Camilo, un sanado herido. Consuelo Santamaría Repiso. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Consuelo Santamaría Repiso
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788428835183
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ministro es especialmente dolorosa. Porque por encima de su experiencia humana de hombre que vive en una sociedad moderna siente la soledad añadida, resultado de la velocidad con que cambia el concepto de su misma profesión ministerial.

      Cuando soy débil, entonces soy fuerte

      Al reconocernos débiles en el mundo del acompañamiento en el sufrimiento vamos construyendo y promoviendo una particular metodología de acceso, generación y transmisión de las posibilidades de ayudar a otros.

      La experiencia humana de la vulnerabilidad, de la fragilidad, del trauma y del sufrimiento, en primera persona, se convierten en recursos y posibilidades. Una visión positiva de la realidad y de lo profano subyace en esta clave.

      La metáfora del sanador herido, entonces, se convierte en reflejo de que de la propia vulnerabilidad se puede aprender, y esta se puede convertir en maestra y recurso para ayudar a otros, afirmando también: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Cor 12,10).

      Si el encuentro con el pobre y el enfermo es oportunidad de aprendizaje, lo es más aún el encuentro con la propia pobreza. Surge así un tipo de terapeuta «experto en humanidad» porque es «experto en fragilidad», empezando por la propia.

      Hay un aprendizaje en el sufrir y una lógica o «razón solidariamente sentiente», en palabras de Moratalla. El sanador herido se convierte así en un tipo de voluntario –aunque sea trabajador en una organización– que constituye la expresión de la solidaridad que tiene como empeño movilizar a la sociedad y convertirse en experto en humanidad. Es ahí donde radica su fuerza. La fuerza del sanador herido es un superávit de humanidad y la plusvalía del factor humano. La riqueza de humanidad se transforma en un compromiso con las capas débiles y los sujetos frágiles que finalmente configura la propia personalidad.

      Quien tiene la cualidad de la humanidad –desde su herida– mira, siente, ama y sueña de otra manera. La riqueza de humanidad transforma y cualifica la propia sensibilidad personal: no mira para poseer, sino para compartir la mirada desde la fragilidad.

      La fortaleza de Camilo: su debilidad

      Que Camilo es sanador herido no necesita mucha demostración, aunque sí merece ser mostrado ampliamente, como hacen estas páginas. Sin padres desde joven, herido en la pierna, no admitido como franciscano, con enfermedades variadas, resistencias a su pasión por humanizar el cuidado a los enfermos, mala hierba entre algunos de sus seguidores –dicho con sus palabras–, dificultades económicas, tiempos recios para calmar los síntomas del final de la vida, ideas «culpógenas» que hacen daño a la conciencia... serán solo algunas de las heridas que tuvo que experimentar.

      Camilo vive las heridas. Alessandro Pronzato dirá que el primer error de cálculo de Camilo se ve remediado gracias a la enfermedad de su pierna, que le cierra inexorablemente la puerta de los padres capuchinos. El Señor, con el impedimento de la llaga, le revela el sentido preciso de su vocación y misión.

      Y pedirá el privilegio de llevar la cruz roja. Su cruz es una cruz desarmada que apunta a la debilidad. Es la cruz del amor que se convertirá con el tiempo en indicador del fuego, de la pasión por humanizar, a la vez que el precio que supone el amor cuando se sacrifica, renuncia y se entrega al cuidado. Camilo, experto en vulnerabilidad, se hace experto en la liturgia del encuentro y del servicio como obra de arte, expresión no solo del deber, sino también de la belleza y del gusto por cuidar.

      A las heridas, Camilo las llamará «misericordias». Durante cuarenta y seis años vivió con la llaga del pie abierta, considerándola «gracia y misericordia de Dios» y «caricia divina». Toda la vida de Camilo estuvo marcada por un abandono confiado a la misericordia de Dios, también y sobre todo en los momentos de tensión y dificultad. Por eso mismo, a las dificultades las llamó las cinco misericordias del Señor.

      La primera misericordia fue la llaga incurable de la pierna. Le sirvió para conocer lo que eran los hospitales, de donde nacería la congregación. Pero le sirvió también para ejercer la paciencia. De esa llaga salía gran cantidad de líquido. La llevó durante cuarenta y seis años. De ella sacó fruto hasta considerar que le había llegado del cielo.

