Un mundo dividido. Eric D. Weitz. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eric D. Weitz
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9788417866914
Скачать книгу
crearon el primer movimiento internacional en pro de los derechos humanos. Su presión política llevó a Gran Bretaña a prohibir el comercio trasatlántico de esclavos en 1807 y promover la causa de la abolición en el Congreso de Viena, donde las grandes potencias condenaron el tráfico de esclavos, “contrario a los principios humanitarios y la moral universal”, y exhortaron a los signatarios del tratado a poner fin a esta práctica, aunque todavía no estaban en condiciones de hacerlo ni de abolir la institución misma de la esclavitud.89 Sin embargo, muchos otros países se apresuraron a seguir el ejemplo de Gran Bretaña, que se encargaría de hacer cumplir en el plano internacional la prohibición del tráfico de personas. Si bien algunos abolicionistas creían en la inferioridad intrínseca de los negros, el movimiento a favor de la eliminación de la esclavitud (institución que existía desde hacía milenios) supuso en Occidente y el mundo islámico una revolución moral y política que guarda una estrecha relación con el desarrollo de los derechos humanos, como veremos en capítulo IV, dedicado a Brasil.90

      Otras formas de pobreza extrema y explotación también suscitaban el rechazo. La idea del “inglés nacido libre” prendió en Gran Bretaña y sus colonias (o antiguas colonias, en el caso de Estados Unidos). Se propagó por el campo y las ciudades, y a partir de 1815 adoptó múltiples formas, manifestándose en la destrucción de maquinaria industrial, las primeras huelgas y protestas multitudinarias. La poesía de William Blake (entre otros) describía los males de su época e imaginaba un futuro de libertad y prosperidad. El poema “Jerusalén” (1810), en el que abundan las imágenes religiosas, es un furioso alegato contra las condiciones de vida predominantes en Gran Bretaña (Blake habla de las “oscuras fábricas satánicas”) y un llamamiento a la rebelión. Blake cree posible construir en los fértiles campos de Inglaterra un mundo donde reine la libertad.

      ¿Y caminaron de antiguo esos pies

      por las verdes montañas de Inglaterra?

      ¿Y fue el sagrado Cordero de Dios

      visto en las plácidas praderas de Inglaterra?

      ¿Y brilló el semblante divino

      sobre nuestras nubladas colinas?

      ¿Y se construyó Jerusalén aquí,

      entre esas oscuras fábricas satánicas?

      ¡Traedme mi arco de oro ardiente!

      ¡Traedme mis flechas de deseo!

      ¡Traedme mi lanza! ¡Oh, nubes, abríos!

      ¡Traedme mi carro de fuego!

      No cejará en la lucha mi espíritu

      ni dormirá en mi mano la espada

      hasta que levantemos otra Jerusalén

      en el campo verdeante y dulce de Inglaterra.

      La Rebelión Taiping, que estalló en el otro extremo del mundo, en China, medio siglo después, representaba otra forma de resistencia, aunque creada en el contexto de una economía y un intercambio de ideas globales. Levantamiento numeroso y principalmente campesino, Taiping fundía elementos cristianos y budistas. Como Blake, los dirigentes de la rebelión proclamaron un porvenir milenario opuesto a las condiciones opresivas que padecían los campesinos y a la incapacidad de la dinastía Qing para defender los principios del gobierno justo. Mientras aguardaban el advenimiento de la utopía, los rebeldes Taiping redistribuyeron la tierra y llegaron incluso a emancipar a las mujeres. Después de más de diez años de guerra en los que los dos lados habían perpetrado atrocidades sin precedentes, los gobernadores provinciales, la pequeña aristocracia local y el Gobierno central, aterrados por la posibilidad de una China gobernada por los Taiping, recuperaron la iniciativa y derrotaron a los rebeldes. La crisis interna china llevó a la intervención de las potencias occidentales. Su influencia creciente se manifestó sobre todo en la segunda guerra del Opio (1856-1860).91

