Adentro, la fiesta estaba en todo su auge. Ana estaba tan entretenida bailando que no se había percatado de su ausencia ni de la de Micaela. Había llegado el momento de que abriera los regalos, antes de que el alcohol les terminara por nublar la mente. Florencia le pidió a la DJ que pusiera música sensual para darle más morbo al momento. Ana se acercó a la mesa que contenía todos los regalos y fue abriéndolos de a uno. Se sorprendió con cada uno de ellos y se rio al ver lo osado que era más de uno. Florencia la instaba a contar cómo los usaría o en qué momento, y Ana, ni corta ni perezosa, se divirtió haciéndolo. Las chicas no cesaban de reírse del morbo con que Ana lo hacía. Los regalos iban desde lencería erótica hasta juguetes para hacer que las noches de la luna de miel fueran inolvidables. Había consoladores, vibradores, esposas, pinzas para pezones, aceites, vaselina, medias haciendo juego con portaligas, camisolines de encaje, camisolines de seda, conjuntos de ropa interior de encajes, bodis, chocolates, golosinas. Todo auguraba una luna de miel de ensueño. Ana estaba encantada con sus regalos y agradeció por ellos a cada una de sus amigas.
Terminada la apertura de los regalos, Florencia fue en busca de dos micrófonos y le avisó a la DJ que subiera el volumen de la música. Apenas empezó a sonar uno de los temas favoritos de Ana, Florencia le dio un micrófono para cantarlo a dúo, como hacían en su juventud. Había llegado el momento de divertirse haciendo karaoke, y ellas harían la apertura desplegando toda su magia. Se subieron a una pequeña tarima y comenzó el show. Una tras otra las chicas fueron subiendo para desplegar sus dotes como cantantes, a veces solas, otras en grupos. Se divirtieron de lo lindo viéndose cantar sin dejar de bailar y de beber. El alcohol corría como agua entre las mujeres, cualquier motivo era bienvenido para brindar. La fiesta iba subiendo cada vez más de temperatura, el baile se tornaba cada vez más sensual, las chicas estaban cada vez más achispadas. Era el momento ideal para la última sorpresa de la noche, el broche final.
7
La fiesta estaba en todo su esplendor, todas las presentes estaban tan ensimismadas bailando que no se percataron de que había sonado el timbre de la casa anunciando la llegada de alguien a la fiesta. Florencia y Micaela se apresuraron para abrir. Florencia quedó pasmada al ver parado frente a ella al hombre con el que había pasado la mejor noche salvaje en mucho tiempo, tanto que ya ni lo recordaba; es más, si se ponía a analizarlo meticulosamente, jamás la había pasado tan bien con un hombre como lo había hecho la noche anterior. Andrés, que así resultó llamarse ese espécimen de hombre perfecto, estaba vestido de policía y presagiaba que nada bueno estaba por suceder en ese lugar. Se acercó a ella como si fuera una fruta apetitosa y la besó con ardor y pasión, como si entre ellos hubiera algo más que una noche de sexo casual. Ese beso le aceleró el pulso y el deseo se apoderó de ella. Se separaron para recobrar el aliento y porque, a su lado, una Micaela divertida llamó su atención y les recordó por qué estaban allí. Andrés y Micaela se saludaron con mucha familiaridad, hecho que a Florencia confundió y desconcertó por partes iguales.
—¿Ustedes se conocen? —les preguntó sorprendida. Apenas conocía a ambos y no le sorprendería que se conocieran, ya que ambos vivían en Bariloche.
—Somos amigos —dijo una Micaela sonriente—. Cuando me estabas contando que habías contratado a Andrés, nos interrumpieron y por eso no pude contarte. Después se me olvidó hacerlo —le explicó como si hubiera sido una información relevante.
—¿Eres stripper? —le preguntó Florencia, un tanto confusa, a Micaela. No comprendía por qué la noche anterior habían ocultado que eran amigos y la única explicación que encontró era que Micaela fuera stripper al igual que él y Esteban no estuviera al tanto de ese pequeño detalle.
—No —le dijo muerta de risa, como si aquello fuera un horror—. ¿Acaso estás loca? —No podía dejar de reírse, ya fuera por culpa del alcohol o por imaginarse montando un show erótico—. Somos compañeros de trabajo —se explicó cuando recobró el aliento—, aunque pensándolo bien, no se me daría nada mal bailar sensualmente frente a un grupo de hombres y enloquecerlos con mis encantos y atributos —reconoció divertida, contoneando su cuerpo contra el de Andrés, que la miró con una media sonrisa dibujada en sus labios y que ni se inmutó con el roce de sus cuerpos.
