Espejo rojo. Simone Pieranni. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Simone Pieranni
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789876286022
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En primer lugar, permitió a cada usuario poder acceder a su propia cuenta desde cualquier computadora en la red. En efecto, hay que considerar que hasta poco antes se podía acceder al propio QQ sólo desde una posición fija donde se descargaba el software. En este sentido, Pony Ma no hizo más que adaptar su propia criatura al progreso de la red en el país. Hasta entonces, en efecto, los chinos se conectaban a internet casi siempre desde cibercafés, lugares renombrados por ser con frecuencia fétidos (las butacas de los cibercafés eran considerados los lugares más sucios junto a aquellos de los karaoke). Pero Huateng percibió la potencialidad de la red en China, que se concretó en la explosión de ventas de computadoras personales, portátiles y redes de internet privadas. Cuando llegué a China, en 2006, la conexión doméstica se conectaba a la red con una ADSL y costaba casi 8 euros por mes. En cuatro años el WiFi estaba en todas partes a un costo mucho menor. Pony Ma supo aferrar y explotar ese cambio de época.

      En segundo lugar, gracias a un acuerdo inicial con la compañía telefónica estatal de la región de Guangdong (en 2001 ya tenía acuerdos en todo el país), Pony Ma permitió las conversaciones también entre computadoras personales y el sistema de mensajería de los teléfonos celulares. Finalmente, posicionó en el software juegos y gadgets (los más requeridos eran los avatares de QQ) que dieron vida a los beneficios para Ma y sus socios que luego aumentaron más aún, con la creación de una plataforma QQ de blogger. También en este caso los beneficios provenían del gasto de los usuarios para mejorar y customizar a su propio blog.

      1.3. El cambio: de fábrica del mundo a hub tecnológico

      El proceso de transformación de la economía china tuvo un cambio fundamental en 2008, cuando el contexto cambió completamente. La crisis de los subprimes y más en general de la economía occidental habían llevado a la dirigencia china a repensar el propio modelo de desarrollo basado en las exportaciones. Hasta ese año, el éxito y el crecimiento chino dependían casi exclusivamente de su función de “fábrica del mundo”, es decir, productores de cantidades gigantescas de mercaderías a bajo costo.

      En 2008 este sistema fue radicalmente modificado: la caída de la demanda de productos chinos desde los mercados occidentales obligó a la dirigencia de Pekín a cambiar la piel del propio sistema económico productivo. El mantra que acompañaba al crecimiento de la “sociedad armoniosa” comenzó a ser “menos cantidad, más calidad”. Se comenzó a concebir también un enlentecimiento económico, para garantizar un desarrollo más sustentable y, sobre todo, de mayor impacto en términos de ganancias. Gracias a los recursos económicos acumulados en los años precedentes y al regreso a la patria de muchos chinos que habían estudiado y trabajado en el exterior, Pekín decidió invertir de manera inmediata en la innovación y las nuevas tecnologías. En 2008 tuvo inicio la transformación de China en un país impulsado por la economía digital. Los líderes en el poder habían dejado entender que el futuro del país pasaría por el mercado interno y la capacidad de innovar de las empresas nacionales. La sensación era la de vivir en un país en gran transformación, de energías ilimitadas y con una población que comenzaba a darse cuenta de estar en la plenitud de su propio “siglo”. Parecía ya pronto a cerrarse aquel proceso que había hecho de China un lugar donde las habilidades extranjeras eran altamente demandadas; tras la crisis de 2008 en Occidente, enseguida se hizo evidente que China estaba ya preparada para arreglárselas sola: los extranjeros, de ser considerados personajes interesantes y por lo general también adinerados, comenzaron a volverse un fastidio, una especie de “grillos parlantes” siempre listos para subrayar los defectos de China. Los extranjeros muy pronto fueron catalogados con una expresión, los China bashers (“criticones de China”): el tiempo parecía haberse acabado, el siglo de las humillaciones chinas era un pasado para tener en cuenta. En aquellos años, las suertes del mundo parecían mucho más claras en Pekín que en Washington o Roma.

