La venganza de un duque. Noelle Cass. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Noelle Cass
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418616235
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sonrió al ver el rubor que había aparecido en las mejillas de Gina al decirle que necesitaba bajar del carruaje porque sentía la llamada de la naturaleza. Y cómo le gustaría creer que Gina era la mujer inocente y cándida que aparentaba ser en esos momentos. No, no, se dijo para sí mismo, no podía dejarse llevar por esos derroteros o estaría completamente perdido, y todo lo que había hecho los últimos siete años se iría al garete en un solo instante, debía ceñirse a su plan original y no dejarse llevar por sus sentimientos.

      —Entonces, nos detendremos en la primera pensión o posada para que puedas ir al excusado, pero desde ahora, te advierto que no intentes escapar o te juro que no respondo de mí, ¿te ha quedado claro?

      —Me queda muy claro, excelencia —respondió ella, desafiante. Pero, por dentro, sintió un frío helador que hizo que se estremeciera, porque ese hombre representaba un peligro real para ella.

      Gina giró la cabeza hacia la ventanilla, y descorrió la cortinilla para observar el paisaje, dando gracias por tener algo en lo que distraerse y no pensar en el hombre que estaba sentado frente a ella, y que la turbaba demasiado.

      Casi veinte minutos más tarde, el carruaje entró en un pequeño poblado y el cochero detuvo el carruaje en una pensión que se veía muy deteriorada. El cochero bajó del pescante para abrir la portezuela, y primero ayudó a salir a Gina, luego a Nolan. Ella se puso a caminar hacia el interior del establecimiento, mientras Nolan daba orden al sirviente de que estuviera atento por si la joven intentaba escapar. Luego, siguió a Gina y entró en la pensión. Pudieron comprobar que el interior era decente y bastante ordenado.

      Gina se acercó al mostrador y preguntó a la mujer dónde estaba el cuarto de baño, y resultó que estaba afuera; llamó a una de las mozas para que la acompañara. Antes de que saliera, Nolan la sujetó por el brazo y le recordó que no intentara nada, porque si lo hacía e intentaba escapar, el sirviente tenía instrucciones de disparar a matar. Gina palideció al escuchar la amenaza, sabía que estaba atada de pies y manos y ni siquiera podía pedir ayuda.

      La chica le dijo que la siguiera, salieron al exterior, y le mostró a Gina un pequeño cuarto de baño en el que había un retrete, un espejo, y un aguamanil con agua para lavarse las manos, pero que estaba limpio. Gina dio las gracias y entró en el minúsculo cubículo. Atendió a la llamada de la naturaleza, después se lavó las manos, y se peinó el pelo como pudo para no tener un aspecto tan desaliñado. Cuando salió, vio que el cochero no la había perdido ni un segundo de vista, y por descontado, no podía pensar en cometer una locura.

      Entró de nuevo en la pensión, tras buscar a Graystone con la mirada, lo encontró sentado en una mesa tomando una taza de café. Él también la vio, y le hizo una señal para que se acercara. Y al lado de la mesa, le hizo otra señal para que se sentara.

      —Al menos, podríais tener la decencia de poneros en pie, ante una dama —dijo Gina, entre dientes.

      —Sí, sí que la tengo, pero a ti no debo mostrarte ningún respeto, porque no eres una dama. Ahora siéntate, y pide algo de desayunar antes de que me arrepienta y te deje con el estómago vacío.

      Ella se sentó, murmurando algo entre dientes.

      —Perdón, ¿decías algo? —preguntó Nolan, lisonjero.

      —Nada que os incumba, excelencia.

      Una de las mozas se acercó a ella y le preguntó qué iba a tomar. Gina pidió un té con una rebanada de pan y mermelada. Mientras, Nolan la observaba en silencio, porque sabía que ella estaba perdiendo los estribos y solamente se contenía por su amenaza.

      Media hora después, subieron al carruaje y emprendieron de nuevo el camino a Londres, y por momentos, el ambiente se volvía más tenso entre los dos.

      —¿Por qué siempre lleváis el rosto cubierto? —Quiso saber Gina—. ¿Acaso tenéis alguna cicatriz que ocultar?

      —Eso es algo que no te incumbe, Gina.

