Francisco de Asís. Raniero Cantalamessa. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Raniero Cantalamessa
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788428835039
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«humilde y casta» es la hermana Agua; «bello, alegre, robusto y fuerte» es el hermano Fuego.

      Una canción, nacida como banda sonora de la película de Zeffirelli sobre Francisco, Hermano Sol, hermana Luna, expresa de forma sencilla pero profunda la meta alcanzada por Francisco en esta progresiva expansión suya de conciencia y de amor, hasta coincidir con los límites mismos de la realidad:

      Dulce sentir cómo en mi corazón

      ahora humildemente está naciendo amor.

      Dulce comprender que no estoy ya solo,

      sino que soy parte de una inmensa vida,

      que generosa resplandece en torno a mí:

      don de él, de su inmenso amor.

      Dos cosas hay que precisar para no malinterpretar la cualidad de las relaciones en Francisco. Sus relaciones con las criaturas nunca son relaciones entre dos. Entre él y el leproso, como entre él y el hermano Sol, siempre está Dios en medio. Francisco acoge el amor infinito de Dios y lo remite hacia él y hacia las criaturas como el eco que una cavidad remite a la fuente de la voz. Él no es, sin embargo, un puro canal de transmisión, porque en este paso el amor se ha coloreado de la libertad humana y esto lo hace diferente y nuevo. En Francisco vemos realizada la definición que Tomás de Aquino da del amor como «amor con el que Dios nos ama y con el que nos hace capaces de amarle a él y al prójimo» 19.

      La otra cosa que hay que señalar es que el amor de Francisco no es «ciego», y por eso no es «injusto respecto a su objeto», que es la objeción que Freud puso a la idea de amor universal 20. En su universalismo, él acoge a buenos y malos, como, al decir de Jesús, Dios «hace llover sobre buenos y malos» (Mt 5,45); sin embargo, no acoge del mismo modo el bien y el mal; solo distingue el pecado del pecador. En su Regla pide a los frailes que no juzguen a los ricos, pero habla con insólita severidad contra la idolatría del dinero.

      El motivo de esta distinción es que la persona es creada por Dios y conserva su dignidad, a pesar de todas las depravaciones que pueda cometer; el pecado no es obra suya, sino del «enemigo», como la cizaña sembrada entre el trigo bueno (Mt 13,39). La verdadera injusticia respecto al amor se realiza cuando se elimina la distinción entre bien y mal y en su lugar se propone como ideal el ir «más allá del bien y del mal».

      He aludido a la existencia de una interpretación de Freud de la naturaleza del amor de Francisco, y es útil dedicarle un poco de espacio, también porque su valoración no toca solo a Francisco de Asís, sino a todo potencial candidato al título de genio religioso. Ha ocurrido con Francisco de Asís lo que sucedió con otros genios religiosos o filósofos, es decir, que fueron interpretados a veces no como ellos se comprendieron a sí mismos, sino como, según sus comentaristas, deben ser comprendidos, es decir, de manera totalmente diferente. Le ocurrió, por ejemplo, a Kierkegaard, que hizo de la fe su razón de vida, y de la que Heidegger y otros terminaron por hacerle precursor del ateísmo y del nihilismo existencialista.

      En su ensayo de 1930 titulado El malestar en la cultura, Freud parte del tema de la búsqueda de la felicidad como fin de la vida. Su tesis es que la religión, como por lo demás la propia civilización, es más bien un obstáculo más que una ayuda en esta búsqueda de la felicidad, por las inhibiciones que impone a los impulsos primarios de la persona. Admite, en cambio, que una pequeña minoría pueda encontrar en la religión una satisfacción del deseo de felicidad, con la condición de no pequeños compromisos, en la práctica bajo forma de sublimación. Vale la pena leer la conclusión que saca sobre el amor en Francisco de Asís:

      Gracias a su constitución, una pequeña minoría de estos logra hallar la felicidad por la vía del amor; mas para ello debe someter la función erótica a vastas e imprescindibles modificaciones psíquicas. Estas personas se independizan del consentimiento del objeto, desplazando a la propia acción de amar el acento que primitivamente reposaba en la experiencia de ser amado, de tal manera que se protegen contra la pérdida del objeto, dirigiendo su amor en igual medida a todos los seres en vez de volcarlo sobre objetos determinados; finalmente, evitan las peripecias y defraudaciones del amor genital, desviándolo de su fin sexual, es decir, transformando el instinto en un impulso coartado en su fin. El estado en que de tal manera logran colocarse, esa actitud de ternura etérea e imperturbable, ya no conserva gran semejanza exterior con la agitada y tempestuosa vida amorosa genital de la cual se ha derivado. San Francisco de Asís fue quizá quien llegó más lejos en esta utilización del amor para lograr una sensación de felicidad interior 21.

