Amor predestinado. Yanina Vertua. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Yanina Vertua
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788468559544
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hasta lo imposible para hacerla completamente feliz.

      Florencia estaba que no cabía en sí de felicidad. Tenía el corazón lleno de dicha y eso solo lo podían lograr pocas personas. Una de ellas era Ana, y lo lograba con solo alcanzar su mirada. Cuando vio que Ana miraba hacia todos lados buscando a alguien, sabía que la buscaba a ella. Era para hacerle saber que había caído como una ingenua en su trampa y para no sentirse culpable por tener a un hombre bailando para ella. Además, como sucedía cuando la estaban pasando bien, necesitaban conectarse a través de la mirada para que la noche fuera perfecta. Siempre hacían todo juntas y esa noche no iba hacer la excepción. De momento, Florencia la dejaría sola con Andrés a pesar de saber que se estaría sintiendo un poco incómoda. Ana se mostraba relajada y desinhibida cuando estaba a su lado porque se dejaba llevar por su locura; el resto del tiempo era más bien, una persona recatada. Era, sin dudas, la más madura de las dos. Desde su lugar junto a Micaela, no dejó de observarla y pudo notar como el rubor iba tiñendo sus mejillas. Brindó con Micaela, satisfechas porque el plan había salido mejor de lo que esperaban. Andrés era todo un experto en ese trabajo y había representado tan bien su papel de policía malo que Ana no se había percatado de que era una trampa hasta que se encontró acorralada y sin escapatoria. Micaela se vanagloriaba de tener un amigo tan bueno en lo suyo y Florencia alababa que fuera bueno en todo lo que hacía y no veía la hora de desaparecer de ese lugar con él para repetir lo que habían hecho la noche anterior.

      —Quiero saber una cosa —le dijo Florencia a Micaela al oído para hacerse escuchar por sobre la música—. ¿Esteban sabe que tienes un amigo que hace striptease y que es el mismo que estuvo anoche conmigo? —le preguntó divertida.

      —Aún no se lo conté, por eso anoche hicimos como si no nos conociéramos, pero se va a querer morir cuando se entere —le dijo riéndose.

      —Quiero ver la cara que pone. —Ambas se rieron—. Es más, ¿qué te parece si se lo presentamos juntas? —le ofreció cada vez más divertida con la idea.

      —Me encanta tu idea, se va a poner doblemente celoso —Micaela sabía que Esteban y Florencia eran muy buenos amigos y no le molestaba que se mostrara posesivo o celoso con su amiga, porque para ella era normal en personas que se quieren bien. Ella también celaba a Andrés y le hacía saber si una mujer no le gustaba.

      Andrés ya se había quitado de un tirón la camisa y exhibía su torso desnudo. Guiaba, con su mano, la mano de Ana, para que acariciara sus pectorales bien marcados. Detuvo el movimiento sobre el elástico de los pantalones sin dejar de contornearse y provocarla. Ana estaba coloradísima, sentía vergüenza de estar en esa posición y expuesta a todas las miradas de sus amigas, que la incitaban a seguir tocando a ese espécimen de hombre perfecto. No lograba relajarse y disfrutar plenamente, era como si le faltara algo o alguien a su lado. Florencia, al verla actuar con timidez, se acercó a ella y la obligó a pararse para bailar con el hombretón, al que le dejó bien en claro, una vez más, que no se pasara de la raya con su amiga o se las haría pagar más tarde. Ana la miró descolocada por esa complicidad. Florencia no pudo no reírse cuando Ana se plantó frente a Andrés y lo evaluó muy concentrada, menos aún cuando él se giró y la miró. Fue entonces cuando Ana se percató de que era el mismo hombre con el que Florencia se había ido del boliche la noche anterior, y el mismo del que, según recordaba, había dicho esa mañana que era un churrazo y que se partía de bueno.

      —Creo que se te olvidó contarme algunos detalles de tu levante —recriminó una Ana un tanto acalorada.

      Florencia no le dijo nada, solo se reía y elevó los hombros a modo de justificación y antes de que le dijera algo más, la obligó a girarse sobre sí, dejándola de frente a Andrés. Se contorneó pegada a ella, obligándola a seguir sus movimientos, como hacían cuando eran jóvenes y se divertían escandalizando a todos a su alrededor en los boliches. Andrés se acercó a ellas y se sumó al baile sensual. Ana se quedó quieta al sentir el calor que emanaba del cuerpo tan cercano y ardiente de ese hombre, y la dureza de sus músculos. Se sintió avergonzada. No podía dejar de pensar en Pablo y en qué diría si la viera en esa situación tan excitante.

