Espejo rojo. Simone Pieranni. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Simone Pieranni
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789876286022
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WeChat puede también ser descripta como una suma de apps que ya conocemos y utilizamos, contiene, además, una característica en verdad muy particular respecto a nuestras aplicaciones: puede ser empleada para pagar cualquier cosa. Cada cuenta de WeChat está en efecto conectada a la cuenta bancaria del usuario y, a través de la lectura de los varios códigos QR, es posible comprar de todo: desde un viaje en taxi hasta fruta en un negocio en la calle, de libros en una tienda online hasta el snack posteado –vía WeChat– por un amigo en el chat privado. Con WeChat se pueden incluso hacer todos los trámites para el matrimonio. Y también divorciarse: basta una tecla en la aplicación para hacer comenzar los trámites. WeChat sabe todo de quien lo utiliza, conoce sus movimientos tanto online como offline gracias a la posibilidad de pagar en cualquier negocio comercial y ser así “trazados” incluso cuando no se piensa estar en el ciberespacio.

      La súper app ha terminado por crear una suerte de ecosistema dentro del cual no hace falta nada más, porque está en condiciones de ocuparse de cada aspecto de nuestra vida cotidiana. En algunas ciudades, el perfil de WeChat se usa ya como documento de identidad. Todo está dentro de WeChat y esto significa que en China, si no tienes “la app de las apps” estás completamente fuera del mundo. No descargar WeChat es una verdadera elección de vida. Quien intenta resistir tiene una existencia infernal. Zhu, una abogada de Shanghai, narró a la revista Sixth Tone que había decidido vivir sin la aplicación. La motivación de su elección es la certidumbre de que sus datos serán recogidos o usados y no utilizar la aplicación es para ella un modo “para salvar la propia dignidad”. Cada vez que recibe un nuevo cliente, Zhu debe advertirle de su elección porque se da por descontado que todos tienen WeChat. Cuando Zhu viaja al exterior con sus colegas, los otros pueden fácilmente conectarse a WeChat usando el wifi disponible, “pero si quieren hablar con ella tienen que gastar dinero en llamadas o enviar mensajes”. Incluso sus padres han intentado hacerla volver atrás y que descargue la aplicación.

      Esto ocurre porque cuando hablamos de WeChat no hablamos de una simple app: dentro de WeChat se navega, como si WeChat fuera la red: existen en efecto “miniprogramas” (como por ejemplo aquel del restaurante mongol donde almorcé o aquel del negocio de robots) o bien minisitios insertos dentro de la app, en cuyo interior ya se desarrolla toda la vida del sistema de internet chino. Y los servicios siguen aumentando, así como las apps. He aquí un simple ejemplo de miniprograma: el equivalente chino de Instagram no es una app entre muchas, sino que se encuentra dentro de WeChat. Parece algo poco importante. Pero no lo es, en una economía que ya se basa en la explotación de los Big Data. WeChat evolucionó hacia una suerte de sistema operativo en el interior del cual giran todos los programas. Es una puerta de acceso para todo lo que se puede hacer con un smartphone en red y offline, capaz de canalizar una enorme mole de datos y dinero en diversos modos: con la publicidad también, pero el grueso de sus entradas depende de los gadgets y de los juegos presentes en la aplicación, de los servicios premium para los usuarios y, sobre todo, del porcentaje que cobra en cada pago. Y no solo eso: la mole de datos que la empresa posee provee a sus clientes emprendedores (los productores de los “miniprogramas”) una customización siempre más precisa de los propios usuarios.

      WeChat se ha transformado en la memoria histórica de los gustos, de las pasiones, de las ideas, de las inclinaciones, del potencial de gasto de mil millones de personas. Y con todos estos datos, sabe qué hacer.

      1.2. Qué dice a Occidente el nacimiento de la mayor potencia tecnológica mundial

      El impacto de la “revolución tecnológica” china no es mensurable sólo con el intento por parte de Facebook de comprender los secretos comerciales de WeChat. En este momento, Occidente debe enfrentarse con los productos chinos en el mercado mundial high-tech: China, hoy, es un competidor de los países occidentales en el dominio de la inteligencia artificial, del 5G y del mundo del Big Data. Por este motivo es importante analizar el nacimiento de WeChat, un evento capaz de brindar claves de lectura para analizar mejor cuál es el impacto del desarrollo high-tech chino sobre todo el mundo. Para comprender por qué Facebook está interesada en WeChat, por qué Google habría cooperado con el gobierno chino para crear un motor de búsqueda censurado, por qué el Great Firewall (el sistema que bloquea la visión de contenidos que no agradan al partido) es una suerte de guía para todos aquellos Estados interesados en el control de la información (sobre todo en Europa del Este), por qué el próximo desafío entre China y el mundo occidental será sobre el 5G y la inteligencia artificial –y sus potencialidades científicas, comerciales y de control social–, es necesario mirar con atención la historia de los actuales líderes del mercado chino.

