Petrificados por la grotesca escena, observaban cómo parte de los rostros habían quedado pegados a la puerta metálica cuando esta retrocedió para cerrarse.
Una vez dentro, aguantando las náuseas, mareados y aterrorizados, el silencio, roto por el sonido que hacían sus rodillas al chocar entre sí, el miedo les corroía las entrañas mientras las lágrimas, mudas, caían por sus mejillas.
—Cabrones, así es como tapan lo que han hecho aquí…
—No han dejado ni una…
—A ella sí, sé que sí, lo siento, es diferente, tengo que encontrarla…
Lágrimas de impotencia, compasión y una profunda punzada de dolor los envolvía, miraban atónitos a su alrededor, el fuerte olor a sangre y a algo que no sabían distinguir, se les introdujo en la pituitaria tan intensamente, que sus cuerpos respondían con una arcada a cada segundo, había restos humanos por todos lados, no habían dejado ni una de aquellas mujeres vivas. Caminaban por la habitación, el suelo metálico estaba impregnado de líquido viscoso y trozos de carne, observaron cómo había numerosas huellas de botas militares.
—Pero… ¿Por… qué?
—Este es el olor de la muerte, todo este sitio…
Charles analizaba lo que le rodeaba, giraba sobre sí mismo, parado en mitad de la enorme sala, veía extremidades arrancadas, aún encadenadas por las muñecas, embarazadas apuñaladas en el vientre, un ensañamiento tan abismal que el miedo se convirtió en terror llevando a su mente al borde del colapso. Con voz temblorosa.
—C. ha sido un error, perdóname no tenía que haberte…
—No tuvieron ninguna oportunidad, putos sádicos, no entiendo esto…
Las lágrimas les manaban con dificultad, la deshidratación era tan exasperante que sabían concienzudamente que no tenían líquido para desperdiciar, salieron del shock lentamente, mirándose, con la desesperación dibujada en el rostro, seguían paralizados, balbuceando frases que no lograban entender el uno al otro.
—¡AHÍ!
De repente, Lewis observó un saco de huesos, blanquecino y con una oscura y larga melena encrespada que se arrastraba por el suelo, tenía manchas negras por todo el cuerpo, parecía que estaba de una pieza, fue hacia aquel esqueleto, se arrodilló, le palpó el cuello y rodeó con sus brazos apretándola contra su pecho mientras, le susurraba con dulzura palabras ilegibles a la vez que las lágrimas caían chocando contra aquella arrugada piel.
—¡NO LA TOQUES, PESTE!
Sin molestarse en hacer caso a la advertencia de su amigo, se quitó la harapienta bata que llevaba y la envolvió acunándola en su regazo.
Sujetándola, se levantó con gran esfuerzo, una vez de pie, buscó la mirada cómplice de su colega, señal inequívoca de que ya estaban listos para salir de allí.
Charles sentía cómo el estómago se le había vuelto del tamaño de una nuez, su compañero del alma, sujetaba a aquel ser en brazos, estaban condenados; decidido, le miró con firmeza transmitiéndole su apoyo hacia lo que era una muerte asegurada para ambos.
Evitaron mirar a los dos cadáveres partidos hacia atrás, aunque sin desearlo vieron sus caras arrancadas por el rabillo del ojo. Charles abrió la puerta a su colega facilitándole el paso, llevaba a aquel saco de huesos cargado con sumo cuidado.
Salieron al pasillo, el silencio y el olor a muerte seguían siendo los reyes del lugar. Como no sabían hacia dónde dirigirse, por instinto, decidieron avanzar por el lado contrario del que habían venido.
Tenían que salir del sub-búnker antes de que algo o más bien todo los fulminara, corrían torpemente, intentando no parar, sus cuerpos les mandaban señales de que las fuerzas se les terminarían en breve.
Saltaban y rodeaban los obstáculos que se encontraban en su tortuosa huida, si oían algún ruido, se escondían o esperaban el ataque para, sobre la marcha, planear una respuesta, era angustioso y la salida no parecía que fuera a aparecer nunca.
Charles lanzaba miradas furtivas a aquella masa inerte que sostenía su amigo, no se movía, era tan pequeña y delgada que parecía una niña, pero no estaba seguro, confiaba en Lewis, pero también se preguntaba si no los había sentenciado a muerte. Las preguntas vendrían cuando estuvieran a salvo.
—Quítale el arma.
Había un soldado muerto, el cuerpo presentaba claras evidencias de que la peste había podido con él. Charles sacó el arma de su funda, intentando tocarlo lo menos posible, no tenía ni idea de armas, pero se acordaba de cuando era niño y su abuelo que era militar, le enseñó cómo se cargaban las de ese tipo y cómo se decodificaba el sistema de seguridad.
—¡Ahí está, me acuerdo! —exclama Lewis señalando una puerta sin ningún distintivo, igual que las demás.
Corrían emocionados, ya saboreaban la libertad, cuando un uniforme salió de la nada y se postró ante ellos, impidiéndoles el paso mientras les apuntaba con un fino cañón, los antebrazos del hombre al descubierto tenían claros signos de lucha, la sangre decoraba su cuerpo de forma ornamental.
—¿Dónde coño creéis que vais?
—Esto se ha acabado, no tienes por qué servirles más.
—Esto no se ha acabado, volveremos a reflotar y necesitamos a todo el mundo.
—¿Eres imbécil, no te das cuenta de que eres como nosotros?
—¿Cómo vosotros?, JAJAJA, ¡no me hagas reír! Miraos, patéticos desagradecidos, sois unos privilegiados, sin vivir aquí no habríais durado ni un minuto ahí fuera, ¡NO TENÉIS NI IDEA DE NADA!
—Maldito idiota, no eres más que otro instrumento para ellos, todos lo hemos sido.
—Tira esa cosa al suelo y venid conmigo, ¡AHORA!
—No pienso dejarla.
—GSSSSHHHH.
—Tengo aquí dos, posición cero, cambio —el soldado habla por una antigua radio adherida a su hombro.
—GSSSSHHHH.
—Recibido vamos en su busca, cambio.
—Ya habéis oído, parece que no está tan perdido como creéis, tira eso, ¡es la última vez que te lo repito!
—No…
—Bueno, creo que con uno nos bastará…
Los verdes ojos de Charles dibujaban un estrecho halo claro, engullido casi en su totalidad por un profundo círculo negro.
Sin titubear, disparó a la cabeza de aquel hombre justo antes de que este formara el ángulo de noventa grados con el brazo para dispararle.
Los ojos de aquel soldado, fijos en los del doctor, adquirieron una expresión vacía antes de desplomarse sobre el sucio suelo.
«Las piernas, me temblaban, tenía la adrenalina tan alta que no me percaté que me había quemado el antebrazo en algún momento de la huida».
Diario de Charles TESMIN
3
Por sus mentes pasaba fugazmente la idea de que no lo conseguirían, todo apuntaba a ello, seguían en peligro, de hecho, había aumentado considerablemente al salir al exterior, no tenían nada que perder, todo lo que se moviera era mentalmente etiquetado como hostil. Observaban a su alrededor horrorizados cómo un grupo de personas, semejantes a una manada de leones hambrientos comían del suelo algo que no pudieron distinguir o más bien desearon no hacerlo, todo