Un mundo dividido. Eric D. Weitz. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eric D. Weitz
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9788417866914
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1819. Bajo el reinado de Fath Alí Sah (emperador de Persia desde 1797 hasta 1834), Rusia se había apoderado de territorios persas. Al sur y al este del país, en la India, Gran Bretaña estaba extendiendo su hegemonía por medio de la Compañía Británica de las Indias Orientales. Fath Alí Sah temía nuevas incursiones por parte de las dos potencias, pero confiaba en poder aliarse con los británicos, igualmente preocupados por el expansionismo ruso.

      En 1815 no existía la imprenta en Persia, ni por tanto los periódicos. Los instrumentos científicos eran escasos y obsoletos.80 Fath Alí Sah y su hijo, Abbas Mirza, eran plenamente conscientes de la amplia superioridad científica y tecnológica de los británicos, particularmente en el campo militar. Abbas Mirza emprendió una campaña modernizadora destinada a instituir el “nuevo orden” persa. Aprendió inglés y francés, introdujo reformas en el Ejército y la burocracia y se dejó orientar por un pequeño grupo de asesores militares británicos llegados de la India.

      Abbas Mirza envió a Gran Bretaña a sus jóvenes colaboradores, hijos de altos funcionarios del Imperio persa, con el cometido de aprender todo lo que pudieran de los británicos. No fue esta la primera expedición oriental a Europa, pero sí una de las más importantes. En ese mismo siglo, los japoneses y los coreanos organizarían otra similar, aunque mucho más ambiciosa (como veremos en el capítulo VII).

      Uno de los persas trabajó de aprendiz en la herrería James Wilkinson & Son, fabricante de armas “para su majestad”. Un par de ellos colaboraron con ingenieros militares y artilleros de la Real Academia Militar, y otros dos estudiaron medicina en el St. George’s Hopital, uno de los hospitales más prestigiosos de Londres. El sexto (que llevó un diario) se llamaba Mirza Salih y estudió idiomas, aunque de manera algo anárquica. Las universidades de Oxford y Cambridge, que exigían a sus estudiantes jurar lealtad a la Iglesia de Inglaterra, no eran demasiado acogedoras para los católicos irlandeses, ni mucho menos para un musulmán de Persia.81

      Los jóvenes persas al principio se sintieron perdidos en un país tan distinto al suyo, pero tardaron poco en aclimatarse. Aprendieron todo lo que pudieron sobre los avances técnicos que la Revolución Industrial había traído a la artillería, al arte de la impresión y a la fabricación de papel. Mirza Salih y uno de sus colegas también observaron el funcionamiento de las fábricas textiles, impulsoras de la industrialización en su etapa inicial, y los muelles donde se estaban construyendo los primeros barcos de vapor.82

      A Mirza Salih le fascinó tanto el arte de la impresión que entró a trabajar como aprendiz en una imprenta y se manchó las manos (literalmente), cosa rara en un persa de su alcurnia y dignidad. Allí se dio cuenta de algo fundamental que trascendía las técnicas de impresión: observando a la sociedad británica, tomó conciencia del papel decisivo que desempeñaba la imprenta en la difusión de las ideas.83 Mirza Salih llegó a hacerse masón. Varios persas y otomanos ilustres que viajaron a Europa se vieron, en efecto, atraídos por el doble carácter secreto y laico de la masonería, que no les exigía abjurar de la fe musulmana. Por lo demás, esta sociedad permitía establecer ciertos contactos y relaciones que favorecían las misiones diplomáticas. Los musulmanes que ingresaron en ella no llegaron a convertirse en defensores de los derechos humanos, pero se vieron influidos, sin duda, por el racionalismo de los masones y sus ideales ilustrados, ligados al concepto de libertad. En 1858 unos cuantos persas, entre ellos los que habían viajado al extranjero, fundaron una logia masónica en su país. Mientas tanto, otro miembro de la expedición, Muhammad Ali, estaba frecuentando los círculos de artesanos izquierdistas que creaban un ambiente de efervescencia política en los cafés y pubs londinenses.84

      A Mirza Salih también le asombró que la Bodleian Library de la Universidad de Oxford tuviera libros en urdu, persa y árabe; que la Compañía Británica de las Indias Orientales dirigiera una escuela pujante en la que se enseñaban los idiomas que él había aprendido en su país, y que el taller en el que trabajaba imprimiera innumerables biblias en esas lenguas. El imperialismo no se limitaba al dominio sobre otros países: también impulsaba la difusión de las ideas. Mirza Salih volvió de Gran Bretaña con una imprenta, aunque poco antes, y gracias a un compatriota suyo igualmente emprendedor, había llegado otra desde San Petersburgo.85

      Mirza Salih casi nunca menciona en su diario las condiciones de vida de los trabajadores de las primeras fábricas, estaba demasiado ocupado observando con admiración la tecnología y la intensa vida social británicas como para fijarse en la miseria de la clase obrera. Ya advertimos la misma limitación en William James, que omite en sus escritos la lacra de la esclavitud. Y es que los viajeros no hablaban más que de lo que les interesaba. Pero lo que no veían era igual de importante.

      FISURAS

      En este mundo caracterizado por el poder imperial y dinástico, los grandes desplazamientos de población, la pobreza extrema, formas de explotación muy arraigadas y actos de sumisión…, en este mundo existían fisuras que prefiguraban otro nuevo que estaba por venir: indicios que solo ahora se ven con claridad.

      Ya hemos mencionado uno de estos indicios, a saber, la apertura de Japón; el país entró así en una senda de modernización y se convirtió en uno de los muchos que formaban la “sociedad de Estados”. En el Congreso de Viena se habían hecho evidentes otras fisuras. Con su dominio imperial sobre Europa, Napoleón había atacado frontalmente el sistema europeo, caracterizado por la coexistencia de múltiples Estados soberanos e independientes. La Paz de Westfalia había establecido este sistema en 1648, y el Congreso de Viena lo restauró.

      La legitimidad dinástica y la soberanía territorial fueron los principios fundamentales del Tratado de Viena (véase ilustración de la p. 51). Era imposible, sin embargo, reprimir del todo las ideas de Estado nación y derechos humanos que la Revolución francesa había difundido en Europa. Por mucho que lo desearan, los príncipes, reyes y emperadores europeos no podían forzar al continente a retroceder a la década de 1760, es decir, a los años anteriores a las revoluciones estadounidense y francesa, y a las latinoamericanas. En los siglos XIX y XX el auge de los nacionalismos llevaría a muchos de los Estados dinásticos europeos a transformarse en Estados nación, como veremos en otros capítulos. Es cierto que varias disposiciones del Tratado de Viena venían a afirmar el principio de nacionalidad, entre ellas la que otorgaba a los polacos no un Estado propio, pero sí una serie de instituciones nacionales, y la que unía muchos de los pequeños territorios alemanes que antes habían gozado de soberanía para formar Estados mayores. Por lo demás, el tratado reivindicaba la emancipación de los judíos, afirmando así uno de los principales triunfos de la Revolución francesa.86 La pervivencia del poder dinástico no impidió que las naciones, las constituciones y los derechos se incorporaran al paisaje intelectual y político europeo.87

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      Representación en acuarela de los emperadores y reyes de Europa, por August Friedrich Andreas Campe (1777-1846)