      Mientras tanto, el país cambiaba a su consabida velocidad: cada vez más personas en China comenzaban a conectarse a internet con el propio celular. Huateng no podía perder la ocasión de adaptar su idea (el sistema de mensajería QQ) a la nueva circunstancia: en 2011 llega WeChat y se afirma en el mercado chino (ya veremos cómo en el próximo párrafo) sancionando la consagración del nuevo pilar de la sociedad china, el smartphone. WeChat determinó el pasaje de los chinos de la navegación vía PC a aquella vía celular (hoy, en China, el 90% de los usuarios conectados a internet lo hace con el smartphone) y reveló la gigantesca mole de datos que pueden ser recogidos sobre el mercado chino. Por otro lado, la explosión de internet planteó un problema serio a la dirigencia del Partido Comunista, que decidió afrontar de pecho la cuestión, apagando la posibilidad de que los chinos accedieran a instrumentos occidentales. ¿El motivo? Facebook, Youtube, Twitter y compañía corrían el riesgo de “contaminar” el espíritu socialista chino. Apagados, cerrados, fin. El Great Firewall, una gigantesca puerta entre la internet china y la del resto del mundo, se podía abrir o cerrar sólo a gusto de los gobernantes. Algunas cosas podían entrar, otras no. Por otra parte el viejo Deng había advertido a sus sucesores: “Abriendo las puertas entrarán sea el aire sean las moscas”. Poco a poco la máquina de la censura china se fue armando de una serie de instrumentos que funcionan tan bien que los tornan apetitosos también para gobiernos extranjeros (el Great Firewall fue inspiración de instrumentos análogos en uso en Rusia y Turquía). Basta pensar en el ejército de los 50 centavos, del cual nos ocuparemos en el tercer capítulo, un instrumento de propaganda viral del Partido Comunista chino: personas a las que se les paga 50 centavos por cada posteo y comentario en defensa del gobierno. La censura se había transformado en manipulación o brutal trollage.

      A los dirigentes chinos, en consideración, les fue bien: la censura no hizo más que fomentar un mercado digital interno muy florido, despojado de la fastidiosa competencia de súper empresas extranjeras, en el cual las startups comenzaron bien pronto a luchar por el dominio y para innovar constantemente en su propia oferta. Sobre la censura no hubo grandes protestas (ya que las pocas que se hicieron públicas fueron eliminadas con una represión implacable), porque los chinos desde siempre, online, están interesados más que nada en informaciones prácticas o juegos. O, recientemente, en comprar. Quien desea informarse sobre los sitios “prohibidos” puede usar una VPN (Virtual Private Network), y así toda la web se torna –lentamente– navegable. Este clima –nacido de la confrontación con Occidente y de sus crisis económicas– está en la base del nacimiento de WeChat y más en general de la vida tecnológica china: mientras los Estados Unidos estaban ocupados dando vueltas por el mundo en busca de enemigos y Europa comenzaba a replegarse sobre sí misma a la búsqueda de una improbable estructura política común, los chinos plantaban las bases del actual éxito.

      Con el mercado interno más grande del mundo, sellado al ingreso de productos extranjeros gracias al eficaz instrumento de la censura, Pekín comenzó a razonar sobre los métodos para desarrollar una industria autóctona capaz de innovar de verdad. Tal como sucedió con la Gran Muralla: de instrumento de defensa, la sobrehumana obra se volvió, con el tiempo, útil para los transportes y para los negocios. Era en las cercanías de las varias “puertas” de la muralla que crecían los mercados y florecían los comercios. Pero en 2011 el proceso no estaba ciertamente completado. Al año siguiente de la aparición de WeChat, en China se produjo un ulterior giro político: en 2012 llegó al poder Xi Jinping, líder carismático que decidió invertir el futuro del país en la inteligencia artificial y en la voluntad de ver a China, antes de 2030, afirmarse como el Estado más avanzado del mundo desde el punto de vista tecnológico. Un bello éxito para un país que terminó por interrogar a sus apasionados estudiosos acerca del extraño destino de fines del 800. Joseph Needham, un famoso sinólogo, se había planteado una pregunta que con el tiempo se transformó en el llamado “problema de Needham”: ¿cómo es posible, se preguntaba y se preguntan todavía muchos estudiosos, que una civilización muy superior y avanzada respecto a las occidentales, en cierto momento haya perdido completamente la cita con la historia, para ser destrozada por el proceso llevado adelante desde la otra parte del mundo por la revolución industrial? ¿Cómo es posible, me pregunté varias veces, que el país que inventó la pólvora la haya usado para los fuegos artificiales y no como instrumento bélico? Los chinos aman la historia, la estudian. No sólo la de