El alcohol, la música fuerte y el ardiente cuerpo pegado al suyo, que no paraba de magrearla con lascivia, terminó por adormecer todos sus pensamientos y sus miembros. Sabía que al día siguiente lamentaría haberse pasado de sus límites, pero en ese momento no le importaba nada, solo quería dejarse llevar. Hacía mucho tiempo que no se desmelenaba tanto y ese día, por culpa de la aparición de Fernando en su vida, lo necesitaba tanto como el aire en los pulmones. Se dejó llevar por la música; meneó y contoneó su cuerpo contra el cuerpo musculoso de su compañero de baile, que con sus movimientos sincronizados presagiaba una noche inolvidable. Estaba más que segura de que esa noche no volvería a casa de sus amigos y que tomaría otro rumbo. Bailando perdió la noción del tiempo. Hacía mucho que no la pasaba tan bien en compañía de un hombre; lo estaba disfrutando muchísimo.
Ana se acercó a ella para avisarle que se iban. Obviamente Florencia iba a quedarse. La estaba pasando muy bien y todavía le faltaba disfrutar lo mejor de la noche. Pablo no se mostró de acuerdo con su decisión, pero no se opuso; ya era mayorcita como para pedir permiso o para dar explicaciones de qué hacía con su vida. Una vez que se despidió de sus amigos, continuó con su contoneo sensual, se acercó a su compañero y lo besó desenfrenadamente. Era momento de llevar su relación al siguiente nivel. La temperatura, ya alta, se elevó unos cuantos grados más. El desconocido con quien bailaba la aferró de la cintura y la atrajo más contra sí para que sintiera la dureza que se ocultaba debajo de sus pantalones ajustados.
—¿Sientes cómo me pones? —le dijo al oído. Florencia se rio feliz—. ¿Qué te parece si vamos a mi casa? —le propuso.
—Me parece la mejor idea del mundo —contestó excitada ante la expectativa que le generaba la idea. Le mordió el lóbulo antes de mirarlo a los ojos.
Florencia se giró y le hizo señas a Micaela avisándole que se iba. Mica asintió y le deseó buena suerte con señas. Cuando se encaminaba a la salida agarrada del brazo de su acompañante, vio a Fernando apoyado en la barra, observándola serio y ¿enojado? Parecía como si le molestara que se estuviera yendo del boliche acompañada. Se deshizo del agarre de su compañero de noche y se acercó a Fernando con paso tambaleante, sintiéndose osada gracias a al alcohol que había ingerido a lo largo de la noche.
—¿Solo? —le preguntó sarcástica a la vez que miraba a ambos lados para corroborar sus sospechas—. Aprovechaste para salir de caza como en los viejos tiempos y divertirte con alguna chiquilla boba. —Se le acercó al oído para que escuchara bien lo que tenía que decirle, pero más que una pregunta fue una afirmación lo que le dijo. No pudo contener su lengua, el alcohol en sus venas tomó el control y apenas lo vio, sintió la imperiosa necesidad de decir algo, a pesar de que se había prometido tratarlo como a un desconocido y olvidarse de que tenían algo en común.
—Lo dices como si me conocieras. —La miró extrañado. El tono con que se lo dijo era como si supiera de sus andanzas de juventud. Esa mujer lo tenía cada vez más intrigado.
—De haber sabido que estabas acá podríamos haberte sumado a nuestro baile —le dijo acariciándole el pecho. Fernando la miró perturbado—. No pongas esa cara, era broma —le dijo burlándose de él—. Ni loca vuelvo a tropezar con la misma piedra, con una vez me bastó y te puedo asegurar que aún duele… —si bien se lo dijo en broma, estaba segura de que por nada del mundo volvería a darle una oportunidad a Fernando, pero sabía que con lo que le había dicho lo dejaría pensando por un buen rato—. Si me disculpas, me esperan —dijo con voz seductora, se giró sobre sus talones y se alejó lo más rápido que pudo, dejando a un Fernando confuso y aturdido.
