La venganza de un duque. Noelle Cass. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Noelle Cass
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418616235
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tenía que encontrar a Gina, ella no se iba a burlar de él tan fácilmente. Danny le había dicho que estuvo preguntando en las casas que se habían alquilado durante las últimas semanas, pero ninguna de ellas fue alquilada por dos mujeres que encajaran con la descripción que Nolan le había proporcionado.

      Luego, se acercó al mueble de las bebidas y se sirvió una copa de coñac, fue a sentarse al sofá y dio un sorbo a la bebida, y preguntándose qué más podría hacer para encontrar a Gina. Éxeter no era una ciudad tan grande, y ella no podía haberse esfumado de la faz de la Tierra. Y se dijo que seguiría buscándola hasta dar con su paradero. Gina había demostrado ser una mujer astuta, pero él le iba a enseñar que lo era mucho más, y que por mucho que intentara escapar de él, nunca lo iba a conseguir, porque la perseguiría hasta el mismísimo infierno si era necesario, porque Gina iba a pagar muy caro, e iba a disfrutar haciéndola pagar.

      Se bebió el contenido de la copa, y entonces recordó que para esa noche se había organizado una partida de póquer en una de las salas del hotel. Se levantó del sofá, se recompuso la ropa y salió de la suite, decidido a pasárselo bien durante unas horas.

      La suerte estaba de su lado, y a lo largo de la noche fue el ganador de la partida, aunque en esa ocasión no se había apostado dinero, simplemente había sido organizada para diversión de los caballeros que se alojaban en el prestigioso hotel.

      Cerca de las tres de la madrugada, Nolan regresó a su suite. Allí se desvistió; en ese viaje había prescindido de su ayuda de cámara, ya que no tenía intención de quedarse para siempre en Éxeter. Luego, se puso el pantalón del pijama y se acostó en la mullida cama. Apagó la luz, y como estaba exhausto, poco a poco se fue quedando profundamente dormido, mientras la suave luz de la luna inundaba la habitación.

      Y como otra noche cualquiera, soñó con Gina, con sus besos y sus caricias que tanto añoraba. Y Nolan era feliz porque ella le correspondía. Le encantaba sentir el tacto de la piel de ella sobre la suya, sus labios sobre los suyos y descubrir a qué sabían sus besos. Pero de pronto, el hechizo se rompió y Nolan despertó bruscamente y respirando con dificultad, diciéndose que solo había sido un sueño, pero demasiado real.

      Separó las mantas de la cama, se sentó en el borde de la cama y se pasó las manos por el pelo, diciéndose que la obsesión por esa mujer lo estaba llevando a la locura, y si no la encontraba pronto y la hacía suya, acabaría volviéndose completamente loco. Y se negaba a creer que seguía enamorado de Gina, no, no lo podía estar, después de cómo ella lo había rechazado de forma tan cruel. Lo que sentía por Gina en esos momentos, era un deseo incontrolable por tenerla en su cama y poseerla. Y para lograrlo, tenía que encontrarla lo antes posible.

      Para Gina, la noche no estaba pasando demasiado bien, y no podía pegar ojo, temiendo que Jeremy irrumpiera de un momento a otro en su cuarto para terminar con lo que había empezado esa mañana. Aunque tenía prohibido acercarse a los dominios de la servidumbre, Gina no se fiaba para nada, por eso había decidido pasar la noche con un ojo abierto y alerta. Sabía que a la mañana siguiente tendría un espantoso dolor de cabeza, pero eso era lo que menos le importaba, proteger su honra era mucho más importante que unas horas de sueño. Lo que no dejaba de preguntarse era hasta cuándo podría soportar esa situación, porque ella tenía conocimiento de que era la única sirvienta que Jeremy Carling violentaba y molestaba de la forma que lo hacía.

      Cansada de dar vueltas en la cama, encendió la vela, hizo a un lado la ropa de cama, se levantó, se acercó a la ventana, descorrió la cortina, y se puso a contemplar la oscuridad de la noche a través del cristal. Pensando en que tenía que buscar una solución para evitar que Jeremy la siguiera molestando, pero por muchas vueltas que le diera al asunto, no encontraba una solución, ya que ella era una simple doncella y llevaba las de perder. Si se atrevía a decir una sola palabra, su tía y ella serían echadas a la calle como perros, y Gina tenía claro que no podía permitir que eso sucediera, tenían que permanecer en esa casa hasta que ahorraran el suficiente dinero para poder alquilar su propia vivienda.