      En esta época se empezó a avanzar hacia el reconocimiento de los derechos de las mujeres, y no solo en China con la Revolución Taiping, sino también en Occidente. En la década de 1790, Olympe de Gouges y Mary Wollstonecraft fueron las primeras autoras en reivindicarlos explícitamente. He aquí uno de los primeros ejemplos de cómo el reconocimiento de derechos a ciertas personas (los hombres, en el caso de la Revolución francesa) animaba a otras a reclamarlos para sí, de modo que se iba ampliando el conjunto de individuos dignos de convertirse en ciudadanos con derechos. En Europa occidental y Norteamérica muchas mujeres pasaron de militar en el movimiento abolicionista a fundar las primeras organizaciones de defensa de los derechos de la mujer. Estas activistas relacionaban explícitamente las dos causas y su ideología política solía estar teñida de religiosidad. Mediaría un largo camino entre los hitos que hemos mencionado –los escritos publicados por De Gouges y Wollstonecraft en la década de 1790 y la Revolución Taiping de mediados del siglo XIX– y la Convención de las Naciones Unidas sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, tratado firmado en 1979. Pero el germen del movimiento en pro de los derechos de las mujeres apareció muy pronto.

      Desde la perspectiva del poder imperial europeo se podía observar otra fisura. Las potencias coloniales explotaban a los “nativos”, reduciéndolos a la condición de súbditos. El viajero Taylor, al que le repelía el “desdén” con que los ingleses trataban a los indios de todas las clases sociales, señalaba que sus compatriotas, por otro lado, habían traído la prosperidad al subcontinente, además de la justicia y los principios legales británicos.92 Según él, los indios recibían un trato más ecuánime de los tribunales británicos que del sistema judicial instaurado por los gobernantes nativos.93

      El principio de trato justo era otra condición esencial para el establecimiento de los derechos humanos. Del mismo modo que Toussaint Louverture invocó los ideales revolucionarios franceses en su defensa de la emancipación de los esclavos, el movimiento nacional indio, fundado más tarde, esgrimiría las ideas británicas sobre la justicia en contra de la dominación británica.

      Las fisuras del viejo orden y los indicios del nuevo también se hicieron evidentes en la estructura misma de los imperios. El naturalista y viajero francés Charles Sigisbert Sonnini, clarividente observador de su tiempo, ya había predicho en la década de 1770 una revolución nacional griega que inspiraría otras en todo el mundo.94 A pesar de la aparente estabilidad del llamado sistema vienés existía una intensa actividad política en las sociedades y los clubes democráticos fundados en ciudades europeas como Madrid y Moscú, y en toda América Latina. En la década de 1820, los intelectuales y los activistas empezaron a debatir sobre las ideas de democracia y revolución. Esta efervescencia política llegó a su apogeo con las revoluciones europeas de 1848. Si bien no triunfó ninguna a excepción de la suiza, todos los movimientos ulteriores que llevaron a la fundación de Estados nación en Europa, así como todas las declaraciones de derechos y constituciones occidentales, tendrían su origen en los trascendentales acontecimientos de ese año, en el que, por lo demás, se publicó El manifiesto comunista. En los decenios siguientes y en casi todo el mundo, Marx y Engels atraerían seguidores fervorosos con su llamamiento a la instauración del comunismo, presentado como remedio contra todas las injusticias.

      Muchos emperadores orientales se hicieron cargo del peligro que suponían los sentimientos nacionalistas y las tendencias reformistas, así como la expansión de la hegemonía occidental. Los soberanos otomanos, persas y chinos tenían relaciones con Occidente desde hacía siglos. En la década de 1830 tomaron conciencia del creciente dinamismo de las potencias occidentales, cuya superioridad militar, tecnológica y administrativa (su capacidad para movilizar recursos, incluidos los humanos) amenazaba gravemente su poder. Los gobernantes orientales observaron cómo los británicos iban consolidando poco a poco su dominio sobre la India y los franceses se iban apoderando del norte de África. En ciertos territorios otomanos, persas y chinos existía el peligro de una invasión rusa.

      Los imperios hicieron frente a la agitación interna y al peligro de la dominación europea acometiendo reformas. Las más profundas y ambiciosas fueron las introducidas en Japón