—Puede ser —dijo no muy convencida.
—Espero que hoy te encuentres mejor porque la vamos a pasar genial, vamos a divertirnos y a bailar hasta entrada la mañana —le hizo saber. Quería contarle sobre su excursión por el boliche por donde también había andado Fernando. Quería ver su cara cuando se enterara de que también había obviado ese pequeño detalle.
—Espero que mi estado me lo permita. Tengo días buenos y días malos, espero que este sea uno de esos buenos —le dijo sin malicia.
—¿Estado? —le preguntó desconcertada. Quizás había oído mal. Era imposible que fuera cierto lo que se estaba imaginando.
—No se lo digas a nadie, pero estoy embarazada —le dijo feliz, en susurros para que nadie más la oyera y sin dejar de tocarse el vientre aún plano.
—¿Embarazada? —le preguntó para rectificar lo que había oído, cada vez más desconcertada y dolida. No podía estar embarazada, la vida no se podía estar riendo de ella como lo hacía; no podía ser tan cruel.
—No se lo hemos contado a los chicos porque queremos esperar a cumplir los tres meses y asegurarnos de que todo marche bien —le contó en voz baja, mirando a todos lados para que nadie oyera su conversación.
—Es lo que se recomienda —dijo Florencia con un nudo en la garganta. Tuvo ganas de vomitar ante la dulce noticia, noticia que le sentó como una patada monumental en el estómago.
—Si te soy sincera, estoy aterrada de que algo malo suceda. No es la primera vez que quedó embarazada, ¿entiendes? —le contó con naturalidad, como si fueran amigas de toda la vida—. Por favor, no digas nada —le rogó—; si te lo conté a ti es porque sé que eres madre y me entiendes. Los chicos nos contaron que tienes un hijo adolescente —se justificó al verla seria.
—Así es… —Respiró hondo para lograr calmarse—. Tengo un hijo encantador… —Su voz sonó serena, ocultando la furia que crecía a pasos agigantados en su interior—. Entonces debo felicitarte por el bebé y el casamiento; los chicos me contaron que se casan dentro de poco. —Hizo un esfuerzo enorme para pronunciar esas palabras, pero la realidad era que Natalia no tenía la culpa de nada. Si había un responsable de su enojo y dolor era Fernando, él era quien jugaba con ella. Natalia también era una víctima de él.
—Así es —le sonrió no muy convencida y fingiendo una media sonrisa.
—Así es la vida, cuando menos lo espera, te sorprende —le dijo con conocimiento. Desde que había llegado a Bariloche la vida no dejaba de sorprenderla. Solo esperaba que no hubiera más sorpresas o terminaría por salir huyendo de esa ciudad antes de la boda.
—En eso tienes razón. Me contaron las chicas que te encargaste de organizar la despedida —Natalia no se percató del cambio de humor de Florencia y siguió con su charla, que para su gusto resultaba amena.
—Así es, pero lo hice con la ayuda de Paula y Paola —le contó sin mucho entusiasmo. Sus pensamientos estaban en otro lugar, estaban centrados en otra persona, la única responsable de todos sus males.
—Espero que mis amigas se esmeren bastante en mi despedida —le contó sobre sus deseos, pero se percató de que Florencia ya no la escuchaba y tenía la mirada perdida— ¿Está todo bien, Florencia? —se interesó.
—Sí, está todo bien —la tranquilizó, por nada quería que se diera cuenta de cuánto le había afectado la noticia del embarazo—. Me llama la DJ —se justificó para alejarse de ella. Necesitaba tomar un poco de aire.
—Ve tranquila, después seguimos hablando —le propuso. Le había gustado hablar con ella y conocerla, aunque no sabía por qué se mostraba tan distraída y dolida a pesar de sus esfuerzos por ocultárselo.