—Trabajamos juntos en un centro de rehabilitación. Ambos somos kinesiólogos, Flor —le explicó Andrés, también divertido por la cara de asombro con que los miraba Florencia. Micaela seguía contorsionándose a su lado, así que tuvo que sujetarla para que se quedara quieta y ella lo miró haciendo un puchero con sus labios—. Seguro que en tu cabecita pensaste que fuimos algo más que amigos —le dijo sin dejar de reírse ante esa idea absurda. Él jamás vería a Micaela con otros ojos que no fueran los de un amigo. Atrajo a Florencia contra sí, necesitaba sentir el calor de su cuerpo entre sus brazos y demostrarle que ella lo atraía.
—Ya quisieras. A decir verdad, estaba tratando de imaginarme a Esteban saliendo con una stripper —dijo entre risas Florencia, aferrándose a Andrés para no caer—; además, por la manera en que se contorsionó contra tu cuerpo, podría decirse que no lo hace nada mal; todo lo contrario. —Lo último lo dijo mirando a Micaela, que no se había perdido detalle de la conversación.
—No lo soportaría —dijo una Micaela divertida—. ¿Te imaginas su cara? —Ambas se rieron al imaginarse la cara de Esteban si la viera en esos derroteros.
—Veo que están bastante entonadas, ¿qué les parece si vamos entrando? —les dijo Andrés tomando el mando o se quedarían allí riéndose por un largo rato, y el tiempo transcurría rápido.
En ese momento, Andrés solo pensaba en hacer su trabajo: dejar que muchas mujeres se recrearan con su cuerpo esculpido como resultado de varias horas de gimnasio y una dieta balanceada, y luego poder irse de ese lugar acompañado de Florencia para volver a pasar una noche de sexo salvaje inolvidable. Esa mujer era una fiera en la cama y allí era donde quería volver a tenerla. Le gustaba repetir cuando sabía que solo iba a ser una relación pasajera, donde ambos solo querían saciar su apetito y disfrutar de buen sexo, sin comprometer sus sentimientos.
—Solo espero que estés preparado para tratar con un grupo de mujeres totalmente desaforadas y alcoholizadas —le dijo Florencia deshaciendo su agarre y tomándolo de la mano para llevarlo hasta donde transcurría la fiesta.
La música cesó de pronto y las chicas se miraron confundidas al no comprender el motivo de la interrupción. La puerta se abrió de golpe sobresaltándolas a todas; entró un policía con el rostro tan serio que inspiraba temor y puso orden inmediatamente. Pidió hablar con la responsable de que la música de esa fiesta estuviera tan alta y que provocó que los vecinos llamaran a la comisaría quejándose. Todas las chicas se hicieron a un lado y dejaron a Ana parada frente al policía que, con voz ruda, le ordenó girarse para esposarla y así poder llevarla a la comisaría por perturbar el orden. Ana estaba pasándola demasiado bien y se estaba divirtiendo un montón, esa era la mejor fiesta de su vida y era absurdo que terminara de esa manera por culpa de unos vecinos quisquillosos. Buscó apoyo por parte de las chicas para hacer cambiar de opinión al policía, pero todas estaban temerosas de su reacción y ninguna quería acabar esa noche tras las rejas. Llamó a los gritos a Florencia, que, para su desgracia, no aparecía por ningún lado; era como si se la hubiese tragado la tierra justo cuando más la necesitaba. Intentó convencer al policía de que bajarían la música y se portarían bien por el resto de la noche, pero no hubo manera de hacerlo cambiar de opinión. La pena se apoderó de ella y no le quedó otra que girarse y dejar que la llevaran detenida. Al menos se consolaba con que la había pasado genial hasta ese momento.
La música volvió a sonar, las luces se apagaron y de pronto Ana se encontró sentada en una silla y el policía se meneaba frente a ella de forma sensual. Lo miró confundida y al percatarse de lo que estaba ocurriendo se empezó a reír, a sabiendas de que había caído como una tonta en la trampa que, sin dudas, su amiga había perpetrado. Conocía demasiado bien a Florencia como para no haberse percatado de que la noche aún guardaba más sorpresas; era obvio que le iba a regalar la mejor noche de despedida de