Y como al llegar aquí, llegásemos también al sitio donde habíamos dejado el coche, yo me subí muy de prisa, me senté al sesgo en el rincón de la derecha, crucé una pierna sobre otra, y luego, mientras arrancaban los caballos, exclamé dramáticamente levantando los brazos al cielo:
—¡Mira que volver a encerrarme otra vez en aquella casa de Abuelita tan fastidio-o-o-o-o-o-osa!… ¡Y quién sabe ahora hasta cuándo no volveré a salir!
Pero tío Pancho que al ver la expresión dramática de mis brazos debió conmoverse, contestó por fin, una cosa interesante:
—Pronto, ya verás. Porque tengo para ti un proyecto maravilloso. ¡Vas a ser muy feliz! ¡Verás!… ¡verás!
—Dudo muchísimo el que yo pueda volver a ser feliz —dije más dramáticamente aún de lo que había dicho antes—. ¡Mi vida ya está destrozada para siempre!… ¿Y cuál es el proyecto ése?
—¡Ah!, no puedo decírtelo todavía sino dentro de una semana más o menos, porque tiene… ¡tiene sus dificultades el proyecto!
—¡Ay! ¡no, dímelo ya, tío Pancho! Si te ibas a callar a la mitad no debías haber empezado. Ahora ya no tienes más remedio que decírmelo.
—No porque después, si te lo digo, no pasa.
—¡Que sí pasa; al revés, si me lo dices, pasa, ya verás! Anda, tío Panchito lindo, ¡di! ¡di!
—No, María Eugenia; tú eres muy imprudente; te lo digo, lo sueltas allá en tu casa y lo echas a perder todo.
—No, no lo suelto. ¡No se lo digo ni a la pared, te lo aseguro, te lo juro, anda, no te hagas de rogar, tío Pancho, dilo pronto, antes de que lleguemos; no vas a tener tiempo!… Bueno, te advierto que de este coche no me bajo sin saberlo.
Y entonces, Cristina, con todos los requisitos, los extremos y la calma que suele emplearse en semejantes ocasiones, tío Pancho dijo espaciando muchísimo las palabras:
—Bueno… oye… es… que te tengo un novio ¡pero qué maravilla de novio! —y para más ponderar, sorbió un instante el aire con los dientes y los labios muy juntos—. ¡Qué perfección! Mira, buscando otro con la linterna de Diógenes, no lo encuentras mejor en todo Caracas, ¡qué digo en Caracas! ¡ni en todo Sur América, ni en Europa, ni en ninguna parte!…
Yo contesté al momento una cosa que me pareció muy elegante y muy de rigor:
—¡Pss!… ¿Y era eso? Pues mira, a lo mejor tu trabajo, tu busca, tu linterna y todo, resulta: ¡tiempo perdido! Porque yo soy muy delicada con los hombres, tío Pancho; me desagrada uno por cualquier detalle, así sea la más mínima tontería, y se acabó, ¡que no me lo nombren más!…
—Mira, María Eugenia, me parece demasiado desdén y demasiado tono desde ahora.
Y tío Pancho se quedó callado unos segundos durante los cuales se oyó solemnemente el trotar de los caballos. Luego añadió:
—Bien, yo pensaba describírtelo, pero ya que tan delicada eres, será quizás más prudente que no te diga yo nada a fin de que él te sorprenda…
—No, no, descríbelo, retrátalo, píntalo: ¡nada se pierde con eso! ¡veamos la gran maravilla!
Y entonces tío Pancho se dio a detallarme su inesperado descubrimiento, su riquísima perla masculina.