Florencia se acercó a la barra. Necesitaba dejar de pensar y necesitaba ahogar su desgracia con una bebida fuerte, y qué mejor para hacerlo que unos tragos de tequila. Se tomó de un saque y sin respiro dos chupitos. Tenía unas ganas enormes de llorar, pero estaba rodeada de mucha gente; debía tragarse las lágrimas para cuando estuviera sola. Lo que menos necesitaba en ese momento era dar lástima. Salió al patio, necesitaba tomar un poco de aire y alejarse de Natalia, que la seguía buscando para charlar, y de Ana, que en cuanto la mirara a los ojos se percataría de su lamentable estado y la atosigaría con miles de preguntas. Lo que menos quería en ese momento era darle explicaciones y mucho menos estropearle la linda fiesta. Si bien tenía la mente nublada por el alcohol, los pensamientos no dejaban de rondarle y recordarle que Fernando no solo iba a casarse, sino que también iba a ser padre, pero esta vez a conciencia. Si había albergado una pequeña esperanza de volver a estar con Fernando, al enterarse del embarazo, se hicieron trizas. La vida volvía a ser cruel con ella al recordarle su lugar. Quizás ese era el designio del destino y ella debía aceptarlo sin más. Fernando formaba parte de su pasado y así debía seguir siendo. No se percató del momento en que comenzó a llorar dejando salir el dolor que le atenazaba el pecho y el corazón hasta que oyó su propio llanto desconsolado. Un brazo la rodeó por la espalda y la reconfortó. No quiso mirar quién la consolaba, solo se dejó acunar por esos brazos cálidos que no pudieron aparecer en mejor momento.
Cuando el llanto remitió, abrió los ojos y se encontró con la mirada cálida de su nueva amiga. Micaela, al verla salir del salón como si el diablo la persiguiera, no dudó en ir tras ella. Lo que nunca se imaginó fue encontrarla en esa guisa, dolida y desdichada, presa de un dolor desgarrador.
—¡Gracias! —le dijo apenada y agradecida.
—No se merecen —le dijo con una sonrisa sincera dibujada en sus labios.
—No tienes idea de cuánto necesitaba de ese abrazo hasta que me lo diste —reconoció.
—No necesito saber el motivo de tu tristeza, pero si en algún momento necesitas hablar con alguien, cuenta conmigo; sé que apenas nos conocemos, pero en mí tienes una amiga, te lo digo de corazón, puedes confiar en mí, —Sus palabras sonaban sinceras. Si bien recién se conocían, sabía que Florencia iba a ser una amiga de fierro y no pensaba dejarla sola en ese momento, cuando más necesitaba de un simple abrazo o de una palabra de aliento.
—Gracias, que estés con Esteban es una garantía de que puedo confiar en ti, además de que se nota a la legua que eres una gran persona —le explicó el motivo de su confianza. Si bien no podía contar con Ana por el momento, podía contar con Micaela en caso de necesitar de un hombro donde llorar y una amiga con quien desahogarse.
—Son muy buenos amigos —reconoció agradecida y feliz por ello.
—Sí lo somos, aunque hay muchas cosas que él no sabe de mí y me gustaría que así siguiera —le aclaró. Por nada quería que Esteban se enterara de su estado, lo que menos quería era que se complicara su situación.
—Entiendo perfectamente, quédate tranquila que no le voy a contar nada, seré una tumba —aseguró para dejarla más tranquila. Florencia sonrió a modo de respuesta—. ¿Estás mejor?
—Sí, simplemente fue un momento de debilidad, la presión me superó —intentó suavizar la situación, que pareciera insignificante.
—A veces esos momentos nos permiten seguir —le dijo dejando en claro que no debía esconder su dolor ni justificarse.
—Es cierto. —Estaba completamente de acuerdo. Micaela, a pesar de ser tres años más chica, le dijo palabras que la ayudaron a sentirse mejor y no una tonta por dejar que la debilidad y la presión le ganaran.
—¿Qué te parece si entramos? Las mejores medicinas para problemas