Si algo había aprendido a lo largo de todos esos años, era a divertirse a costa de los hombres. Sabía tentarlos, llevarlos a su territorio y deshacerse de ellos antes de que le exigieran más. En su corazón no había lugar para el amor, porque amar dolía muchísimo y dejaba huellas que eran difíciles de curar. Él era su pasado y lo seguiría siendo aunque sus sentimientos por él siguieran latentes, pero jugar un poco no le haría ningún daño; todo lo contrario, le daba un poco de satisfacción. Había ido a ese boliche con la intención de divertirse y aplacar su ira y desilusión, y eso era lo que haría en lo que restaba de noche, y qué mejor que hacerlo con el hombre que la esperaba dispuesto, a unos pasos de ella, para darle lo que necesitaba. Por esa noche se olvidaría de Fernando y de lo que representaba en su vida. Haber sido maliciosa con él le trajo un poco de paz a su mente perturbada, liberándola por unas horas del dolor que le provocaba su presencia.
5
—Al fin llegas, ya me tenías preocupada —dijo Ana apenas la vio parada en la puerta esperando a que le abrieran—. Pensé que no llegarías a comer.
—Por favor, no grites, la cabeza me va a estallar en cualquier momento; demasiado tengo con este sol que me está quemando los ojos —le hizo saber mientras pasaba al interior de la casa escapando del sol radiante.
—Ya no estás para ese tipo de andanzas; anoche te pasaste un poquito con la bebida —le recordó divertida—. Ven, te tengo preparado un juguito de naranja y un calmante —la agarró del brazo y la arrastró a la cocina.
—Cómo te quiero, siempre tan atenta —le dijo dándole un beso sonoro en la mejilla y dejándose arrastrar. No la contradijo en lo referente a la bebida porque tenía razón. Lo que Ana no sabía era que la necesitaba para olvidar el día nefasto que había tenido, para olvidar que Fernando había vuelto a su vida para quedarse definitivamente, y que debía lidiar con eso.
—Yo también me levanté aturdida y con dolor de cabeza de los mil demonios, pero Pablo cuidó de mí como yo cuido de ti… —le contó—. Ahora quiero que me cuentes cómo la pasaste con ese churrazo; estaba que se partía de bueno. —Lo último se lo dijo en susurros por si aparecía Pablo. Obviamente no quería que la oyera hablar así del levante de su amiga, lo que menos quería era que se pusiera celoso.
—Sin palabras, amiga; es el dios del sexo. Lo hicimos una y otra vez. No me dio respiro y mira que yo estaba como una cuba, pensé que no resistiría ni a un round… —le dijo en voz baja. Tampoco quería que Pablo la escuchara, sabía que le había molestado que se fuera del boliche con un desconocido—. Hacía mucho tiempo que no la pasaba tan bien, te juro que con este tipo repito… —dijo con seguridad. Si algo no iba a desaprovechar era la oportunidad de pasarla bien.
—¡No me digas que caíste rendida a sus pies y que te enamoró con un buen cuerpo y un buen polvazo! —le dijo riéndose de ella, pinchándola para hacerla cabrear.
—Eso jamás, sabes que mi corazón quedó completamente seco y ya nada puede florecer en allí —dijo ceñuda. Le molestaba el solo hecho de pensar en enamorarse, esa idea estaba desterrada de su cabeza para siempre. Solo había amado una vez y era más que suficiente para ella.
—Te has puesto poeta. —Intentó sonar graciosa, aunque la ira la invadió. Si tuviera enfrente a ese desgraciado le haría pagar por el dolor que le provocó a su amiga. Si bien quería pincharla para hacerla enfadar, le salió mal porque la que terminó enfadada resultó ser ella.
—Es el efecto secundario de la «desilusión amorística» —le dijo para hacerla reír. Sabía que sus palabras le habían dolido a su amiga. Demasiado tenía ella misma con su dolor como para que Ana también la pasara mal.
— ¡Nooo…! —dijo entre risas. Solo Florencia podía hacerla sentir bien tan rápidamente—. Y ahora te inventas palabras que ni tú conoces… —Casi hace caer a Florencia del banquito en el que estaba sentada al darle un golpe en el brazo y se rieron juntas—. Dejemos de hablar pavadas y ve a darte un baño, tienes un tufo encima que mejor tenerte lejos. —La empujó hacia la puerta y la acompañó hasta el baño para asegurarse de que