      La historias del WeChat y de la Tencent, la empresa que “inventó” la famosa app, dice muchísimo acerca de qué es China hoy, de lo que nosotros podríamos ser mañana, y aclara también el modo en el cual las empresas chinas han sabido hacer propio el know-how occidental para desarrollar nuevos productos capaces de imponerse en el mercado global. El universo tecnológico chino es un territorio donde se mueven empresas entrenadas por una competencia durísima, donde no faltan golpes prohibidos y donde se deja sentir la presencia constante del Partido Comunista chino. En este sentido, hay que hacer un esfuerzo: China, más allá de ser guiada por un Partido Comunista, tiene un mercado interno muy vivaz, complicado, en constante mutación. Y sobre todo, mucho más desprejuiciado que el occidental.

      La historia de WeChat tiene sus raíces en Shenzhen, una ciudad del sudeste de China. En los años setenta, el entonces líder chino Deng Xiaoping comprendió la necesidad del país de insertarse en el mercado mundial para sacar a su población de una condición de generalizada pobreza. En el ámbito del plan de “aperturas y reformas” de Deng, el pueblo de pescadores de Shenzhen devino una “zona económica especial” y como tal fue trastornado por un desarrollo rapidísimo, tal como y aún más que el país en su conjunto. El pasaje de centenares de millones de personas por encima del umbral de la pobreza, que ocurrió en el arco de dos décadas, es un evento único en la historia de la humanidad y explica en parte porqué el Partido Comunista chino, artífice y guía de este proceso, es todavía hoy tan central en la sociedad.

      Desde el final de los años setenta los campesinos y gente del campo se volvieron progresivamente la fuerza de trabajo especializada en la producción manufacturera. Las grandes empresas del Estado fueron privatizadas, llegaron las primeras joint venture con capitales extranjeros. Bajos salarios, alta intensidad de trabajo, precios ridículos en los mercados occidentales: la “fábrica del mundo” estaba en su plena realización, trituraba Producto Interno Bruto, sus productos eran un aluvión en los mercados occidentales. Con el tiempo esta riqueza comenzó a circular: quien tenía lazos con el partido supo aprovechar del mejor modo la mastodóntica obra de urbanización del país. Producción manufacturera y sector inmobiliario comenzaron a estar siempre más ligados: aparecieron los primeros billonarios chinos, aquellos que atraían la mayor atención de los medios occidentales. Pero no sólo eso: en aquellos años maduraron los brotes de una clase media que hoy constituye un motor fundamental del país. Las tres generaciones de la familia de un amigo mío de Shanghai representan en modo plástico esta evolución: su abuelo era un agricultor, su padre un comerciante de medias producidas en Shenzhen, él se volvió empresario en el mundo de la tecnología y hoy produce microbaterías a energía solar.

      Así como cambiaba el destino de las personas, lo mismo ocurría con las ciudades. Durante los años setenta, de ser un pequeño puerto, Shenzhen se transformó en uno de los centros de la manufactura mundial. En los años noventa comienza a devenir incubadora de empresas tecnológicas. Hoy es considerada el Silicon Valley chino (en Shenzhen tiene sus propias oficinas la Huawei, empresa líder ya sea en la producción de smartphones como en las infraestructuras de la red). Precisamente en Shenzhen, en 1998, Ma Huateng (entonces de 27 años) fundó Tencent, una empresa tecnológica que tenía como principal producto un sistema de mensajería, QQ, inspirado en un software israelí (se trata de ICQ, producido por la startup de Tel Aviv Mirabilis) y más en general muy similar al “Messenger” de Microsoft Windows o de AOL (que a fines de los noventa denunciará a Tencent por haber copiado su propio Messenger). Pero Huateng intuyó la posibilidad de mejorar el software israelí, gracias a la experiencia madurada en su precedente