Francisco de Asís. Raniero Cantalamessa. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Raniero Cantalamessa
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788428835039
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      Altísimo, omnipotente, buen Señor,

      tuyas son la alabanza, la gloria y el honor y toda bendición.

      A ti solo, Altísimo, corresponden

      y ningún hombre es digno de hacer de ti mención.

      En estas palabras últimas se advierte el eco del precepto bíblico de no tomar el nombre de Dios en vano (Ex 20,7) y de la práctica judía según la cual el hombre debe abstenerse incluso de pronunciar el nombre de Dios. Si la esencia de la religión, como pensaba Friedrich Schleiermacher, consiste en el radical «sentimiento de dependencia» de Dios (Abhängigkeitsgefühl), en Francisco vemos realizado también este componente importante del genio religioso.

      El pensamiento filosófico ha llegado por cuenta propia a proponer una forma de humildad, aunque, a diferencia de la religiosa, no como virtud, sino como necesidad. ¿Cuál es –se pregunta Heidegger– ese «núcleo sólido, seguro e infranqueable» al cual la conciencia llama al hombre y sobre el cual debe basarse su existencia, si quiere ser «auténtica»? Y la respuesta fue: ¡su nada! Todas las posibilidades humanas son, en realidad, imposibilidades. Cualquier intento de proyectarse y de elevarse es un salto que parte de la nada y termina en la nada 33. Existencia auténtica es, así, la que comprende la radical nulidad de la existencia y que sabe «vivir para la muerte».

      También Francisco ha llegado a considerarse una «nada». La diferencia es que, con todos los grandes creyentes –al menos los creyentes en un Dios personal– se siente una nada querida y amada por quien es el Todo. Lo que emerge de positivo de la confrontación es la confirmación del hecho de que la humildad es la verdad, y que no se es «auténtico» si no se es humilde, es decir, consciente del propio nada creatural. «Me preguntaba un día –escribe santa Teresa de Jesús– por qué el Señor ama tanto la humildad, y me vino a la mente de repente, sin ninguna reflexión mía, que eso debe ser porque él es la suma Verdad y la humildad es la verdad» 34.

      Esta humildad-verdad es una actitud positiva, no negativa, impulsa a la magnanimidad, no a la pusilanimidad, no es «el cáncer de la humanidad», sino el remedio para su verdadero tumor, que es el orgullo. Jesús no prohíbe querer «sobresalir»; solo ha cambiado el modo de hacerlo: no elevándose por encima de los demás para convertirlos en el pedestal de la propia grandeza, sino haciéndose el servidor de los demás: «Si alguno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos» (Mc 9,35).

      No siempre es fácil juzgar cuánto ama y a quién ama un supuesto genio religioso, pero es más fácil juzgar si es humilde o no, si en el centro del universo se pone a sí mismo o si pone a Dios, si busca su propia gloria o el bien del prójimo. La ostentación de virtudes o de poderes especiales, fin en sí mismos, hechos solo para impresionar a la gente, debería bastar por sí sola para borrar un nombre de la lista de los posibles candidatos al título de genio religioso.

      Francisco, hombre libre

      Hablo, por último, de la tercera gran conquista de Francisco, la libertad, porque considero que es el fruto, en gran parte, de las dos anteriores, el amor y la humildad. La humildad ha liberado a Francisco del temor a disgustar a los hombres. Es algo muy distinto de lo que se entiende comúnmente por libertad. No es libertad respecto de los demás, sino libertad para los demás. Es, sobre todo, libertad de sí mismo. «Come del árbol de la ciencia del bien y del mal (Gn 2,17) –escribe Francisco en una de sus Admoniciones– aquel que se adueña de su voluntad» 35; por eso la reconquista de la libertad pasa ahora a través de la expropiación de la propia voluntad. «Para llegar a ser libre –decía un santo monje ortodoxo–, antes que todo hay que “atarse” a sí mismo» 36. Francisco lo hizo y llegó a ser un hombre verdaderamente libre.

