El afán de poder de los dirigentes mermaba cada día la calidad de vida de estos «trabajadores», condiciones insalubres, falta de higiene, deshechos acumulados, hedores inconcebibles, sumado a lesiones, pústulas, infecciones incurables, pésimos estados anímicos, falta de estructuras para el descanso…, todo ello carente de importancia ante el ansia de construir de forma masiva para la creación de nuevos imperios para los poderosos.
Las demás ramas de «esclavos», como los científicos, podían vivir un poco mejor, la única diferencia es que sus funciones las desempeñaban en el interior de los sub-búnkeres, privados casi por completo de la luz solar, derivando de ello otros problemas de salud.
(Nota del autor: Ni la estructura de los campos, ni los distintos departamentos que los forman, serán expuestos por carecer de interés para el entendimiento del funcionamiento de los mismos.
Las especiales características de los campos crearon un clima idílico en el que las ratas, no se sabe cómo, aparecieron con una estructura corpórea mejorada, proliferaron de manera masiva, creyéndose extintas, fue la especie que sirvió de único sustento en los Bgul y fuera de ellos, todo el mundo se alimentaba de rata, desde la punta de la pirámide hasta el ser humano más insignificante.
Los Bgul se volvieron aún más rentables, por sí solos producían alimento y además relativamente bueno, la rata tenía todos los nutrientes necesarios para alimentar a una persona, su carne paliaba el hambre y su sangre, la sed.
Construían la nueva civilización, con una mano de obra que prefería estar allí, preservando una mínima esperanza de vida, antes que escapar y afrontar una muerte segura por inanición.
Luchaban entre ellos por la caza de estos roedores, todo era perfecto, los que no valían para la caza morían, o alguien más fuerte robaba la caza para su sustento y para el aporte diario de comida a los líderes, (el que no aportaba era aniquilado y servía para posterior sustento de las ratas, se rumoreaba que también a las «no ratas», pero nunca llegó a demostrarse que existieran conductas caníbales), la solidaridad pasó a ser eliminada, las únicas necesidades que quedaron en los campos fueron la de alimentarse y con ello sobrevivir, daba igual al precio que fuera.
Poco a poco todos fueron muriendo, ya por enfermedades, muchas de ellas casi absurdas, por extenuación o asesinados por algún semejante.
La gran revolución que iba a ser el sistema Bguliano, cayó en picado por su propio desastre interno, la gran peste de los Bgul aniquiló la mayor parte de la población, sí, la pequeña y «cabrona Yersin», como la llamaban (Yersinia pestis, bacteria causante de la peste) no solo logró sobrevivir al fin del mundo, sino que era imparable, una supermutación tenía la culpa de su gran resistencia, las ratas se la contagiaban entre sí y al ser cazadas, estas junto a sus pulgas, se la pasaban al ser humano, un desastre de tal magnitud que casi supuso la extinción total de la raza humana.
Los líderes murieron con rapidez, del mismo modo que sus sueños de poder.
Tras pocas semanas de desolación y muerte, los diferentes campos fueron abandonados con el horror en las miradas de sus ocupantes, algunos se resistieron a irse, el miedo y la incertidumbre se daban la mano con el trauma sufrido.
Quienes lograron sobrevivir, anduvieron sin rumbo en busca de un lugar apto para empezar una nueva vida, el año que los Bgul aislaron a los resquicios de raza humana que quedaban del mundo exterior, hicieron que el planeta se regenerara muy lentamente, viéndose de nuevo algunas especies vegetales y animales, que pronto volverían a ser aniquilados por los desesperados supervivientes.
El gran interrogante nunca será resuelto con exactitud, ¿cómo sucedió lo mismo en todos los campos, al mismo tiempo, fue alguien, algo o una asombrosa coincidencia?, puede que nunca se sepa, pero de no haber ocurrido aquello, seguramente estas líneas no estarían escritas.
2
—¡Tengo que rescatarla, está, está… viva!
Los doctores, desesperados, avanzaban por los pasillos del sub-búnker, corriendo extenuados sin rumbo, solo habían salido dos veces al exterior, ambas con los ojos vendados.
En sus mentes centelleaba la posibilidad de no encontrar nunca la salida, el terror y el hambre hacían que sus piernas temblaran con cada zancada, cada vez más corta.
Anteriormente, tenían una misión impuesta, cumplir todo tipo de peticiones sin cuestionar nada, en un principio habían sido sutiles ruegos para después convertirse en estrictas órdenes sin dilación en su cumplimiento, habían visto el horror cara a cara y agachado la mirada para que fuera la vida de otro la que se esfumara y así darle una mínima esperanza a la suya.
Todo daba vueltas en sus cabezas, mientras sus piernas por inercia les hacían correr, cada vez más fatigados, sentían cómo las fuerzas poco a poco les abandonaban, sabían con certeza que aquella sala estaba cerca de su laboratorio, recordaban la infinidad de visitas de los gobernantes y cómo oían sus pasos silenciarse al pasar una puerta cercana, tenían que encontrarla.
—¡AQUÍ!
Al fin, se detuvieron frente a la puerta, respiraron con ansia agotados por la carrera, intercambiaron miradas esperando una señal para entrar, el miedo los había invadido paralizándolos casi por completo, sabían a ciencia cierta que aquel búnker albergaba lugares que no debían ser descubiertos nunca.
El cartel, después de todas las prohibiciones y vetos que habían soportado, fue su aliciente para entrar:
«PROHIBIDO EL PASO SOLO PERSONAL AUTORIZADO. SALA DE FERTILIDAD».
A simple vista parecía un lugar lleno de dulces bebés cubiertos de cuidados y que el olor a vida inundaría la estancia, pero sabían que en aquel lugar nada era dulce, cuidado y menos que oliera a vida. Se miraron de nuevo, esperando que uno de los dos se decidiera a ser el valiente que traspasara aquella puerta y rompiera la incertidumbre que los carcomía.
Lewis empujó la puerta con decisión, se sorprendió de lo sencillo que era, observó que el sistema de seguridad estaba inutilizado, empujó con más fuerza, algo al otro lado le impedía abrirla, estaba atascada.
Miró hacia abajo y observó que sus pies se escurrían con un líquido rojizo y negruzco que salía por la diminuta rendija que lindaba con el suelo, algo en aquella habitación no había salido bien.
Haciendo acopio de las pocas fuerzas que les quedaban consiguieron abrir un poco más, Lewis se asomó introduciendo medio cuerpo con cautela y así hacer palanca a la vez de analizar que era aquello que les impedía el paso.
—¡JODER!
Sacó rápidamente el cuerpo de la sala desconocida sorprendiendo a Charles, giró el cuerpo y vomitó a los pies de su colega.
—¡Joder!, ¿estás bien?, ¿qué hay? —pregunta Charles con impaciencia.
Escupe restos de vómito.
—Es… una masacre, pero… No voy a rendirme, ¡vamos, hay que abrir esto! —Lewis empuja la puerta con fuerza.
—Lew, ahí no hay nada vivo…
—¡TENGO QUE ENTRAR! —El azul zafiro de los ojos se emborrona cubierto por lágrimas.
Haciendo acopio de fuerzas, lograron abrirla lo suficiente para colarse uno detrás de otro dentro de aquella desconocida sala.
Lewis fue el primero en entrar, abriéndose paso creando una palanca con su cuerpo, introduciendo poco a poco el torso al completo, la primera imagen que captó su retina, fue la de dos raquíticos y blanquecinos cuerpos, semidesnudos, caídos de frente contra la puerta, donde parte de las cabezas semi aplastadas, se fusionaban con el metal que la formaba impidiendo