      —No puedo seguir —dijo Ana avergonzada y apenada cuando escuchó a Florencia preguntarle al oído que qué le pasaba—: siento que soy infiel si me prendo en el juego… —Su voz rezumaba culpabilidad.

      A pesar del alcohol que había ingerido Ana, era consciente de lo que hacía. El hombretón se alejó unos centímetros de ella al notarla tiesa, aunque intuyó que seguramente se debía a una mirada de advertencia lanzada por su amiga, cosa que le agradeció inmensamente. Se alegró de tenerla a su lado, aunque fuera la única responsable de haberla metido en ese embrollo. Con Florencia siempre lograba desmelenarse, pero esa situación no le parecía propia de una mujer a punto de casarse, no al menos para ella. En otra etapa de su vida le hubiera parecido más que bien disfrutar de ese juego, pero no era ese el caso.

      —Si es por lo que Pablo pueda pensar, puedes estar tranquila, tenemos su aprobación. Caso contrario, ese hombre irresistible y apetitoso no estaría frente a ti —le hizo saber para dejarla tranquila, sin dejar de bailar suavemente—. Jamás me hubiera atrevido a traerlo de no ser así. Así que ¿por qué mejor no te relajas y te diviertes? Disfruta de tocar a ese churrazo que se parte de bueno. —Pronunció las mismas palabras que Ana había usado para describirlo con la intención de que se relajara y disfrutara de la sorpresa—. Disfruta de tocar un cuerpo masculino por última vez en tu vida. —Si bien Andrés tenía un cuerpo de muerte, Pablo no tenía que envidiarle nada, tan solo lo dijo para hacerla reír y para su fortuna lo logró—. Pero solo te permito morder un poquito, porque a ese bombón me lo como yo —le dijo divertida.

      —Si te quedas conmigo, prometo divertirme. —Más que pedírselo, se lo exigió.

      Saber que Pablo estaba al tanto de la pequeña aventura a la que se encontraba expuesta no la sorprendió tanto. Florencia jamás haría nada que la perjudicara; todo lo contrario, siempre hacía todo para su bien y ese no había dejado de ser el caso. Seguramente había hablado con Pablo antes de ocurrírsele llevar a un hombre a la fiesta de despedida. Pablo había aceptado porque confiaba en Florencia tanto como lo hacía ella. Sabía que la iba a cuidar y que no dejaría que las cosas se salieran de control, que haría todo lo posible para que se divirtiera y disfrutara de su fiesta de despedida. Tenía que relajarse y desmelenarse un poco como le había pedido Pablo esa noche antes de que cada uno fuera a su respectiva fiesta. Ahora entendía esas palabras y le confirmaban que él estaba al tanto de lo que Florencia había tramado, y a su manera le pidió que se divirtiera. No tenía dudas de que Pablo era un hombre excepcional; otro en su lugar se hubiera opuesto y quizás hubiera denegado casarse, en cambio él la alentaba a disfrutar de su velada.

      —Siempre. —Utilizó la palabra que se decían cuando se trataba de diversión.

      Ana, más relajada, se dejó llevar por la música, y junto a Florencia bailaron de la misma manera que lo habían hecho la noche anterior, sintiéndose completamente sexis y hermosas. Andrés se quedó observándolas con ardiente mirada, parado frente a ellas con las piernas abiertas y los brazos cruzados sobre el pecho, esperando una señal para hacerlo partícipe de su juego. Florencia, con su fogosidad y soltura, lo volvía cada vez más loco y no veía el momento de que eso acabara para salir corriendo de allí. Le resultaba una mujer salvaje y apetitosa; le había volado la cabeza no solo con su forma de ser, sino también con su belleza exótica. Solo pensaba en volver a intimar con ella. Le gustaba la complicidad que había entre esas dos mujeres, se tocaban sin recatos y sin vergüenza. La música y el alcohol enturbiaban sus sentidos instándolas a jugar de una manera más pecaminosa y osada. Florencia le habló al oído a Ana mientras miraba con ardiente deseo a Andrés, que seguía quieto en la misma posición. Ana le respondió asintiendo con la cabeza y también miró a Andrés con una mirada y una sonrisa que no presagiaba nada bueno.

      El resto del grupo vitoreaba a su alrededor, divertidísimas con el juego sensual que se traían esas dos. En lugar de ser el muchacho quien las sedujera, eran ellas las quienes lo hacían. Nadie se percató de la incomodidad que sentía Ana solo vieron a dos amigas bailando lentamente y hablando cómplices. Cuando el stripper se alejó unos pasos para darle espacio y a la espera