      Esta libertad interior es lo que explica la capacidad de innovación, que es uno de los rasgos más comunes del genio religioso. Aparece sobre todo en el modo en que Francisco se sitúa frente al Evangelio, rompiendo viejos hábitos y maneras de pensar. Con él es como si la cal que se había venido depositando en los «canales» de la tradición cristiana, haciéndolos cada vez más estrechos, se deshiciera de golpe y el agua del Evangelio volviera a discurrir a borbotones. Hasta qué punto los contemporáneos fueron impresionados por la novedad de Francisco, se entiende por el hecho de que muchos, incluido san Buenaventura, vieron realizada en él la profecía de Joaquín de Fiore sobre «el ángel que sube desde el Oriente» (Ap 7,2), que inaugura la era nueva del cristianismo, la era de los perfectos y del Espíritu 37.

      Es difícil citar hechos particulares, porque cada uno de sus gestos y palabras llevan el sello de esta novedad y de esta frescura. Los primeros biógrafos acuñaron para él la expresión «hombre nuevo» 38. El mismo nombre de «frailes menores», dado a los miembros de su Orden, era en aquel tiempo una novedad. Nuevo es su modo de concebir la autoridad –«ministros», es decir, siervos, no «superiores»–, nuevo el modo de concebir las relaciones entre las personas –hermanos, hermanas–, nueva su denuncia del peligro del dinero y de la riqueza en la Iglesia, nueva y libre su actitud hacia la práctica del ayuno. En una cultura monástica en que la práctica del ayuno ocupaba un lugar central y estaba sometida a una reglamentación detalladísima, a los frailes, cuando van por el mundo, Francisco les da la regla evangélica: «Comed lo que se os ponga delante» (Lc 10,8) 39. Una noche en la que uno de los frailes gritaba por el hambre, Francisco ordenó preparar la mesa y comenzó a comer él el primero, para que el fraile no se sintiera humillado 40.

      A su muerte, los contemporáneos tuvieron la sensación como del paso de un ciclón, pero un ciclón de paz 41 que deja el cielo nítido y transparente, sin dañar las cosas sobre la tierra. Incluso en el arte se registra el tránsito de Francisco. Un estudioso alemán ha visto en Francisco de Asís a aquel que ha creado las condiciones para el nacimiento del arte moderno renacentista, en cuanto que libera a personas y acontecimientos sagrados de la rigidez estilizada del pasado y les confiere humanidad y vida 42. El ejemplo más conocido en este ámbito es el episodio de la Navidad de Greccio, al que se hace remontar la institución misma del belén. El motivo que impulsó a Francisco a representar en vivo el nacimiento de Jesús era el deseo de «ver con los ojos del cuerpo» los inconvenientes en que se había encontrado el Hijo de Dios 43. Sin duda, Francisco fue un innovador en el ámbito lingüístico, acelerando con sus versos y el Cántico de las criaturas el paso del latín al italiano.

      La novedad realizada por Francisco resulta tanto más eficaz y duradera cuanto que él no la busca ni quiere por sí misma, sino que es más bien el fruto espontáneo de su vida y de su obrar. Él nunca pensó en ser llamado a reformar la cristiandad. Hay que estar atento a no sacar conclusiones equivocadas de las famosas palabras del Cristo crucificado de San Damián: «Ve, Francisco, repara mi Iglesia, que, como ves, va a la ruina» 44. Las fuentes biográficas nos aseguran que él entendió esas palabras en el sentido muy modesto de tener que reparar materialmente la iglesita de San Damián. Fueron los discípulos y los biógrafos quienes interpretaron –con razón– aquellas palabras como referidas a la Iglesia universal y no solo a la iglesia edificio. Francisco, por su cuenta, permaneció siempre en su interpretación literal, como demuestra el hecho de que continuó reparando otras iglesitas de los alrededores de Asís que estaban en ruinas. Incluso el sueño en el que Inocencio III habría visto al Poverello sostener con sus hombros la iglesia decrépita de Letrán, símbolo de toda la Iglesia católica, no dice nada diferente. Supuesto que el hecho sea histórico, ¡el sueño fue del papa, no de Francisco! Él nunca se vio como lo vemos nosotros hoy en el fresco de Giotto en la basílica superior de Asís. Esto significa ser reformador por vía de santidad: ¡serlo sin saberlo! En esto se ve cómo la santidad es la coronación del genio religioso.

      Francisco de Asís visto desde lejos

      Este primer intento, modesto y provisional, de pasar del análisis conceptual de la categoría del genio religioso a su aplicación práctica a la vida de uno de ellos confirmó en mí el interés que experimenté desde el primer momento por el proyecto del Instituto Elías. En la base del proyecto está la convicción de que el