      Minutos después, cerró la cortina y regresó a la cama, se tumbó, se cubrió con las mantas, cogió el libro que había dejado sobre la cama y se dispuso a leer un rato, a ver si así la vencía el cansancio y lograba descansar el resto de la noche, pero la lectura no la atrapaba.

      De repente, Graystone apareció en su mente. Se preguntó si él la estaría buscando o se habría rendido al darse cuenta de que no iba a conseguir nada de ella. Y esperaba de todo corazón que no la buscara y la dejara continuar con su vida tranquilamente. Pero tenía sus dudas al respecto, el duque no se había pasado tantos años intentando destruirlos para que de buenas a primeras se quedara tan tranquilo. Gina rezó de todo corazón para que ese malvado hombre se olvidara de ella para siempre, y por supuesto, que Jeremy Carling la dejara de molestar, solo así podría llevar una vida tranquila. Y, sobre todo, rezó por la familia que había dejado en Londres, para que su padre y sus primos se encontraran bien. No había sido fácil mentirles, pero era la mejor decisión que su tía y ella habían tomado, porque no quería que ellos fueran a reclamarle nada al duque, porque se podría ensañar con su padre y sus primos, y Gina jamás lo hubiera soportado.

      A la mañana siguiente, a Gina no le quedó más remedio que tomarse varios analgésicos para eliminar el terrible dolor de cabeza que tenía, pues no había sido capaz de descansar en toda la noche, y necesitaba estar completamente despejada para poder desempeñar su trabajo.

      Estaba acabando de vestirse, cuando una de sus compañeras llamó a su puerta.

      —Gina, ¿puedo pasar?

      —Adelante, Sandy. —La otra doncella abrió la puerta y entró.

      —Buenos días, lady Vera, me ha enviado a buscarte porque quiere hablar contigo.

      —¿Y qué quiere de mí? —preguntó, pero un escalofrío la recorrió de los pies a la cabeza, pensando que a lo mejor Jeremy la había delatado y la iban a despedir.

      —No lo sé, Gina. Solamente me ha dicho que te viniera a avisar de que te espera en su saloncito privado.

      —Por favor, Sandy, dile que enseguida voy.

      —De acuerdo. —Y la doncella salió del dormitorio tras despedirse de Gina.

      Con los nervios a flor de piel, Gina acabó de ponerse el uniforme y la cofia que usaban las doncellas de la casa. Tenía miedo de que por culpa del idiota de Jeremy su tía y ella se quedaran sin trabajo. Cada día que pasaba, odiaba más la miserable vida a la que la habían obligado a vivir, pero por mucho coraje que le causara esa sensación, no le quedaba más remedio que soportarla.

      Minutos después, salió de sus aposentos y se dirigió al saloncito privado de Vera, que se encontraba en la planta de arriba de la casa. Mientras subía las escaleras, Gina notaba que el corazón se le iba a salir del pecho, por mucho que intentara tranquilizarse, no lo conseguía.

      Para cuando llegó a las puertas dobles del saloncito, se paró para inspirar profundamente y desde el interior le llegó la voz de Vera diciéndole que pasara. Gina entró e hizo una reverencia.

      —Milady, ¿quería usted hablar conmigo?

      —Sí, acércate, por favor. —Y Gina hizo lo que Vera le decía.

      —¿He hecho algo malo, milady? —siguió preguntando.

      —No, no, al contrario. Estoy encantada con el trabajo que desempeñáis tu tía y tú en esta casa. Nunca he visto tan contenta a mi suegra con su dama de compañía. Y tú eres responsable y haces bien tus labores.

      —Milady, me agrada poder escuchar eso.

      —Le he dicho a Sandy que vinieras porque estoy organizando un baile de máscaras. Me he enterado de que el duque de Graystone se encuentra en la ciudad. Mis amistades me han comentado que se aloja en el hotel Resorte.

      —¿Y qué tiene que ver eso conmigo?

      —Quiero que tú dejes en la recepción del hotel la invitación para que se la entreguen.

      Gina