      Siguiendo el ejemplo de Francisco de Asís de no hablar contra los demás, sino solo a favor de la verdad, me abstengo de toda crítica de la opinión de Freud, también porque no tengo la competencia para hacerlo. Querría tratar de mostrar positivamente cuál es la verdadera relación que existe en la vida de Francisco entre amor y búsqueda de la felicidad. De un candidato al título de genio religioso es justo esperar que tenga algo que decir sobre un sentimiento tan universal y tan arraigado en el ser humano como es la búsqueda de la felicidad. Francisco tiene un camino suyo a la felicidad que no ha teorizado, sino mostrado con toda su vida, y de ello me gustaría hablar.

      Es una experiencia humana universal, expresada en el arte y en la literatura, que en esta vida el placer y el dolor se suceden con la misma regularidad con la que, al recuperarse de una ola en el mar, sigue una bajada y un vacío que aspira al náufrago. «Un no sé qué de amargo –según el poeta pagano Lucrecio– surge desde lo íntimo mismo del placer y nos angustia en medio de nuestras delicias» 22. El uso de la droga, el abuso del sexo, la violencia homicida, en el momento producen ebriedad del placer, pero llevan a la disolución moral y frecuentemente también física de la persona. Eros y thanatos –por decirlo en términos queridos para Freud–, amor y muerte, son como dos hermanos siameses. Quien está satisfecho experimenta pronto el aburrimiento provocado por los objetos de su satisfacción. La satisfacción de los deseos es una insatisfacción camuflada si no está regida por una finalidad más profunda que solo puede dar un «amor oblativo».

      Francisco recorrió en la juventud esta vía hacia la felicidad que pasa a través de la satisfacción de los «instintos primarios», especialmente el del eros y el de la gloria, pero no tardó en sentirse profundamente insatisfecho de ello. Esto explica el período de profunda melancolía que las fuentes dejan entrever en la vida de Francisco tras el sueño de Spoleto 23 y la elección definitiva del nuevo camino. La resolución de su crisis existencial sucedió en el momento del encuentro con el leproso. Allí, en un instante, Francisco se encontró que tenía que decidir si buscar la alegría secundando su instinto o superándolo. Las palabras con que inicia su Testamento indican el verdadero motivo de su cambio de vida:

      El Señor me concedió a mí, fray Francisco, comenzar así a hacer penitencia, pues, estando yo dentro del pecado, me parecía algo demasiado amargo ver a los leprosos; y el Señor mismo me condujo entre ellos y fue misericordioso con ellos. Y, al alejarme de ellos, lo que me parecía amargo se me cambió en dulzura de alma y cuerpo.

      El poeta pagano Lucrecio habla de lo dulce que se hace amargo en los placeres humanos; Francisco habla de algo amargo que se ha convertido en dulce tras su victoria sobre sí mismo. Estamos en presencia de un nuevo tipo de placer, el que no precede al dolor como su causa, sino que lo sigue como su fruto. La relación entre eros y thanatos ha cambiado: no es la muerte la que tiene la última palabra, sino el eros, la felicidad del amor.

      Francisco no inventó esta revolución en la búsqueda de la felicidad. La tomó del Evangelio de Cristo. El misterio pascual de muerte y resurrección, la gloria que brota de la cruz, es su fundamento. En formas diversas, sin embargo, esta vía la proponen también otras religiones, por ejemplo el budismo, que propone el logro del nirvana a través del apagamiento, no de la satisfacción de los deseos.

      Aceptar el sacrificio para tener la alegría no significa ser masoquistas e imponerse quién sabe qué mortificaciones o renuncias. A algunos se les puede pedir también esto; pero normalmente se trata solo de las renuncias necesarias para cumplir el propio deber y permanecer fieles