      La segunda misericordia consistió en que, siendo maestro de casa en el hospital de Santiago, debido a las muchas fatigas que padecía día y noche cuidando a los enfermos, debió ponerse una faja con un arco de hierro que llevaría durante treinta y ocho años.

      La tercera misericordia fueron dos viejos callos bajo la planta del pie que le producían dolores, haciéndole cojear y sentir que caminaba sobre espinas. Le hacían ponerse un pañuelo para aliviarse. Esta cruz la llevó durante veinticinco años. Refería que le hacía pensar que su patria no era esta tierra, sino el cielo, que había que ganar con buenas obras.

      La cuarta misericordia la experimentó en Nápoles cuando tuvo dolores en los costados a causa de piedras en los riñones que, de vez en cuando, le producían dolor, hasta que las iba expulsando. Sufrió por este motivo diez años, pensando que el Señor le pedía más amor al servicio de los enfermos.

      La quinta y última misericordia fue la inapetencia, no experimentando gusto con ningún alimento, sino náuseas y desagrado, aborreciendo todo alimento. Le duró este mal treinta meses, acompañándolo hasta el final de su vida y provocándole el pensamiento de haber llegado a su final y no querer el Señor que gustase ya de este mundo.

      Su gran miedo fue tener que dejar el ejercicio de la caridad al servicio de los enfermos. La imagen y la sombra son, para Camilo, como el anverso y el reverso, la cara y la cruz de lo que somos. Son caminos que, planteados con humildad, nos permiten conocer mejor lo que somos y aquello a lo que estamos llamados. La sombra solo se convierte en algo hostil cuando la ignoramos. Es una realidad humana que nos puede provocar el crecimiento y humanizarnos. Reconocerla, aceptarla y amarla como propia es todo un trabajo de transformación y humildad.

      Mamerto Menapace dice que el que se anima a dar la cara a la luz obliga a su sombra a marchar detrás de él, haciendo su mismo camino. Porque el que camina con la luz de la realidad en sus ojos también tiene su sombra. Pero no la sigue. Es ella la que lo sigue a él. Y su sombra no supera obstáculos que previamente no hayan sido traspasados por los pasos reales del que camina. Solo la persona con una sombra madura puede esperar sin miedo la luz de un nuevo amanecer. Será una persona que ha hecho su camino de humanización, como Camilo, sanador herido.

      La autora

      Consuelo Santamaría, con este texto, regala al mundo una mirada de mujer apasionada por Camilo. Por un Camilo frágil y novedoso, un Camilo del siglo XVI y muy de hoy. En su texto se le nota su deseo de que estas líneas sirvan para apasionar a otros por conocer nuestra historia, la historia de la humanidad, la historia del amor, la historia de los cuidados en salud, la historia de la Iglesia.

      Doctora en Filosofía y Ciencias de la Educación, máster en Counselling, máster en Humanización de la Intervención Social. Postgrado en Duelo, autora de varios libros, Consuelo lleva veinte años explorando a san Camilo, motivada por el conocimiento de los religiosos camilos de Tres Cantos, Madrid. En un año sabático hizo el máster de Counselling y el de Humanización de la Intervención Social y se dejó interpelar desde el primer instante, al llegar a Tres Cantos, donde con letras grandes y en la entrada se puede leer: «Más corazón en las manos» (san Camilo).

      Fascinada con la frase, la pensó, la meditó, la extrapoló de su contexto y la llevó a su vida. Se convirtió casi en un mantra para ella. Más corazón en las manos, en los ojos, en la boca, en los pies... Es decir, «más amor».

      Antes de finalizar los másteres le ofrecieron ser voluntaria en el Centro de Escucha, y dijo que sí. A partir de ese momento sintió la obligación moral de saber dónde se metía, pues lo que estaba viviendo en Tres Cantos la alcanzaba en un momento de fragilidad y vulnerabilidad: dos años atrás se había quedado viuda. Pero eso no era suficiente. Formar parte de un grupo sin conocer su estilo profundo, su carisma, sus raíces, sus orígenes, era para ella una irresponsabilidad.

      Empezó a leer todas las biografías que cayeron en sus manos