La muchacha que amaba Europa. Joan Quintana i Cases. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Joan Quintana i Cases
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418411618
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      Ella se los dio y antes de bajarse le preguntó si podría ir a buscarla para volver a casa, ya que no pensaba estar mucho rato.

      —Mira, de aquí a la plaza Jemaa— el Fna no hay más de diez minutos a pie. Vas hasta allí y en la parada de taxis pide por Hasan, o estoy o me buscan. Pero no vayas muy tarde, la policía para a las chicas solas por la calle y las empapelan como prostitutas. Vigila mucho.

      —Muchas gracias, pero preferiría que vinieras al hotel dentro de una hora y media, por favor. No me gusta ir sola de noche.

      —De acuerdo. Si quieres te espero en la entrada principal y me pagas el tiempo de espera.

      —Vale, mucho mejor. Hasta dentro de una hora y media —le respondió.

      Se bajó y se fue directa a la entrada. Pensó que el chico sabía más de lo que dijo sobre el tema que le interesaba y cuando volviera a casa quedaría con él, quería hablar con tranquilidad. Los taxistas son buenos guías, conocen bien la ciudad y saben de todos los lugares interesantes. Eso sí, buscan siempre una buena propina.

      Entró al hotel un poco nerviosa, era toda una aventura para ella. Atravesó el vestíbulo que le recibió con una bocanada de aire frío procedente del interior y que, en contraste con la atmósfera pegajosa y caliente del taxi, le produjo un escalofrío que le endureció los pezones. Intentó, sin mucho éxito, taparse los senos con el mini bolso que llevaba. Pasó el hall y se dirigió al fondo en busca del bar. Pero antes de llegar vio en la esquina derecha una amplia cortina y encima el rótulo con la palabra “DISCOTECA”. En el momento en que iba a separar las cortinas para entrar, se le acercó el policía situado al lado de la puerta.

      — ¿Adónde vas? —la interpeló con muy mala educación— aquí sólo pueden entrar los clientes del hotel e imagino que tú no lo eres, ¿no?

      Azorada, no consiguió articular respuesta, el policía la cogió del brazo y se la llevó casi en volandas hacia la salida.

      —Espera, esta chica viene conmigo. He ido a aparcar el coche —dijo una voz—.

      Ilhem, sorprendida, se giró y vio al taxista. Llevaba una chaqueta moderna, unas Rayban en la frente y zapatillas deportivas que le daban un aspecto muy moderno.

      —¡Ah! ¿Viene contigo? De acuerdo. Es que aquí no queremos busconas. Ya sabes, o pagan o se van —contestó el policía en un tono muy desagradable.

      Entraron juntos.

      —Muchas gracias por tu ayuda, pero ¿quién te la ha pedido? —masculló Ilhem.

      —Vaya, muchas gracias por tu manera de demostrar gratitud.

      Lo siguió para no quedarse descolgada y volver a tener problemas con el policía. Se sentía enfadada por la manera en que aquel joven había irrumpido en sus planes, pero a la vez estaba agradecida porque le había concedido la oportunidad de entrar en la discoteca, dudaba que lo hubiera conseguido sola. Momentáneamente cegada por la oscuridad del local, en contraste con la luminosidad del vestíbulo, no vio el escalón y si no fuera por la rapidez del chico al cogerla del brazo, hubiese dado con sus huesos en el suelo.

      —Gracias, si no es por ti me rompo algo.

      —De nada. Sentémonos y hablemos un rato. ¿Qué quieres tomar?

      —Un refresco, una naranjada me va bien —contestó ella sin pensar, era su bebida habitual.

      —Aquí puedes pedir alcohol, nadie te va a decir nada. Esto no es un salón de té.

      Titubeó. Nunca había tomado bebidas espirituosas, aparte de alguna cerveza con amigas y a escondidas. No es que le gustara mucho el alcohol, pero le pareció que le daría excepcionalidad a la velada. Lo pensó unos segundos y se decidió por la cerveza, tenía miedo de lo que le pudiera pasar si se embriagaba.

      —Sí, gracias. Quiero una cerveza.

      Él se levantó y fue en busca del camarero que estaba en la barra esperando las bebidas de otra mesa.

