—Fer, tu cerveza. Flor, no te pregunté si querías una —les dijo Pablo acercándose a ellos y mirándolos extrañado. Fernando se paró, tomó la cerveza y se sentó en el sillón al lado de Florencia, furioso.
—No, gracias, estoy bien. No quiero empezar a beber tan temprano, aún me dura la borrachera de anoche —le dijo Florencia entre risas.
—¿Todo bien entre ustedes? —les preguntó Pablo con el ceño fruncido, mirando a ambos y esperando una respuesta. No lograba comprender qué hacía Fernando, de cuclillas al lado de Florencia, cuando entró en el salón. El ambiente se notaba cargado de tensión, como si hubieran estado discutiendo o algo parecido.
—Obvio que sí —dijo Fernando, con una sonrisa fingida—. Nos estamos conociendo.
Estaba molesto por la interrupción y porque cada vez tenía más preguntas. Florencia no le había aclarado nada, todo lo contrario: había plantado más dudas en su cabeza. Tenía la certeza de que se conocían y de que fue alguien importante en su vida; por eso sentía lo que sentía por ella y por eso lo trataba con resentimiento. Necesitaba hablar con ella, explicarle lo que le había sucedido, pero nuevamente había perdido la oportunidad. No se daría por vencido tan fácilmente, encontraría otro momento para abordarla.
—Si me disculpan, voy a terminar de arreglarme. —Florencia, aprovechó que Pablo estaba presente para escabullirse de allí.
Se apresuró para subir a su habitación. Necesitaba alejarse de Fernando, necesitaba relajarse. La tensión vivida la había dejado temblando como gelatina, la había afectado mucho. Su corazón le palpitaba tan deprisa que sintió que estaba a punto de sufrir un infarto. Su cercanía y su perfume amaderado le recordaron los días en que se amaron con locura. Tenía que organizar sus pensamientos y sus sentimientos. Fernando la desestabilizaba y necesitaba ser fuerte si quería seguir con su vida. Tenerlo cerca le hacía ansiar abrazarlo y perderse en su boca, pero era evidente que eso a él no le sucedía. Su indiferencia era una prueba más que suficiente y solo despertaba en ella ganas de ahorcarlo con sus propias manos. No entendía por qué le hacía eso, por qué se hacía el confuso, por qué se hacía el que no se acordaba de nada. ¿Tan poco había significado para él como para que la hubiese olvidado del todo? ¿Cómo era posible que no guardara ningún recuerdo de su verano? Habían pasado juntos tres semanas de sus vidas, dos semanas en las que no se habían separado más que para ir al baño y que se habían amado con locura. Era imposible que no se acordara de ella; cualquier hombre se acordaría de haber pasado unos días intensos con una mujer a pesar de no amarla. No le alcanzaba con haberla abandonado, quería humillarla y jugar con sus sentimientos; esa era la única explicación lógica que encontraba a esa absurda situación. Pero no le daría ese gusto, antes lo destruiría. Le destruía su vida perfecta, lo dejaría en evidencia delante de sus amigos, le haría perder todo por lo que trabajó y se esforzó.
6
La despedida estaba saliendo mejor de lo que Florencia se había imaginado al organizarla. La comida había estado tan sabrosa que las chicas se comieron todo mientras disfrutaban de un momento ameno entre risas, con música suave de fondo que alegraba el ambiente permitiendo charlar sin necesidad de elevar la voz para hacerse escuchar. Abundaban las bebidas de todo tipo, ideal para terminar la noche sin recordar ni siquiera sus nombres. Los juegos que había llevado resultaron ser muy entretenidos y divertidos, con prendas muy graciosas y descaradas. Todas las chicas participaron sin dudarlo, dejando de lado la timidez o la vergüenza que pudiera producirles. Había demasiada confianza entre ellas como para permitirse relajarse y dejarse llevar por la diversión. Se divirtieron tanto que les dolió el estómago de tanto reír. La DJ era fantástica. Estaba atenta a cada momento pasando la música ideal para cada situación sin necesidad de tener que pedírsela. Todas las chicas llevaban puesto algún tipo de cotillón, ya fueran boas de varios colores, colgantes con pequeños penes, binchas con penes apuntando hacia el techo, pelucas, anteojos, entre otros. Había también globos con varios diseños, entre ellos un pene gigante con el que no paraban de bromear y reírse.
Ana se estaba divirtiendo un montón. Estaba bastante achispada, al igual que todas las presentes. Apenas entró al salón y después de que la saludara cada una de sus amigas con un abrazo e hicieran el primer brindis de la noche, la obligaron a sacarse el vestido que llevaba puesto y le ayudaron a ponerse un conjunto erótico de novia. Consistía en unas medias blancas sostenidas por un portaligas de encaje, un tutú blanco que dejaba entrever la lencería que llevaba debajo, un microtop también blanco con brillos que apenas le cubría los senos; completaba el atuendo un velo de novia que le llegaba a la cintura, sostenido por una tiara con piedras brillantes y un par de zapatos aguja blancos con brillo. Estaba vestida para infartar a más de un hombre, especialmente a Pablo, que caería muerto a sus pies en cuanto la viera. Ana no se olvidaría jamás de esa fiesta y la atesoraría por siempre en su recuerdo.
Florencia también la estaba pasando fantástico y se estaba divirtiendo un montón; además, no podía no hacerlo cuando estaba junto a su mejor amiga, su amiga del alma, su hermana de corazón. Verla feliz la hacía feliz a ella. Micaela se mantenía a su lado, ya que no conocía a nadie más que a Ana y a ella. Demostró ser una muy buena compañera de diversión, se prendía en todo sin pensarlo demasiado y la ayudaba para que la fiesta resultara espectacular. Se alegraba de haber asistido a la fiesta a pesar de recién conocerse y de avisarle que estaba invitada con tan poca antelación. La noche anterior habían congeniado rebien y Micaela había dejado entrever su forma de ser despreocupada y divertida en cuanto a diversión se trataba, forma de ser muy parecida a la de ellas. Ya se veían siendo grandes amigas y se alegró por Esteban, al fin había encontrado la horma perfecta para su zapato.
Florencia se sentía cómoda con la presencia de Micaela y agradecía tener con quien hablar. Si bien conocía a todas las chicas, no había entre ellas tanta complicidad porque eran amigas de Ana. De entre todas las presentes, Micaela era más parecida a ella y congeniaron desde que las presentaron.
Florencia necesitaba desahogar su ira o terminaría por descargar su furia con la persona menos indicada. En otro momento hubiera recurrido a su amiga, hubieran charlado y encontrado una solución, pero Ana no estaba disponible por esa noche, ni por el resto de la semana, ni por el resto del mes. No podía atosigarla con sus problemas cuando estaba transitando la mejor etapa de su vida. Sabía que se lo recriminaría por no haberla puesto al corriente y que debería comerse una reprimenda por su parte. Si en ese preciso momento tuviera frente a ella a Fernando, no dudaría en estrangularlo con sus propias manos y en ponerlo en evidencia delante de sus amigos y futura señora. No podía dejar de pensar en las palabras que cruzó con Natalia cuando quedaron a solas luego de ser presentadas.
—Anoche no tuvimos la suerte de conocernos. Fernando dijo que no te sentías muy bien —le dijo Florencia con pena en su voz y también con doble intención. Quería saber cuánta confianza había entre ellos.
—¿Fernando? —le preguntó extrañada.
—Sí… ¿él no es tu novio? —le preguntó haciéndose la desentendida. Había dado en el clavo. Fernando no