      —Solo siento curiosidad, porque sois un hombre muy atractivo, y no es justo que os ocultéis bajo esa horrenda máscara.

      Nolan lanzó una carcajada carente de humor.

      —Así que piensas que soy atractivo.

      —No, no lo pienso, lo afirmo.

      —Y entonces, ¿por qué te niegas a acostarte conmigo?

      —Eso es algo muy personal y que no os concierne, excelencia.

      —Te aseguro que mientras seas mi amante, no te faltará nada, tendrás los vestidos más glamurosos que cualquier mujer puede desear, joyas exquisitas, y largos viajes, si así lo deseas.

      —Estáis muy equivocado conmigo, excelencia. A mí no me importan las cosas materiales que me estáis ofreciendo, porque ante todo tengo dignidad.

      —Estás mintiendo, porque te conozco demasiado bien y sé lo materialista que eres.

      —¡Vos no me conocéis! ¡Y no os permito que habléis de esa forma de mí! —exclamó, dolida.

      —Al contrario, querida. Te conozco mejor de lo que tú crees. Recuerda que llevo siete largos años vigilando cada uno de tus movimientos.

      —¡Podéis amenazarme todo lo que queráis, pero nunca me acostaré con vos!

      —Eso ya lo veremos.

      Poco después, se hizo el silencio en el interior del carruaje, y la tensión entre los dos creció. Mientras, Nolan se decía que Gina iba a caer en sus brazos mucho más pronto de lo que ella creía. Ella misma le acababa de confesar que lo encontraba atractivo, y seducirla no le iba a costar ningún esfuerzo. La mantendría como su amante mientras la deseara, y dejaba que Gina se fuera enamorando poco a poco de él, entonces, cuando eso sucediera, se desharía de ella como si fuera un trapo viejo del que había que desprenderse. Pero, sobre todo, debía tener mucha precaución para no dejarla embarazada, porque existía la posibilidad de que Gina le exigiera casarse con él. Aunque Nolan creía que en cuanto él le desvelara su verdadera identidad lo odiaría con todas sus fuerzas, y sería feliz al haber arruinado por completo la vida de Gina y su reputación, porque en cuanto se diera a conocer que ella había sido su amante, ningún caballero decente querría casarse con una mujerzuela que se vendía al mejor postor, y por descontado, Nolan no iba ni a cargar ni a responder por esa mujer el resto de sus días, porque la odiaba y la aborrecía con todas sus fuerzas, y eso era algo que siempre debía tener presente y no olvidar nunca, porque si lo hacía, estaría completamente perdido, y sería él el que estuviera a merced de Gina St. James, y no podía permitir que una mujer dominara sus sentimientos y sus emociones.

      Mientras, en Éxeter, Holly había esperado poder marcharse a Londres esa misma mañana, pero cuando comunicó a Vera sus intenciones de marcharse, no se lo había permitido, porque insistía en que su suegra la necesitaba. Por mucho que intentó explicarle que su sobrina estaba en peligro, Vera no quería escuchar nada del asunto, luego, la obligó a deshacer el equipaje y regresar al lado de Dolly. Diciéndose que tenía que escribir cuanto antes una carta a sus hijos para ponerlos al tanto de lo que estaba sucediendo.

      Ya al lado de Dolly, intentó distraer la mente charlando con la anciana, pero seguía muerta de la preocupación por lo que le pudiera pasar a Gina, y creyéndose la responsable por dejar que su sobrina se exhibiera ante Graystone. Pero ahora, era demasiado tarde para lamentaciones, y no le quedaba otra solución que pedir ayuda a la familia para que rescatara a Gina de las garras del duque.

      Jeremy regresaba del club, cuando escuchó voces que provenían de la biblioteca, se acercó a la puerta y espió lo que su madre y la criada decían. Y no le gustó para nada enterarse de que Gina se había ido de la mansión.

      Sigilosamente, recorrió el pasillo hasta las escaleras para subir a sus aposentos y acostarse, porque estaba muerto de cansancio. Y mentalmente, soltaba una ristra de obscenidades porque no había logrado hacerla suya, y tenía la seguridad de que a esa zorra se le había presentado la oportunidad de largarse con otro hombre, y supo aprovecharla.

      En el pasillo, se encontró con