      —Hola, Mohamed. Una cerveza Wastainer para la chica que está conmigo y para mí, lo de siempre.

      Al volver a la mesa estuvieron un rato sin decir nada, esperando que les trajeran las bebidas. Ilhem estaba incómoda y no sabía cómo actuar, se sentía completamente fuera de lugar, pero pensó que ella se lo había buscado y ahora tenía que aguantarse.

      —Un Cardhu 12 con hielo y una Wastainer para la señora —anunció el camarero.

      Ilhem esperó a que les hubieran servido y después de tomar el primer sorbo se dispuso a hablar, pero antes de que pudiera abrir la boca, él le preguntó:

      —Bien, ¿qué te ha traído hasta aquí? Pareces una buena chica. ¿Qué buscas? Si hubieses venido a divertirte estarías ahora mismo con amigas o en pandilla. ¿Pero sola? Yo diría que éste, no es lugar para una mujer como tú.

      Su adelanto la dejó completamente descolocada, titubeó durante un tiempo pensando qué contarle; la verdad no se la quería decir, pero no sabía cómo mentir a aquel chico que tenía más claro que ella el porqué había ido allí.

      — ¿Te ha comido la lengua el gato? —dijo burlón—, ¿o es que te da vergüenza decirme la verdad?

      Esto la puso aún más nerviosa, no sabía cómo salir del atolladero en que se había metido, pero no debía acobardarse ahora o su aventura acabaría antes de empezar.

      —Deseo ir a trabajar a Europa. Este país encorseta a las mujeres y yo quiero ser libre y hacer lo que me plazca. Montar mi negocio y vivir a mi aire —al final había decidido que decirle la verdad era lo único que podía hacerla creíble.

      Él no se inmutó, desde el momento que, con el coche parado, la observó con el vestido occidental, en la calle, y no habiendo cogido los taxis anteriores, ya imaginó lo que buscaba. Aunque era joven, tenía mucha experiencia. Sus misiones, el taxi y lo que representaba le hacía tener contacto con la vida nocturna y marginal. Conocía mujeres que se ganaban el pan como podían, efectuaba viajes a hoteles de lujo con turistas que le pedían chicas o chicos que se vendieran por unos dírhams. Todo eso le había facilitado descubrir con bastante claridad lo que ella quería. Pensó por un instante en que lo único que no le cuadraba en el relato era el aspecto de la chica. A pesar de que, a primera vista, parecía frágil, sus ojos denotaban una fuerza de voluntad, una inteligencia superlativa y una fiereza que no había visto antes en nadie.

      —Mira, primero me gustaría saber cómo te llamas. No nos hemos presentado. Yo soy Hasan y ¿tú?

      Pensó en darle un nombre falso, pero después de todo no creyó que valiera la pena.

      —Ilhem. Mucho gusto, Hasan.

      —Muy bien, Ilhem. No sé si es tu verdadero nombre pero así te llamaré. En primer lugar, te diré que conozco muchas chicas como tú. ¿Ves allí al fondo en la penumbra, todas aquellas muchachas que hablan entre ellas y las que bailan en la pista contoneándose provocativamente? Todas ellas buscan exactamente lo mismo y ¿sabes cuántas lo consiguen? Ni un uno por ciento. Se acuestan con clientes del hotel, turistas en busca de sexo. Sin embargo, apenas ninguno se las lleva a Europa. Además, tú tienes pinta de ser aún virgen y con nula experiencia sexual. ¿Me equivoco o tengo razón?

      Se ruborizó hasta extremos dolorosos, sentía que le ardía la cara y no sabía hacia dónde mirar. Confió en que en la oscuridad del local no se le notara.

      —Sí, me imagino que no es nada fácil hacer realidad lo que quiero, pero tengo que intentar algo si no nunca saldré de este país.

      Le miró a los ojos, observando lo claros y bonitos que los tenía, pensó en su aspecto extranjero, el pelo medio rubio que podía hacerla pasar perfectamente por una ciudadana del norte de Europa y de sopetón le dijo:

      — ¿Y por qué quieres irte de este país, no es bueno para ti?

      —Quiero vivir mi vida, tal vez realizar un Máster y montar un negocio, y esto aquí es casi imposible