Según él esta perla, o preciado tesoro cuyo nombre desconozco todavía, está dotado de un agradable físico: elegante, delgado, esbelto, distinguido. Moralmente es intelectual y refinado, es decir, que habiendo tenido mucho éxito en los estudios es al mismo tiempo un hombre de mundo que sabe ponerse una corbata y tener las uñas limpias. En la Universidad de Caracas se graduó de abogado y de médico. Una vez graduado se fue a Europa y en Europa pasó diez años completando sus estudios, doctorándose además en filosofía y en ciencias políticas, viajando, adquiriendo toda clase de conocimientos, y dando conferencias en varias universidades de España y Francia. Últimamente, luego de regresar a Venezuela, ha escrito un libro de sociología e historia americana, el cual, al decir de tío Pancho, es admirable… (¡Ah, Cristina lo pedante que debe ser este hombre! Me lo figuro ya con la «esbelta» pierna derecha, cruzada sobre la izquierda, hablando de su libro y de sus conferencias… ¡Menos mal si está bien vestido y lleva las uñas arregladas!). Actualmente no tiene fortuna propia (¡espantosa deformidad!), pero cuenta adquirir magníficos negocios que lo harán rico. Aspira además a figurar en política, o a ser enviado de ministro a alguna legación de Europa o de América. Como carácter, es alegre, fino, galante, amplio de ideas, y de un trato encantador. En fin, Cristina, que salvo el defecto garrafal y momentáneo de la falta de dinero, es un estuche, una joya y un tesoro; ¡valgan las palabras de tío Pancho! Yo, si quieres que te sea sincera, no tengo mucha fe en dicha descripción y dichos elogios, porque he notado que los hombres carecen en absoluto de sentido crítico cuando se trata de juzgar entre ellos. Llaman «maravilla» lo que en realidad es una cosa trivial, sin interés, sin originalidad, sin nada. Por lo tanto, muy prudentemente me abstengo de todo juicio, y sólo digo con Santo Tomás ¡Ver para creer!
Y hasta aquí lo concerniente a mi futuro novio, quien no obstante ser parte principal del proyecto o plan tramado por tío Pancho, no es más que «una sola» parte. Falta referirte ahora la segunda parte o etapa del programa, enunciada también aquella tarde en el coche y la cual se relaciona con el ambiente, sociedad o lugar donde debo conocer a ese príncipe azul, que me ha descubierto tío Pancho. Como verás, dicha segunda parte, es, a mi juicio, mucho más interesante que la primera y creo que ha de ser también de resultados más inmediatos, prácticos y positivos.
Es lo siguiente:
Hay en Caracas una señora casada, de treinta a treinta y cinco años, preciosa, elegante, distinguidísima, parienta lejana y amiga íntima de tío Pancho y de Papá, cuyo nombre es Mercedes Galindo y quien desde el día de mi llegada desea ardientemente conocerme. A esta señora, que también es amiga del novio en cuestión, le encanta arreglar matrimonios, y por consiguiente se ha puesto de acuerdo con tío Pancho para arreglar el mío llevándome a su casa, invitándome continuamente a comer, y haciéndome en general un marco o ambiente que resulte lo más sugestivo y apropiado al caso (¡Ah Cristina, qué admirable y qué bendita ocasión para ponerme al fin todos mis vestidos antes de que vayan a pasarse de moda!). Ocurre que para la realización inmediata del proyecto, existe un gran obstáculo, una inmensa dificultad que es preciso vencer a toda costa, y es ello, el que Abuelita y Mercedes Galindo no se tratan actualmente por un disgusto que tuvieron allá «in illo témpore» mi abuelo Aguirre y el señor Galindo, padre de Mercedes. Tío Pancho dice que antes que nada es indispensable llegar diplomáticamente a un acuerdo o reconciliación entre Abuelita y Mercedes. Mercedes está completamente dispuesta a ello. Falta convencer a Abuelita; de ahí la habilidad, tacto y prudencia que es menester observar y a lo cual aludía tío Pancho cuando me anunció el proyecto.
Yo espero que la Providencia se compadezca de mí y haga que Abuelita se reconcilie con Mercedes Galindo, quien, al decir de tío Pancho (y también de Papá) es una mujer encantadora, generosa, simpatiquísima, completamente opuesta a las amistades etruscas o góticas que hasta el presente he tenido el honor de conocer, aquí, en el salón de esta casa, bajo la presidencia de Abuelita, efectuada siempre desde el sofá, con toda la pompa del vestido de tafetán y de la cadena de oro.
Cuando llegó el coche a la puerta, tío Pancho, como bien anuncié yo, no había terminado aún de explicarme los requisitos y puntos finales de su descomunal proyecto. Detenido ya el coche, tuvimos que permanecer en él un buen rato más, cuchicheando a la sordina, con gran apresuramiento y discreción. Hasta que al fin, él, volvió a repetirme por última vez los más interesantes informes y apremiantes recomendaciones:
—Mercedes te quiere muchísimo, no por recuerdo ni amistad de familia ¡no vayas a creer!, sino porque le he dicho lo muy bonita que tú eres y eso le basta a ella para quererte. Está impacientísima, loca, por conocerte. Ya tiene en