se las pasaba por "zaranda"

      un colador grande de alambre fino

      para sacarles el polvo

      y guardaba en tachos

      En las acerías las vendíamos a buen precio

      Usaban la viruta para "sellar" las lingoteras al suelo

      moldes en los que se fabricaba el acero

      unidos por canales en una fosa

      (los hombres trabajaban adentro de ella)

      Este salía fundido de los hornos

      y era trasladado en "cucharones" por grúas

      hasta la boca del tubo que conducía a los canales

      A las lingoteras subía el acero por vaso comunicante

      En contacto con la viruta se enfriaba, endurecía

      y no derramaba

       Escenas asirias

       Alla greca:

      Nace en Nimrod (Asiria). Sus padres son príncipes

      y poseen un palacio lujoso en la ciudad.

      A la edad de dos años aprende a tensar las correas

      de su honda: los pájaros no huyen porque caen muertos.

      Aprende a manejar el arco y la flecha

      y a conducir el carro de combate.

      En busca de aventuras que le presten fama y renombre,

      ansiando igualar las hazañas de los héroes del pasado

      (y entre todos admira a Puzurashur),

      a los catorce años de edad

      abandona el palacio paterno.

      Lleva consigo su escudo y su lanza.

      En la llanura, en donde los leones devoran el ganado,

      cobra su primera víctima: una leona, a la que vence

      arrojándole una garrafal piedra.

      Mata con su lanza al león de Nimrod, que asola

      la región noche tras noche.

      Cruza el río Tigris en un odre.

      Conocidas sus hazañas a lo largo y ancho de Asiria,

      se une al ejército: destaca en el cerco de Babilonia;

      destrozada la torre de asedio, derriba los ladrillos

      de adobe de parte de la muralla defensora

      con sus inauditos puños.

      Adorado como a un dios,

      introduce hilo de oro en su barba postiza,

      tiñe sus cejas de color violeta,

      pinta sus labios de azul y maquilla el rostro

      con polvos y cremas rojas y anaranjadas.

      Es recibido con honores en el palacio de Nínive.

      Come y bebe abundantemente.

      Regresa a su patria (Nimrod) para impedir

      la destrucción del Obelisco Negro por parte de

      quince forajidos provenientes del reino de Urartu.

      Viaja a Urartu y enfrenta y vence al Dios de las Tormentas.

      Frente a la sublevación de mil esclavos

      traslada él solo el Toro Alado de Nínive,

      desde la misma Ciudad Capital hasta Nimrod.

      Junto a un reducido número de hombres

      frena el avance de las hordas escitas que,

      integradas por guerreros hermafroditas,

      saquearon Asur y otras ciudades del sur

      en su regreso de Siria.

      Perece en Asur, en guerra contra los medos.

       Los fantasmas poéticos

      El poeta autóctono de Haedo

      Sabe que no le alcanzará la vida

      Para cantar el barrio

      (Plazas, trenes, andenes, perros, calles, árboles, soderías)

      Contrata a un ghostwriter

      Cuarenta años menor

      Que estudia minuciosamente su estilo y léxico

      A su muerte, el joven revela la verdad

      Y el viejo poeta pasa con justicia al olvido

      El "escritor fantasma" sufre un extraño accidente

      En el andén de la estación

       Homero

      El primero de los cuatro pilares del arte de la aristocracia

      Pilares con nombre

      Cíclicos

      El aedo gustaba de las efusiones de sangre

      Que dirimían una autoridad

      Pero sabía qué hacer con ellas

      Para qué memorizarlas y escribirlas

      Estas no eran gratuitas ni excesivas

      Se justificaban

      Mucho más que las de Shakespeare o de Cervantes

      Meros efectistas a su lado

      Que avivaban el morbo y la risa de la muchedumbre

      Su vitalidad era seria, guerrera, milenaria

      Emanaba de un mandato heredado

      De una tradición adquirida

       Safo

      La mujer escribe

      A raíz de ciertos enfrentamientos civiles y políticos

      La poetisa hubo de exiliarse en Siracusa

      Pero el exilio fue breve y, volviendo a Lesbos

      La escritura y el canto no se desvirtuaron

      La guerra y la muerte no son las únicas experiencias

      La sensibilidad femenina se escribe y canta

      No es solamente el amor

      (El amor hacia sus jóvenes discípulas; el no correspondido)

      La agresión y el enojo también

      (Heródoto nos cuenta cómo repudió a su hermano Caraxo

      Por haber liberado a una cortesana con su dinero

      Ella misma hace públicas sus amonestaciones

      - Aparentemente- al poeta Alceo)

      El